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—¿Qué es eso que consideras tan necesario hablar conmigo? —Egwene se sentó tras el escritorio.

—Es sobre los autores de las muertes.

—¿De qué se trata?

Gawyn cerró la puerta.

—Maldita sea, Egwene. ¿Es que siempre has de mostrarme a la Amyrlin cada vez que hablamos? ¿No puedo ver a Egwene de vez en cuando?

—Te muestro a la Amyrlin porque te niegas a aceptarme como tal. Cuando lo hagas, quizá podamos ir más allá.

—¡Luz! Has aprendido a hablar como una de ellas.

—Eso se debe a que soy una de ellas —replicó Egwene—. Las palabras que eliges para hablar te traicionan. A la Amyrlin no puede servirla quien no reconoce su autoridad.

—Yo la reconozco. De verdad, Egwene. Mas ¿no es importante tener cerca personas que te conocen por quien eres y no por tu título?

—Siempre y cuando sepan que hay un lugar y un momento para la obediencia. —La expresión del rostro de Egwene se suavizó—. Aún no estás preparado, Gawyn. Lo siento.

Él apretó los dientes. «No dramatices», se exhortó.

—De acuerdo. Entonces, respecto a los asesinatos, hemos caído en la cuenta de que ninguna de las mujeres asesinadas tenía Guardián.

—Sí, me han pasado un informe sobre eso.

—Sea como sea, eso me llevó a pensar en un asunto de más alcance. No tenemos suficientes Guardianes.

Egwene frunció el entrecejo.

—Nos estamos preparando para la Última Batalla, Egwene —continuó Gawyn—. Pero todavía hay hermanas sin Guardianes. Muchas hermanas. Algunas tuvieron uno, pero después de muerto este no vincularon a nadie más. Otras no han querido uno nunca, para empezar. Creo que no puedes permitirte ese lujo.

—¿Y qué pretendes que haga? ¿Que ordene a las mujeres que tomen uno? —inquirió, cruzándose de brazos.

—Sí.

Ella se echó a reír.

—Gawyn, la Amyrlin no tiene esa clase de poder.

—Entonces, que lo haga la Antecámara.

—No sabes lo que dices. La elección de un Guardián y la relación con él es una decisión muy personal e íntima. A ninguna mujer se la debería obligar a tomarla.

—Bien, la elección de ir a la guerra también es muy «personal» y muy «íntima» y, sin embargo, a todo lo largo y ancho del continente se emplaza a los hombres para participar en ella —respondió, sin dejarse intimidar—. A veces, los sentimientos no son tan importantes como la supervivencia.

Los Guardianes mantienen con vida a las hermanas, y todas y cada una de las Aes Sedai van a ser de importancia capital dentro de poco. Habrá legiones y legiones de trollocs. Cada hermana en el campo de batalla será más importante que un centenar de soldados, y cada hermana realizando la Curación tendrá en sus manos salvar docenas de vidas. Las Aes Sedai son recursos que pertenecen a la humanidad. No puedes permitirte el lujo de dejar que vayan de aquí para allá sin protección.

Tal vez a causa del fervor de sus palabras, Egwene se echó hacia atrás. Entonces, de modo inesperado, asintió con la cabeza.

—Tal vez haya… sensatez en lo que dices, Gawyn.

—Plantéaselo a la Antecámara. En el fondo, Egwene, que una hermana no vincule a un Guardián es un acto de egoísmo. Ese vínculo hace a un hombre un mejor soldado, y vamos a necesitar todas las ventajas que podamos encontrar. Esto también ayudará a prevenir los asesinatos.

—Veré qué puede hacerse.

—¿Puedes enseñarme los informes que han pasado las hermanas? Me refiero a los asesinatos.

—Gawyn, te he permitido tomar parte en la investigación porque creí que sería conveniente tener otro par de ojos revisando las cosas desde una perspectiva distinta. Pasarte sus informes sólo serviría para influir en ti y que sacaras las mismas conclusiones que ellas —contestó Egwene.

—Al menos, contéstame una pregunta: ¿Las hermanas han planteado la posibilidad de que esto no sea obra del Ajah Negro?, ¿de que el asesino podría ser un Hombre Gris o un Amigo Siniestro?

