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Lo mejor sería que Alliandre y los suyos siguieran con ellos por ahora, tanto por la seguridad de la mujer como por la suya propia. Al menos hasta que Grady y Neald se recuperaran. Las picaduras de las serpientes surgidas de la burbuja maligna los habían afectado mucho más a ellos dos y a Masuri —la única Aes Sedai a la que picaron— que a los demás.

Aun así, Grady empezaba a recuperarse y dentro de poco estaría en condiciones de abrir un acceso lo bastante grande para que el ejército pasara por él. Entonces podría mandar a casa a Alliandre y a los hombres de Dos Ríos. El mismo estaría en condiciones de Viajar para reunirse con Rand, fingir que hacían las paces (eran muchos los que todavía pensaban que Rand y él se habían enfadado y que cada cual se había ido por su lado) y por último se libraría de Berelain y su Guardia Alada. De ese modo, las cosas volverían a sus cauces normales.

Quisiera la Luz que todo se solucionara así de fácil. Sacudió la cabeza para disipar el remolino de colores y las imágenes que veía cada vez que pensaba en Rand.

Cerca, Berelain y su tropa salieron a la calzada; parecían muy complacidos de pisar suelo compacto. La hermosa mujer morena lucía un elegante vestido verde ceñido con un cinturón de gotas de fuego; el escote era lo bastante bajo para que Perrin se sintiera incómodo. Durante la ausencia de Faile, él había empezado a confiar en la Principal una vez que dejó de tratarlo como un oso de gran valor al que dar caza para desollarlo.

Ahora Faile había vuelto y, por lo visto, la tregua con Berelain se había acabado. Como siempre, Annoura cabalgaba cerca de ella, aunque ya no se pasaba todo el tiempo charlando con la Principal, como ocurría antes. Perrin había sido incapaz de colegir la razón de que la Aes Sedai hubiera estado reuniéndose con el Profeta, y no creía probable que lo dedujera nunca.

Un día después de haber salido de Malden, los exploradores de Perrin se habían topado con unos cuantos cadáveres a los que habían matado a flechazos, además de robarles los zapatos, los cinturones y cualquier otra cosa de valor. A pesar de que los cuervos le habían arrancado los ojos, Perrin identificó el olor de Masema entre el hedor a putrefacción.

El Profeta había muerto, asesinado por asaltantes. Quizá había sido un final apropiado para él, aunque Perrin todavía tenía la sensación de haber fracasado. Rand le había pedido que le llevara a Masema. Los colores se arremolinaron de nuevo. En cualquier caso, había llegado el momento de reunirse con él. En el remolino de colores vio a Rand de pie ante un edificio con la fachada quemada, la mirada prendida con fijeza en el oeste. Había llevado a cabo la tarea encomendada al ocuparse del Profeta y asegurarse la lealtad de Alliandre. Sólo que Perrin todavía tenía la sensación de que había algo que iba muy mal. Toqueteó el rompecabezas de herrero que llevaba en el bolsillo. Para entender algo, uno tenía que comprender las partes que lo componían.

Olió a Faile antes de que ella llegara a su lado y oyó las pisadas del caballo en la blanda tierra.

—¿Así que Gill se dirige hacia Lugard? —preguntó su mujer cuando se detuvo junto a él.

Perrin asintió con la cabeza.

—Quizás haya sido una decisión acertada. Tal vez deberíamos ir también en esa dirección. ¿Los últimos que se nos han unido son también mercenarios?

—Sí.

—Debemos de haber recogido unas cinco mil personas en las últimas semanas, puede que más —comentó ella, pensativa—. Qué raro, en una región tan desolada como ésta.

Era preciosa, con ese cabello negro como ala de cuervo y los rasgos tan firmes, como esa buena nariz saldaenina entre los ojos rasgados. Vestía un atuendo apropiado para cabalgar, de color rojo intenso, como el vino. La amaba mucho y daba gracias a la Luz por haber logrado recuperarla. ¿Por qué se sentiría ahora tan incómodo cuando la tenía cerca?

—Estás preocupado, esposo —comentó ella.

Qué bien lo conocía. Casi como si fuera capaz de captar e interpretar los olores. No obstante, debía de tratarse de una cualidad relacionada con ser mujer, porque Berelain también tenía esa habilidad.

