Incapaz de hablar, Almen se volvió y señaló hacia la plantación de manzanos. En las copas, las manzanas eran puntos rojos que salpicaban el verde como pecas.
—¿Qué es eso? —preguntó Uso mientras se frotaba el rostro alargado.
Moor entrecerró los ojos y después echó a correr hacia el manzanal.
—Id a buscar a todo el mundo —dijo Almen entre jadeos—. A toda la gente del pueblo y de los pueblos vecinos, a la gente que pase por la calzada de Shyman. A todo el mundo. Que vengan para hacer la recolección.
—¿Recolección de qué? —preguntó Adim, fruncido el entrecejo.
—De manzanas. ¿Qué otra cosa crece en los manzanos? Escuchadme, es necesario que todas se hayan recolectado antes de que acabe el día, ¿me habéis oído? ¡Id, daos prisa! ¡Haced correr la voz! ¡Al final resulta que tenemos cosecha!
Y se alejaron corriendo, sí, pero hacia el manzanal para echar antes un vistazo. No se lo reprochaba. Almen siguió hacia la casa y, en el camino, reparó por primera vez en que la hierba que crecía alrededor parecía más verde, más sana.
Miró hacia el este y sintió como un tirón. Como si algo lo arrastrara con suavidad en la dirección por la que había desaparecido el forastero.
«Las manzanas primero», pensó. Después… En fin, ya vería.
2
Cuestión de liderazgo
El retumbo del trueno sonó apagado y amenazador como el gruñido lejano de una bestia. Perrin alzó los ojos hacia el cielo. Unos pocos días antes, el omnipresente manto de nubes que encapotaba el cielo se había ennegrecido como si fuera el heraldo de una terrible tormenta, pero sólo habían caído chaparrones.
Otro retumbo atronador sacudió el aire. No había relámpagos. Perrin palmeó el cuello de Recio—, el caballo olía a nerviosismo y se lo notaba agitado, sudoroso. El animal no era el único que estaba tenso; ese olor flotaba sobre la inmensa multitud de tropas y refugiados mientras avanzaba despacio a través del embarrado terreno. La muchedumbre producía su propio retumbo de pasos, ruido de cascos, chirridos de ruedas de carreta girando, llamadas de hombres y mujeres.
Casi habían llegado a la calzada de Jehannah. Al principio, Perrin había planeado cruzar esa vía y continuar hacia el norte, en dirección a Andor. Pero habían perdido muchísimo tiempo a causa de la enfermedad que había azotado el campamento; de hecho, los dos Asha’man habían estado al borde de la muerte. Y, por si fuera poco, ese espeso barro los había retrasado más aún. Entre unas cosas y otras, había transcurrido más de un mes desde que habían emprendido viaje en Malden y sólo habían recorrido la distancia que, según sus primeros cálculos, Perrin había confiado cubrir al cabo de una semana.
Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta para tocar el pequeño rompecabezas de herrero que guardaba allí. Lo habían encontrado en Malden y había tomado por costumbre buscar la forma de resolverlo. Hasta el momento no había discurrido cómo separar las piezas. Era el rompecabezas más complicado que había visto nunca.
Ni maese Gill ni las otras personas que Perrin había mandado por delante con provisiones habían dado señales de vida. Grady había conseguido abrir unos cuantos accesos pequeños en puntos más avanzados de la ruta para enviar exploradores a buscarlos, pero éstos habían regresado sin haber encontrado a nadie y Perrin empezaba a preocuparse por ellos.
—Milord… —dijo un hombre que se hallaba de pie junto al caballo de Perrin.
Turne era un tipo pelirrojo y larguirucho que se ataba el rizoso cabello y la barba con cordones de cuero. Colgada al cinto llevaba un hacha de guerra, un objeto atroz con una larga púa en el contrafilo.
—No podemos pagaros mucho. ¿Tus hombres tienen caballos? —preguntó Perrin.
—No, no, milord. —El hombre echó una ojeada a sus doce compañeros—. Jarr tenía uno, pero nos lo comimos hace unas cuantas semanas.
Turne apestaba a suciedad y sudor, una mezcla que acentuaba un extraño olor a desganada apatía. ¿Se le habrían embotado las emociones a ese hombre?
—Si no os importa, milord, lo del salario puede esperar. Si tenéis comida… En fin, que con eso bastaría por ahora.
