Las baldosas eran rojas como la sangre. Eso no era correcto. Las de allí deberían ser blancas y amarillas. Estas brillaban, como si estuvieran húmedas.
Chubai inhaló con brusquedad y llevó la mano hacia la empuñadura de la espada. Saerin enarcó una ceja. Siuan estuvo tentada de salir disparada como una flecha corredor adelante, pero los sitios donde la mano del Oscuro tocaba el mundo podían ser peligrosos. Cabía la posibilidad de que se encontrara de pronto hundiéndose a través del suelo o siendo el blanco del ataque de unos tapices.
Las dos Aes Sedai dieron media vuelta y regresaron por donde habían llegado. Chubai se demoró un instante, pero después fue deprisa en pos de ellas. La tensión se reflejaba con claridad en el rostro del mayor. Primero los seanchan, y ahora el Dragón Renacido en persona, aparecían en la Torre para atacarla durante su turno de servicio.
Mientras recorrían los pasillos, se encontraron con otras hermanas que iban en la misma dirección. La mayoría llevaba puesto el chal. Uno podría argumentar que se debía a la noticia del día, pero lo cierto era que muchas seguían desconfiando de los otros Ajahs. Una razón más para maldecir a Elaida. Egwene había trabajado de firme para reconstruir la Torre, pero uno no podía recomponer en un mes los desperfectos de años en unas redes rotas.
Por fin llegaron a la Antesala de la Torre. Las hermanas se apelotonaban en el ancho corredor, separadas por Ajahs. Chubai se acercó con premura a los guardias apostados en la puerta para hablar con ellos, y Saerin entró en la Antesala propiamente dicha, donde esperaría con las otras Asentadas. Siuan permaneció de pie fuera, junto a las demás docenas de hermanas.
Las cosas estaban cambiando. Egwene tenía una nueva Guardiana para reemplazar a Sheriam. La elección de Silviana había sido un gran acierto; la mujer tenía fama de sensata —para ser Roja—, y elegirla había contribuido a que las dos mitades de la Torre se fusionaran de nuevo. Aun así, Siuan había albergado una mínima esperanza de ser ella la elegida. Egwene tenía tantas ocupaciones ahora —y estaba demostrando ser tan competente sin la ayuda de nadie— que cada vez contaba menos con ella.
Eso era una gran cosa. Pero al mismo tiempo resultaba exasperante.
Los familiares corredores, el olor a pisos recién fregados, el eco de pisadas… La última vez que había estado allí, mandaba ella. Ya no.
No tenía interés en ascender de nuevo a una posición preeminente. Se les echaba encima la Última Batalla, y no quería dedicar el tiempo a resolver las disputas del Ajah Azul conforme las hermanas se reincorporaban a la Torre. Quería encargarse de lo que se había propuesto hacer tantos años atrás, con Moraine: guiar al Dragón Renacido a la Última Batalla.
A través del vínculo percibió la proximidad de Bryne antes de que le llegara su voz.
—Vaya, tienes cara de preocupación —le oyó decir por encima de los susurros de docenas de conversaciones mientras se acercaba por detrás.
Siuan se volvió hacia él. Era un hombre de porte majestuoso y extraordinariamente sosegado, sobre todo si se tenía en cuenta que Morgase Trakand lo había traicionado y que después se había visto envuelto en la política Aes Sedai, para ser informado a continuación de que iba a dirigir sus tropas en primera línea durante la Última Batalla. Pero así era Bryne. Dueño de sí hasta la exageración. El mero hecho de que el hombre se encontrara allí hizo que se sintiera menos preocupada.
—No creía que pudieras venir tan deprisa —dijo Siuan—. Y no tengo «cara de preocupación», Gareth Bryne. Soy Aes Sedai. Está en mi naturaleza controlarme a mí misma y controlar lo que me rodea.
—Sí. No obstante, cuanto más tiempo paso cerca de las Aes Sedai, más me lo cuestiono. ¿Tienen controladas las emociones? ¿O es que esas emociones no cambian nunca? Si uno está preocupado siempre, tendrá la misma expresión siempre.
Siuan le asestó una mirada intensa.
—Mentecato.
El sonrió y se volvió para mirar el pasillo lleno de Aes Sedai y de Guardianes.
—Venía hacia la Torre con un informe cuando el mensajero me encontró. Gracias.
