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Con el tiempo, sus dragones serían sus guardianes más formidables, de la misma forma que lo habían sido para Aegon el Conquistador y sus hermanas trescientos años atrás. Sin embargo, en aquel momento le suponían más peligro que seguridad. En todo el mundo sólo había tres dragones vivos y le pertenecían; eran una maravilla aterradora, y no tenían precio.

Estaba meditando sus palabras cuando percibió un viento frío en la nuca, y un mechón de su cabello color oro plateado le cayó sobre la ceja. Arriba, la lona crujió y se movió, y de repente un grito brotó de todos los rincones de la Balerion.

—¡El viento! —gritaron los marineros—. ¡El viento ha vuelto, el viento!

Dany levantó la vista hacia donde las grandes velas de la enorme coca se ondulaban y se hinchaban, haciendo que los cordajes vibraran y se tensaran, cantando la dulce canción que se había callado durante seis largos días. El capitán Groleo corrió a popa, gritando órdenes. Los pentoshis que no estaban gritando «hurras» treparon por los mástiles. Hasta Belwas el Fuerte dejó escapar un alarido y dio unos pasos de baile.

—¡Alabados sean los dioses! —dijo Dany—. ¿Lo veis, Jorah? Estamos de nuevo en camino.

—Sí —respondió él—. Pero ¿hacia dónde, mi reina?

El viento sopló del este todo el día, primero de manera constante y después en ráfagas violentas. El sol se puso con un resplandor rojo.

«Aún estoy a medio mundo de distancia de Poniente —se dijo Dany aquella tarde mientras chamuscaba carne para sus dragones—, pero cada hora me acerca más.» Intentó imaginar qué sentiría cuando contemplara por primera vez la tierra que había nacido para gobernar. «Será la orilla más bella que haya visto, lo sé. ¿Cómo podría ser de otra manera?»

Pero más tarde aquella noche, mientras la Balerion continuaba avanzando en la oscuridad y Dany permanecía sentada con las piernas cruzadas en su litera del camarote del capitán, dando de comer a los dragones («Hasta en el mar —había dicho gentilmente Groleo—, las reinas tienen precedencia sobre los capitanes»), llamaron con fuerza a la puerta.

Irri había estado durmiendo al pie de su litera (era demasiado estrecha para tres, y esa noche le tocaba a Jhiqui compartir el suave lecho de plumas con su khaleesi), pero la doncella se levantó al oír que tocaban y fue a la puerta. Dany cogió la colcha y se cubrió hasta las axilas. Dormía desnuda y no había esperado visitas a aquella hora.

—Entrad —dijo cuando vio a Ser Jorah fuera, bajo un farol que se mecía.

—Lamento haber interrumpido vuestro sueño, Alteza —se disculpó el caballero exiliado, inclinando la cabeza al entrar.

—No dormía, ser. Venid y observad.

Tomó un pedazo de tocino del cuenco que tenía en el regazo y lo levantó para que los dragones pudieran verlo. Los tres lo observaron con expresión hambrienta. Rhaegal abrió sus alas verdes y agitó el aire, mientras el cuello de Viserion se movía adelante y atrás como una larga serpiente pálida, siguiendo el movimiento de la mano.

Drogon —dijo Dany en voz baja—, dracarys. —Y tiró el trozo de carne al aire.

Drogon se movió con más celeridad que una cobra al ataque. De su boca brotó una llama naranja, escarlata y negra, que chamuscó la carne antes de que comenzara a caer. Cuando sus afilados dientes negros se cerraron en torno a ella, la cabeza de Rhaegal se aproximó, como intentando robar la presa de las fauces de su hermano, pero Drogon se la tragó y gritó, y el dragón verde, más pequeño, se limitó a sisear de frustración.

—Para ya, Rhaegal —dijo Dany, molesta, al tiempo que le daba un golpecito en la cabeza—. Tú te has comido el anterior. No quiero dragones codiciosos. —Se volvió hacia Ser Jorah y sonrió—. Ya no tengo que asarles la carne en un brasero.