—Hemos reunido mucha gente. Debería empezar a rechazarlos —gruñó él.

—Sospecho que encontrarían la forma de regresar a nuestro ejército de todas formas.

—¿Por qué iban a hacerlo? Podría dar órdenes para que se lo impidieran.

—El Entramado no obedece órdenes, esposo. —Echó una ojeada a la columna de gente que iba entrando en la calzada.

—¿A qué te…? —Se interrumpió al pillar lo que había querido decir—. ¿Crees que soy yo? ¿Por mi condición de ta’veren?

—En cada parada a lo largo del viaje has ido reuniendo más seguidores. A pesar de las pérdidas en la batalla contra los Aiel, salimos de Malden con una fuerza mayor que la que teníamos al principio. ¿No te ha asombrado que tantos de los que eran gai’shain se hayan aficionado al adiestramiento en el manejo de armas que imparte Tam?

—Pasaron mucho tiempo sometidos y maltratados, y querrán evitar que vuelva a pasarles lo mismo.

Y por eso los toneleros aprenden a luchar con espada y descubren que tienen cualidades para ello. O los constructores, a quienes ni se les paso por la cabeza la idea de luchar contra los Shaido, ahora se entrenan con la vara de combate. Y los mercenarios y hombres de armas que afluyen a nuestro ejército —expuso Faile.

—Es coincidencia.

—¿Coincidencia? ¿Con un ta’veren a la cabeza del ejército? —Parecía divertida por la idea.

Su mujer tenía razón, así que guardó silencio y olió la satisfacción en Faile por haber ganado la discusión. No es que él considerara una discusión ese intercambio de pareceres, pero ella sí. Si acaso, le habría dado rabia que él no hubiese alzado la voz.

—Todo esto acabará dentro de unos días, Faile. Cuando volvamos a disponer de accesos, enviaré a estas gentes a donde les corresponde. No reúno un ejército, sino que ayudo a unos refugiados a regresar a casa.

Sólo le faltaba que hubiera más gente llamándolo «milord» con tanta reverencia y ceremonia.

—Ya veremos —dijo su mujer.

—Faile. —Suspiró y bajó la voz—. Un hombre ha de ver las cosas como son. No tiene sentido llamar bisagra a una hebilla o llamar herradura a un clavo. Te lo he dicho: no soy un buen líder, y lo he demostrado.

—Yo no lo veo así.

Apretó los dedos en torno al rompecabezas de herrero que tenía en el bolsillo. Habían hablado de ese asunto durante las semanas transcurridas desde su partida de Malden, pero ella se negaba a enfocar las cosas con sentido común.

—¡El campamento fue un desastre durante tu ausencia, Faile! Ya te he contado que Arganda y las Doncellas estuvieron a punto de matarse unos a otros. Y Aram… Masema lo corrompió delante de mis narices y no me di cuenta. Las Aes Sedai se traían entre manos enredos que yo ni siquiera alcanzaba a imaginar, y los hombres de Dos Ríos… Ya te habrás fijado que me miran como si los hubiera avergonzado.

El olor de Faile se volvió punzante por la cólera cuando Perrin dijo eso último, y su mujer se volvió bruscamente hacia Berelain.

—No es culpa suya —se apresuró a aclararle Perrin—. Si hubiera estado en condiciones de pensarlo, habría frenado los rumores de raíz, pero no fue así. Ahora tengo que dormir en la cama que yo mismo me preparé. ¡Luz! ¿Qué puede esperarse de un hombre si ni sus propios vecinos tienen buena opinión de él? No soy un noble, Faile, y no hay más que hablar. Lo he demostrado de forma manifiesta.

—Pues sí que es raro. He hablado con los demás y cuentan una historia diferente. Dicen que lograste refrenar a Arganda y atajar los conatos de pelea en el campamento. Además, está la alianza con los seanchan; cuanto más detalles voy descubriendo sobre eso, más impresionada estoy. Actuaste con determinación en un momento de gran incertidumbre, conseguiste concentrar los esfuerzos de todo el mundo y lograste lo imposible al tomar Malden. Esos son actos propios de un cabecilla.