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—Quizá debería mandarme hacer una nueva, de oro —dijo Tyrion, irritado, frotándose la costra—. ¿Qué tipo de nariz me aconsejáis, Varys? ¿Una como la vuestra, para olfatear secretos? ¿O debo decirle al herrero que quiero la nariz de mi padre? —Sonrió—. Mi noble padre trabaja con tanta diligencia que apenas puedo verlo. Decidme, ¿es verdad que ha devuelto su puesto en el Consejo Privado al Gran Maestre Pycelle?

—Es cierto, mi señor.

—¿Debo dar gracias por ello a mi dulce hermana?

Pycelle era un hombre de su hermana; Tyrion le había quitado el puesto, la barba y la dignidad, y lo había hecho encerrar en una celda oscura.

—En absoluto, mi señor. Agradecedlo a los archimaestres de Antigua, que insistieron en que se devolviera su puesto a Pycelle basándose en que sólo el Cónclave podía nombrar o revocar a un Gran Maestre.

«Idiotas de mierda», pensó Tyrion.

—Creo recordar que el verdugo de Maegor el Cruel cesó a tres con su hacha.

—Cierto —asintió Varys—, y el segundo Aegon alimentó a su dragón con el Gran Maestre Gerardys.

—Vaya, y yo sin dragones. Supongo que pude haber sumergido a Pycelle en fuego valyrio para que ardiera. ¿Habría preferido eso la Ciudadela?

—Bueno, hubiera sido algo más acorde con la tradición. —El eunuco soltó una risita ahogada—. Por suerte, se impuso el sentido común, y el Cónclave aceptó el cese de Pycelle y se dedicó a buscar un sucesor. Tras considerar detenidamente al maestre Turquin, el hijo del cordelero, y al maestre Erreck, el bastardo del caballero errante, demostrando de esa manera, para su total satisfacción, que en su orden el talento vale más que el nacimiento, el Cónclave estuvo a punto de mandarnos al maestre Gormon, un Tyrell de Altojardín. Cuando se lo dije a vuestro padre, actuó de inmediato.

El Cónclave se reunía en Antigua, a puertas cerradas, como Tyrion sabía; supuestamente, sus deliberaciones eran secretas.

«Así que Varys también tiene pajaritos en la Ciudadela.»

—Ya veo. Mi padre decidió cortar la rosa antes de que floreciera. —Se rió—. Pycelle es un sapo. Pero es mejor un sapo Lannister que un sapo Tyrell, ¿no?

—El Gran Maestre Pycelle siempre ha sido un buen amigo de vuestra Casa —dijo Varys con dulzura—. Quizá os sirva de consuelo saber que también han rehabilitado a Ser Boros Blount.

Cersei había despojado a Ser Boros de la capa blanca por no haber muerto defendiendo al príncipe Tommen cuando Bronn capturó al chico en la carretera a Rosby. El hombre no era amigo de Tyrion, pero después de aquello, había odiado a Cersei casi con la misma intensidad que él.

«Supongo que eso es algo.»

—Blount es un cobarde jactancioso —dijo en tono amistoso.

—¿De veras? Cielos. De todos modos, los caballeros de la Guardia Real según la tradición sirven durante toda la vida. Quizá Ser Boros demuestre ser más valiente en el futuro. Sin duda, será muy leal.

—A mi padre —apuntó intencionadamente Tyrion.

—Ya que estamos tratando el tema de la Guardia Real… Me pregunto si vuestra maravillosa e inesperada visita tendrá algo que ver con el hermano caído de Ser Boros, el galante Ser Mandon Moore. —El eunuco se acarició la mejilla empolvada—. Ese hombre vuestro, Bronn, manifiesta mucho interés por él últimamente.

Bronn había sacado a la luz todo lo que había podido sobre Ser Mandon, pero sin duda Varys sabía muchas más cosas… y ojalá quisiera compartirlas.

—Al parecer, ese hombre no tenía amigos —dijo Tyrion con precaución.

