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—Se llama pez globo, abuela.

—Claro. Los habitantes de las Islas del Verano carecen de imaginación. A decir verdad, mi hijo debería poner un pez globo en su blasón. Podría ponerle una corona, como hacen los Baratheon con su venado, quién sabe si eso lo haría feliz. En mi opinión, deberíamos habernos mantenido al margen de toda esta idiotez sanguinaria, pero una vez se ha ordeñado la vaca no es posible volverle a meter la leche en las ubres. Después de que Lord Pez Globo colocara esa corona sobre la cabeza de Renly estábamos metidos en el lío hasta el cuello, y aquí estamos, a ver cómo salimos del problema. Y tú, ¿qué dices, Sansa?

La boca de Sansa se abrió y se cerró. Ella misma se sentía como un pez globo.

—Los Tyrell pueden jactarse de que descienden de Garth Manoverde —fue lo único que se le ocurrió en aquel momento.

—Igual que los Florent, los Rowan, los Oakheart y la mitad de las casas nobles del sur —resopló la Reina de las Espinas—. Se dice que a Garth le gustaba plantar su semilla en terreno fértil. No me extrañaría que, además de las manos, tuviera otras cosas verdes.

—Sansa, seguro que tienes hambre —intervino Lady Alerie—. ¿No es hora ya de comer un poco de jabalí y pasteles de limón?

—Los pasteles de limón son mis favoritos —dijo Sansa.

—Eso es lo que nos han dicho —declaró Lady Olenna, que obviamente no tenía la menor intención de dejar que la hicieran callar—. Ese tal Varys por lo visto cree que tenemos que darle las gracias por la información. Nunca he sabido muy bien para qué sirve un eunuco, a decir verdad. Me parece que son solamente hombres a los que les han cortado las partes útiles. Alerie, diles que traigan la comida, ¿o pretendes dejarme morir de inanición? Ven aquí, Sansa, siéntate a mi lado; soy mucho menos aburrida que esas otras. Espero que te gusten los bufones.

—Creo que… —dijo Sansa, alisándose la falda mientras se sentaba—. ¿Bufones, mi señora? ¿Queréis decir… los que se visten de colores?

—En este caso, de plumas. ¿De qué creías que estaba hablando? ¿De mi hijo? ¿O de los maridos de estas damas encantadoras? No, no te ruborices, con ese pelo tuyo pareces una granada. Todos los hombres son bufones, a decir verdad, pero los que llevan trajes multicolores son más divertidos que los que llevan corona. Margaery, niña, llama a Mantecas, a ver si puede hacer sonreír a Lady Sansa. Y vosotras, quedaos sentadas, ¿es que os lo tengo que decir todo? Sansa va a pensar que mi nieta está atendida por un rebaño de borregas.

Mantecas llegó antes que la comida, enfundado en un traje de bufón de plumas verdes y amarillas, con un gorro blando que parecía una cresta. Era un hombre inmensamente obeso, como tres Chicos Luna, que entró dando volteretas laterales, se subió a la mesa de un salto y puso un enorme huevo delante de Sansa.

—Rompedlo, mi señora —ordenó.

Ella lo rompió, y una docena de pollitos amarillos escapó y echó a correr en todas direcciones.

—¡Atrapadlos! —exclamó Mantecas.

La pequeña Lady Bulwer logró agarrar a uno y se lo entregó; el bufón echó la cabeza hacia atrás, dejó caer el ave en su enorme boca de goma y pareció tragárselo entero. Cuando eructó, por la nariz le salieron pequeñas plumas amarillas. Lady Bulwer comenzó a gimotear, horrorizada, pero sus lágrimas se convirtieron en un súbito grito de placer cuando el pollito le asomó por la manga del vestido y le correteó por el brazo.

Mientras los sirvientes entraban con una sopa de puerros y setas, Mantecas comenzó a hacer juegos malabares, y Lady Olenna se inclinó sobre la mesa y apoyó los codos.

—¿Conoces a mi hijo, Sansa? ¿A Lord Pez Globo de Altojardín?

—Es un gran señor —respondió Sansa con cortesía.