—No hay de qué —respondió Siuan con no poca aspereza.
—Están nerviosas. Creo que nunca he visto así a las Aes Sedai.
—Es comprensible, ¿no? —espetó ella.
Él la miró y a continuación le puso una mano en el hombro. Los dedos fuertes y encallecidos le rozaron el cuello.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bryne.
Siuan respiró hondo y desvió la vista hacia Egwene, que por fin había llegado y se dirigía a la Antecámara, enfrascada en una conversación con Silviana. Como era habitual, el sombrío Gawyn Trakand iba detrás como una sombra distante. Sin ser tomado en cuenta por Egwene, sin haberlo vinculado como su Guardián y, aun así, sin haberlo expulsado tampoco de la Torre. Desde la reunificación, se había pasado todas las noches guardando la puerta de Egwene, a pesar de que ese hecho despertaba la cólera de ésta.
Conforme Egwene caminaba hacia las puertas de la Antecámara, las hermanas se retiraban hacia atrás para abrirle paso, algunas de mala gana y otras con actitud reverente. Había puesto a la Torre de rodillas desde dentro, mientras recibía palizas a diario y la atiborraban con tanta horcaria que casi no podía encender una vela con el Poder. Tan joven. Con todo, ¿qué significaba la edad para una Aes Sedai?
—Siempre pensé que sería yo la que estaría ahí —musitó Siuan para que sólo la oyera Bryne—. Yo la que lo recibiría y lo guiaría. Yo la que habría tenido que sentarse en esa silla.
Los dedos de Bryne apretaron un poco más fuerte.
—Siuan, yo…
—Oh, no seas así —gruñó al tiempo que lo miraba—. No me arrepiento de nada.
El hombre frunció el entrecejo.
—Ha sido para bien —dijo Siuan, aunque admitirlo hacía que se le retorcieran las entrañas—. A pesar de su tiranía y estupidez, fue beneficioso que Elaida me destituyera, porque esa maniobra nos condujo a Egwene. Ella lo hará mejor de lo que yo lo habría hecho. Cuesta aceptarlo, sí… Realicé un buen trabajo como Amyrlin, pero no habría sido capaz de llevar a cabo lo que ella ha logrado. Dirigir por inspirar respeto, en lugar de por la fuerza. Unir en lugar de dividir. Y por ello me alegro de que sea Egwene quien lo recibe.
Bryne sonrió y le apretó el hombro con cariño.
—¿Qué? —preguntó Siuan.
—Estoy orgulloso de ti.
Ella puso los ojos en blanco.
—Bah. Tu sentimentalismo va a hacer que me ahogue un día de éstos.
—No puedes ocultarme tu bondad, Siuan Sanche. Veo tu corazón.
—Eres un bufón de primera.
—Aun así. Tú nos trajiste hasta aquí, Siuan. Por muy alto que llegue esa joven, lo hará porque tú labraste los escalones para ella.
—Sí, y después le pasé el cincel a Elaida.
Siuan desvió los ojos hacia Egwene, que había cruzado el umbral de la Antecámara. La joven Amyrlin miró a las mujeres reunidas fuera y saludó a Siuan con una leve inclinación de cabeza. Puede que incluso con un poco de respeto.
—Ella es lo que necesitamos ahora, pero tú eres lo que necesitábamos entonces. Lo hiciste bien, Siuan. Ella lo sabe y la Torre lo sabe —dijo Bryne.
Ese era el tipo de cosas que a una le gustaba oír y la hacían sentirse bien.
En fin, ¿lo has visto cuando entraste? —preguntó a Bryne.
Sí. Espera abajo, vigilado al menos por un centenar de guardianes y veintiséis hermanas, dos círculos completos. Sin duda, debe de estar escudado, pero las veintiséis mujeres parecían a punto de ser presas del pánico. Nadie se atreve a tocarlo ni amarrarlo.
—Mientras esté escudado, eso da igual. ¿Parecía asustado? ¿Altanero? ¿Furioso?
—Ninguna de esas cosas.
—Pues, entonces, ¿qué aspecto tenía?
—¿De verdad, Siuan? Su aspecto era como el de una Aes Sedai.
Siuan cerró la boca de golpe. ¿Le estaba tomando el pelo otra vez? No, Bryne parecía serio. Entonces, ¿a qué se refería?