—Es una lástima —repuso Varys—, una verdadera lástima. Si removéis suficientes piedras en el Valle podríais encontrar algún pariente, pero aquí… Fue Lord Arryn quien lo trajo a Desembarco del Rey, y Robert le puso la capa blanca, pero me temo que ninguno de ellos lo apreciaba mucho. Tampoco era de los que el pueblo llano aclama en los torneos, a pesar de su indudable destreza. Ni siquiera sus amigos de la Guardia Real lo trataban con cariño. Una vez se oyó a Ser Barristan decir que el hombre no tenía otros amigos que su espada, ni otra vida que el servicio… Pero debéis saber que no creo que lo dijera como alabanza. Lo que, sopesándolo bien, es extraño, ¿no os parece? Se podría decir que ésas son ni más ni menos las cualidades que buscamos en nuestra Guardia Real, hombres que no viven para sí, sino para su rey. Bajo esa luz, nuestro valiente Ser Mandon era el perfecto caballero blanco. Y pereció como debe hacerlo un caballero de la Guardia Real, con la espada en la mano, defendiendo a un hombre que lleva la sangre del rey. —El eunuco le sonrió con delicadeza y lo miró fijamente.

«Querrás decir intentando matar a un hombre que lleva la sangre del rey.» Tyrion se preguntó si Varys sabía mucho más de lo que le contaba. Nada de aquello le resultaba nuevo: Bronn le había pasado la misma información. Necesitaba un vínculo con Cersei, una señal de que Ser Mandon había sido el instrumento de su hermana. «No siempre lo que obtenemos es lo que queremos», reflexionó amargamente, lo que le recordó…

—Pero no he venido aquí por Ser Mandon.

—Desde luego. —El eunuco cruzó la habitación hasta la jarra de agua—. ¿Os sirvo, mi señor? —preguntó, mientras llenaba una copa.

—Sí. Pero no una copa de agua. —Juntó las manos—. Quiero que me traigáis a Shae.

—¿Será eso sensato, mi señor? —Varys bebió un sorbo—. Pobre niña… Sería una lástima que vuestro padre la colgara.

No lo sorprendió que Varys lo supiera.

—No, no es sensato, es una locura de mierda. Quiero verla una última vez antes de mandarla lejos. No puedo soportar tenerla tan cerca.

—Lo comprendo.

«¿Cómo podrías comprenderlo?» Tyrion la había visto el día anterior subiendo los peldaños de la escalera de caracol con una tina de agua. Había visto cómo un joven caballero se ofrecía para llevar la pesada carga. La forma en que ella le había tocado el brazo y le había sonreído hizo que a Tyrion se le hiciera un nudo en las entrañas. Se cruzaron a pocos centímetros uno del otro, él bajando y ella subiendo, tan cerca que pudo oler el aroma fresco y limpio de su cabello.

—Mi señor —le había dicho Shae con una leve reverencia, y él sintió el deseo de estirar la mano, agarrarla y besarla en ese mismo lugar, pero lo único que pudo hacer fue una rígida inclinación de cabeza antes de seguir adelante.

—La he visto varias veces —le dijo a Varys—, pero no me atrevo a hablarle. Sospecho que vigilan todos mis movimientos.

—Sospechar eso es una señal de sensatez, mi señor.

—¿Quién?

—Los Kettleblack informan regularmente a vuestra dulce hermana.

—Cuando recuerdo cuánto dinero les pagué a esos canallas… ¿Creéis que hay alguna posibilidad de apartarlos de Cersei con mucho más dinero?

—Siempre existe esa posibilidad, pero yo no apostaría por eso. Ahora los tres son caballeros, y vuestra hermana les ha prometido puestos aún mejores. —De los labios del eunuco salió una risita malvada—. Y el mayor, Ser Osmund, de la Guardia Real, sueña también con otros… favores… No me cabe duda de que podríais igualar la oferta de la reina moneda a moneda, pero ella tiene un segundo cofre que es casi inagotable.

«Por los siete infiernos», pensó Tyrion.

—¿Estáis insinuando que Cersei se folla a Osmund Kettleblack?

—Oh, por supuesto que no, eso sería peligrosísimo, ¿no os parece? No, la reina sólo deja entrever… quizá mañana, o cuando se haya celebrado la boda… Y basta con una sonrisa, un susurro, un chiste vulgar… un seno que roza levemente la manga de él cuando se cruzan… Eso parece suficiente. Pero claro, ¿qué sabe un eunuco de tales cosas?

La punta de su lengua acarició su labio inferior como un tímido animalito rosado.