—No, no lo han hecho, porque sabemos que el asesino no es ninguna de esas dos cosas.

—Pero anoche forzaron la puerta. Y a las mujeres las han matado con un puñal, no con el Poder Único. No hay marcas de accesos abiertos ni…

—Las personas responsables de esas muertes tienen acceso al Poder Único —explicó Egwene, que eligió las palabras con cuidado—. Y quizá no utilizan accesos.

Gawyn entrecerró los ojos. Aquello sonaba como las frases de una mujer que da un rodeo a su juramento de no mentir.

—Guardas secretos que no me dices, y no sólo a mí, sino a toda la Torre.

—A veces, los secretos son necesarios, Gawyn.

—¿No me los puedes confiar? —Gawyn vaciló un instante—. Me preocupa que el asesino vaya por ti, Egwene. No tienes Guardián.

—No cabe duda de que ella vendrá por mí, a la larga.

Egwene jugueteó con algo que tenía encima del escritorio. Parecía una correa de cuero desgastada, de las que se utilizaban para castigar a un delincuente. Qué extraño.

«¿Ella?», cayó de pronto en la cuenta.

—Por favor, Egwene, ¿qué está pasando? —preguntó.

Egwene lo observó con atención y después suspiró.

—Está bien. Esto se lo he dicho a las mujeres encargadas de la investigación, así que quizá debería contártelo a ti también. Una de las Renegadas está en la Torre Blanca.

—¿Qué? —Gawyn llevó la mano a la espada—. ¿Dónde? ¿La tienes cautiva?

—No. Ella es la asesina.

—¿Cómo lo sabes?

—Sé que Mesaana se encuentra aquí. He Soñado que es cierto. Se oculta entre nosotras. ¿Y justo ahora mueren cuatro Aes Sedai? Tiene que ser ella, Gawyn. Es la única explicación que tiene sentido.

El se tragó las preguntas que iba a hacerle. Sabía poco sobre el Sueño, pero era un Talento semejante a la Predicción, por lo que había oído.

—No se lo he contado a todas. Me preocupa que si saben que una de las hermanas que está en la Torre es una Renegada infiltrada, volveremos a dividirnos como cuando Elaida mandaba. Sospecharíamos unas de otras.

Bastante mal están ya las cosas ahora, pensando que las hermanas Negras Viajan a la Torre para cometer asesinatos, pero así, al menos, no desconfían entre ellas. Y tal vez Mesaana crea que no estoy enterada de que ella es la culpable. Bien, pues, ahí tienes el secreto que deseabas saber. No vamos a la caza de una hermana Negra, sino de una Renegada.

Era desalentador pensarlo, pero no más que la idea de que el Dragón Renacido caminara por el mundo. ¡Luz, le costaba menos asimilar la presencia de una Renegada en la Torre que el hecho de que Egwene fuera la Sede Amyrlin!

—Lo solucionaremos —dijo, dando una sensación de seguridad mayor de la que sentía.

—Tengo hermanas examinando el historial de todo el mundo que está en la Torre. Y otras están atentas a cualquier actitud o palabra sospechosa. La encontraremos, pero no veo cómo proporcionar más seguridad a las mujeres sin que se desate un pánico que sería más peligroso.

—Con Guardianes —insistió Gawyn con firmeza.

—Lo pensaré, Gawyn. De momento, necesito que hagas algo por mí.

—Si está en mi mano, Egwene, lo haré. Lo sabes —contestó mientras daba un paso hacia ella.

—¿De veras? —preguntó la joven con sequedad—. Muy bien. Quiero que dejes de guardar mi puerta por la noche.

—¿Qué? ¡Egwene, no!

—¿Ves? —Sacudió la cabeza—. Tu primera reacción es discutirme.

—¡Es deber de un Guardián discutir, en privado, todo aquello que concierne a su Aes Sedai!

Eso se lo había enseñado Hammar.

—Tú no eres mi Guardián, Gawyn.

Eso lo hizo enmudecer.

—Además, poco puedes hacer tú para detener a una Renegada. Esta batalla han de librarla las hermanas, y estoy teniendo mucho cuidado con las salvaguardas que preparo. Quiero que mis aposentos parezcan tentadoramente accesibles. Si intenta atacarme, quizá la sorprenda con una emboscada.