—Eso veo. ¿Dracarys?

Los tres dragones volvieron las cabezas al oír la palabra y Viserion soltó una llama oro pálido que obligó a Ser Jorah a retroceder con rapidez. Dany soltó una risita.

—Tened cuidado con esa palabra, ser, o podrían chamuscaros la barba. Significa «fuego de dragón» en alto valyrio. Quise buscar una orden que nadie fuera a pronunciar de modo casual.

Mormont hizo un gesto de asentimiento.

—Quisiera hablar con vos en privado, Alteza.

—Por supuesto. Irri, déjanos a solas un momento. —Puso una mano sobre el hombro desnudo de Jhiqui y sacudió a la doncella hasta despertarla—. Tú también, amiga mía. Ser Jorah tiene que decirme algo.

—Sí, khaleesi.

Jhiqui bajó desnuda de la litera, bostezando, con la cabellera negra despeinada. Se vistió rápidamente y se fue junto con Irri, cerrando la puerta a sus espaldas.

Dany lanzó a los dragones los restos de tocino para que se lo disputaran y dio una palmada en el lecho, a su lado.

—Sentaos, buen caballero, y decidme qué os preocupa.

—Tres cosas. —Ser Jorah se sentó—. Belwas el Fuerte. El tal Arstan Barbablanca. E Illyrio Mopatis, que los mandó.

«¿Otra vez?» Dany estiró la manta y se cubrió el hombro con uno de sus extremos.

—¿Y por qué?

—Los hechiceros os dijeron en Qarth que seríais traicionada en tres ocasiones —le recordó el caballero exiliado, mientras Viserion y Rhaegal comenzaron a arañarse y a tirarse dentelladas por el último trozo de tocino.

—Una vez por sangre, una vez por oro y una vez por amor. —Dany no lo había olvidado—. Mirri Maz Duur fue la primera.

—Lo que significa que aún quedan dos traidores… y ahora aparecen estos dos. Eso me preocupa, sí. No olvido nunca que Robert ofreció el título de Lord al hombre que os mate.

Dany se inclinó hacia delante y dio un tirón a la cola de Viserion para apartarlo de su hermano verde. Al moverse, la manta le dejó el pecho al descubierto. La agarró deprisa y volvió a cubrirse.

—El Usurpador está muerto —dijo.

—Pero su hijo reina en su lugar. —Ser Jorah levantó la vista y clavó los ojos oscuros en los de ella—. Un hijo obediente paga las deudas de su padre. Hasta las deudas de sangre.

—Ese niño, Joffrey, seguramente me quiere muerta… si se acuerda de que estoy viva. ¿Qué tiene eso que ver con Belwas y con Arstan Barbablanca? El anciano ni siquiera lleva espada. Ya lo habéis visto.

—Sí, sí. Y he visto con qué destreza maneja su bastón. ¿Recordáis cómo mató a aquella manticora en Qarth? Le hubiera resultado igual de fácil aplastaros la garganta.

—Por supuesto, pero no lo hizo —señaló ella—. El aguijón de aquella manticora estaba destinado a matarme. Me salvó la vida.

Khaleesi, ¿no habéis pensado en la posibilidad de que Barbablanca y Belwas pudieran haber estado de acuerdo con el asesino? Tal vez fue un ardid para ganarse vuestra confianza.

La risa súbita de Dany hizo sisear a Drogon y Viserion se posó, agitando las alas, en su percha encima de la escotilla.

—El ardid ha funcionado bien.

—Son las naves de Illyrio —insistió el caballero exiliado sin devolverle la sonrisa—, los capitanes de Illyrio, los marineros de Illyrio… y tanto Belwas el Fuerte como Arstan son hombres suyos, no vuestros.

—El magíster Illyrio me ha protegido en ocasiones anteriores. Belwas el Fuerte dice que lloró al conocer la muerte de mi hermano.