—Un gran cretino —dijo la Reina de Espinas—. Su padre también era un cretino. Mi esposo, el difunto Lord Luthor. No, no me entiendas mal, yo lo amé muchísimo. Era un hombre bueno, y no estaba nada mal en la cama, pero de todos modos era un cretino sin remedio. Hasta tal punto que se cayó con su caballo por un acantilado cuando practicaba la cetrería. Dicen que miraba al cielo y no prestaba atención adónde lo llevaba su cabalgadura.

»Y ahora, el cretino de mi hijo está haciendo lo mismo, sólo que en lugar de un corcel, está montado sobre un león. Es fácil cabalgar a un león, lo difícil es descabalgar, se lo he advertido, pero no hace más que reírse. Si alguna vez tienes un hijo, Sansa, castígalo con frecuencia para que aprenda a tomarte en serio. Sólo tuve un hijo y no le pegué nunca, así que presta más atención a Mantecas que a mí. Un león no es un gatito doméstico, le dije, y él me respondió: “Vamos, vamos, mamá”. En mi opinión en este reino hay demasiado “Vamos, vamos”. Todos esos reyes que andan por ahí harían bien en envainar las espadas y escuchar a sus madres.

Sansa se dio cuenta de que, otra vez, tenía la boca abierta. Se la llenó con una cucharada de caldo, mientras Lady Alerie y las demás mujeres reían ante el espectáculo de Mantecas, que botaba naranjas con la cabeza, con los codos y con su amplio trasero.

—Quiero que me cuentes la verdad sobre este niño rey —dijo de repente Lady Olenna—. El tal Joffrey.

«¿La verdad? —Los dedos de Sansa se aferraron a la cuchara—. No puedo. No me preguntéis eso, por favor. No puedo.»

—Yo… yo…

—Sí, tú. ¿Quién va a saberla mejor? El chico tiene un aspecto majestuoso, sin duda. Algo pagado de sí mismo, pero eso se deberá seguramente a su sangre de Lannister. Sin embargo, hemos oído algunas historias preocupantes. ¿Hay algo de cierto en ellas? ¿Te ha maltratado ese chico?

Sansa miró con nerviosismo a su alrededor. Mantecas se metió una naranja entera en la boca, la masticó y se la tragó, se dio un cachete y escupió las semillas por la nariz. Las mujeres soltaron unas risitas. Los sirvientes iban y venían, y la Bóveda de las Doncellas resonaba con el sonido de cucharas y platos. Uno de los pollos saltó de nuevo a la mesa y atravesó corriendo el plato de caldo de Lady Graceford. Nadie parecía prestarles la menor atención, pero incluso así Sansa tenía miedo.

—¿Por qué miras a Mantecas con la boca abierta? —Lady Olenna se estaba impacientando—. Te he hecho una pregunta y espero una respuesta. ¿Los Lannister te han robado la lengua, niña?

Ser Dontos le había advertido que sólo podía hablar con libertad en el bosque de los dioses.

—Joff… el rey Joffrey es… Su Alteza es muy apuesto y justo y… y valiente como un león.

—Sí, todos los Lannister son leones, y cuando un Tyrell se tira un pedo, huele a rosas —replicó la anciana con brusquedad—. Pero ¿cuán bondadoso es? ¿Cuán inteligente? ¿Tiene un buen corazón, una mano gentil? ¿Es tan caballeroso como corresponde a un rey? ¿Cuidará a Margaery y la tratará con ternura, protegerá su honor como protegería el suyo propio?

—Lo hará —mintió Sansa—. Él es muy… muy atractivo.

—Eso ya lo has dicho. ¿Sabes, niña?, hay quien dice que eres tan tonta como Mantecas, y empiezo a creer que es verdad. ¿Atractivo? Ya le he enseñado a mi Margaery de lo que vale ser atractivo, o eso espero. Algo menos que el pedo de un titiritero. Aerion Fuegobrillante era bastante atractivo, pero también era un monstruo. La pregunta es: ¿cómo es Joffrey? —Estiró la mano y agarró a un sirviente que pasaba—. No me gustan los puerros. Llévate este caldo y tráeme un poco de queso.

—El queso se servirá con las tartas, mi señora.

—El queso se servirá cuando yo diga que se sirva y lo quiero ahora. —La anciana se volvió hacia Sansa—. ¿Tienes miedo, niña? No temas, aquí sólo hay mujeres. Dime la verdad, no te pasará nada.