«Debería rechazarlos. Ya tenemos demasiadas bocas que alimentar», pensó Perrin. Luz, pero si lo que tendría que hacer era librarse de gente, no admitir a más. Con todo, esos tipos parecían ser duchos en el manejo de sus armas, y si los rechazaba, lo más probable era que recurrieran al pillaje.
—Id columna abajo y buscad a un hombre que se llama Tam al’Thor. Es un tipo robusto, vestido con ropa de granjero. A cualquiera que preguntéis sabrá deciros por dónde anda. Decidle que hablasteis con Perrin y que he dicho que os dé trabajo a cambio de comida.
Los desaseados hombres se relajaron, y su larguirucho cabecilla desprendió un efluvio a agradecimiento, nada menos. Mercenarios —tal vez bandidos— agradecidos porque los hubiera contratado sólo por la comida. Así andaban las cosas en el mundo.
—Decidme, milord, ¿de verdad tenéis comida? —preguntó Turne mientras su grupo echaba a andar columna de refugiados abajo.
—Sí, es verdad. Acabo de decírtelo.
¿Y no se estropea si pasa una noche sin haberla consumido?
—Pues claro que no. Conservándola como es debido no tiene por qué estropearse —replicó Perrin en tono seco.
Quizá parte del grano tuviera gorgojos, pero se podía comer. El hombre parecía sorprendido, como si le resultara increíble o como si le hubiera dicho que a sus carretas les crecerían alas dentro de poco y saldrían volando por encima de las montañas.
—Anda, ve con tus hombres. Y no olvides advertirles que en este campamento rige una estricta disciplina, así que nada de peleas y nada de hurtos. A la primera señal de que causáis problemas, os doy la patada, de modo que si no queréis ver las orejas al lobo, ya sabéis.
—Sí, milord —contestó Turne, que se apresuró a ir en pos de sus hombres.
Olía a sinceridad. A Tam no le haría gracia tener otros cuantos mercenarios a los que vigilar, pero los Shaido seguían por ahí fuera, en alguna parte. La mayoría parecía haber virado hacia el este; pero, habida cuenta de la lentitud con que viajaban ellos, a Perrin le preocupaba que los Aiel pudieran cambiar de opinión e ir tras él.
Azuzó con suavidad a Recio para que se pusiera en movimiento; dos hombres de Dos Ríos lo flanquearon. Por desgracia, ahora que Aram ya no estaba, los hombres de Dos Ríos habían asumido la tarea de servirle de guardias personales. Los dos incordios de ese día eran Wil al’Seen y Reed Soalen. Perrin había tratado de hacerlos cambiar de idea y los había abroncado, pero ellos insistieron, así que lo dejó estar. No quería calentarse la cabeza más; ya tenía bastantes preocupaciones, de las cuales no era la menos importante los extraños sueños que lo acosaban de noche. Visiones inquietantes de estar trabajando en una forja y ser incapaz de crear nada que valiera la pena.
«¡Deja de pensar en eso! Bastantes pesadillas tienes despierto. Más vale que te ocupes primero de ellas».
Cabalgó columna arriba, seguido por al’Seen y Soalen. La pradera por la que se desplazaban era un paraje abierto donde la hierba amarilleaba, y Perrin reparó con desagrado en varias ringleras grandes de flores silvestres muertas, pudriéndose. Las lluvias primaverales habían convertido muchas zonas como ésta en trampas de barro. Desplazar a tantos refugiados era de por sí una tarea lenta, aun cuando no hubieran surgido burbujas malignas y barrizales. Todo requería más tiempo de lo que había esperado, incluida la partida de Malden.
La multitud levantaba barro al avanzar; el fango manchaba los pantalones de casi todos los refugiados, y el aire estaba cargado del pegajoso olor. Perrin se aproximó a la cabecera de la columna pasando jinetes con petos rojos y yelmos semejantes a ollas con reborde, que sostenían las lanzas en alto. La Guardia Alada de Mayene. Lord Gallenne cabalgaba al frente, con el yelmo de penacho rojo sujeto al costado. El porte del mayor era tan formal que cualquiera habría dicho que estaba desfilando, pero tenía una vista penetrante a pesar de faltarle un ojo y examinaba el entorno con atención. Era un buen soldado. Había buenos soldados a montones en aquel ejército, aunque a veces la tarea de evitar que se enzarzaran unos con otros era tan trabajosa como curvar una herradura.