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—Irá también Camaille Nolaisen —dispuso Faile.

Por supuesto. Tenía que incluir a una Cha Faile en el grupo.

Balwer carraspeó para llamar la atención de Perrin.

—Milord, necesitamos urgentemente papel y péñolas nuevas para escribir, y no digamos otros materiales delicados.

—Sin duda, eso podrá esperar —arguyó Perrin, ceñudo.

—No —intervino Faile—. No, esposo, creo que es una buena sugerencia. Deberíamos enviar a alguien para que adquiriera suministros. Balwer, ¿querrás ir tú para traer esas cosas?

—Con gusto, mi señora. Hace tiempo que tengo muchas ganas de visitar esa escuela que el Dragón ha abierto en Cairhien. Ellos tendrán los suministros que necesitamos.

—Supongo que puedes ir tú, entonces —convino Perrin—. Pero nadie más. ¡Luz! Si nos descuidamos un poco, enviamos al puñetero ejército al completo.

Balwer inclinó la cabeza en un gesto de asentimiento, satisfecho a juzgar por su expresión. Era evidente que ese hombre ahora hacía de espía para Perrin. ¿Le diría a Aybara quién era ella en realidad? ¿Se lo habría dicho ya? Perrin no actuaba como si lo supiera.

Morgase recogió más tazas; la reunión empezaba a disgregarse. Era normal que Balwer se hubiera ofrecido a espiar para Aybara; ella habría tenido que abordar antes al hombrecillo para ver qué pedía a cambio de guardar silencio. Errores como ése le podían costar el trono a una reina. Se quedó paralizada, con la mano tendida hacia una taza, sin llegar a ella.

«Ya no eres reina. ¡Tienes que dejar de pensar como si lo fueras!»

Durante las primeras semanas que siguieron a su abdicación secreta, había esperado hallar una forma de volver a Andor para poner su experiencia al servicio de Elayne. Sin embargo, cuanto más lo había pensado, más claro vio que tenía que mantenerse al margen. Todo el mundo en Andor debía dar por sentado que ella había muerto. Cada reina debía hacer las cosas a su manera, y Elayne podría dar la imagen de ser una marioneta de su propia madre si regresaba. Por si fuera poco, se había ganado muchos enemigos antes de marcharse. ¿Por qué habría hecho cosas así? El recuerdo que guardaba de esos días era borroso, pero su vuelta sólo serviría para reabrir viejas heridas.

Siguió recogiendo tazas. Quizá tendría que haber hecho caso a la expresión «nobleza obliga» y haberse dado muerte. Si los enemigos del trono descubrían quién era, la utilizarían contra Elayne del mismo modo que los Capas Blancas lo habrían hecho. Pero, de momento, ella no representaba una amenaza para su hija. Además, estaba convencida de que Elayne no pondría en riesgo la seguridad de Andor, ni siquiera para salvar a su madre.

Perrin despidió a los asistentes y dio algunas instrucciones básicas para acampar esa noche. Morgase se arrodilló y usó un trapo para limpiar la tierra que manchaba un lado de una taza que se había volcado. Niall le había dicho que Gaebril había muerto y que al’Thor controlaba Caemlyn. Eso tendría que haber impelido a Elayne a regresar con prontitud, ¿verdad? ¿Sería la reina? ¿Las casas le habrían otorgado su apoyo o habían actuado contra su hija por lo que ella había hecho?

El grupo de exploradores podría volver con noticias que aguardaba con ansiedad. Tendría que encontrar el modo de estar presente en cualquier reunión donde se presentaran los informes, quizá ofreciéndose a servir el té. Cuanto más mejorara en su trabajo como doncella de Faile, más probabilidades habría de que se enterara de los acontecimientos importantes.

Al tiempo que las Sabias salían de la tienda, Morgase atisbó a alguien fuera. Tallanvor, tan cumplidor como siempre. El hombre, alto y ancho de hombros, llevaba la espada a la cintura; en los ojos tenía una expresión de intensa preocupación.

La había seguido prácticamente de continuo desde Malden, y aunque ella protestara por cuestión de principios, no le importaba. Después de dos meses separados, Tallanvor quería aprovechar todas las ocasiones que se le presentaban de estar juntos. Mirando aquellos hermosos ojos del hombre, Morgase era incapaz de considerar la idea del suicidio, ni siquiera por el bien de Andor. Y por ello se sentía como una estúpida. ¿Es que aún no eran bastantes las veces que había permitido que su corazón la metiera en problemas?

Malden la había cambiado, sin embargo. Había echado muchísimo de menos a Tallanvor. Y entonces, él había ido a su rescate, cuando no tendría por qué haberse arriesgado. Estaba más consagrado a ella que al propio Andor. Y, por alguna razón, eso era justo lo que ella necesitaba. Echó a andar hacia él haciendo equilibrios con ocho tazas que llevaba sujetas en el doblez del brazo, en tanto que sostenía los platos en la mano.

—Maighdin —llamó Perrin cuando ella salía de la tienda.

Morgase vaciló, y se volvió a mirar. Todo el mundo excepto Perrin y su esposa había abandonado ya el pabellón.

—Vuelve, por favor —dijo Perrin—. Tallanvor, puedes entrar también. Te he visto andar al acecho ahí fuera. En serio, ¡como si alguien pudiera abatirse sobre ella desde el aire y llevársela encontrándose en una tienda llena de Sabias y Aes Sedai!

Morgase enarcó una ceja. Que ella supiera, el propio Perrin había seguido a Faile de aquí para allá tanto o más desde que habían vuelto.

Tallanvor le lanzó una sonrisa al entrar. Le quitó algunas tazas del brazo y después los dos se presentaron ante Perrin. Tallanvor hizo una reverencia formal, cosa que despertó irritación en Morgase. Él seguía siendo miembro de la guardia de la reina; el único miembro leal, que ella supiera, así que no debería hacer reverencias a ese rústico arribista.

—Nada más uniros a nosotros, muy al principio, me hicieron una sugerencia —empezó Perrin con brusquedad—. Pues bien, creo que ya es hora de que la tenga en cuenta. Últimamente, vosotros dos sois como jóvenes de pueblos diferentes que se miran embobados en la hora previa a que acabe el Día Solar. Ya va siendo hora de que os caséis. Podríamos pedir a Alliandre que celebre la boda o tal vez podría hacerlo yo. ¿Tenéis alguna tradición para esa ceremonia?

Morgase parpadeó con sorpresa. ¡Maldita Lini por meter esa idea en la cabeza de Perrin! De pronto le entró pánico, aunque Tallanvor la miraba de manera inquisitiva.

—Ve a cambiarte si quieres llevar algo más bonito —sugirió Perrin—. Reunid a quienes queráis de testigos y volved dentro de una hora. Así pondremos fin a esta bobería.

Morgase notó que el rostro le enrojecía de rabia. ¿Bobería? ¡Cómo osaba! ¡Y con esos modales! ¡Despacharla como si fuera una chiquilla, como si sus emociones, su amor, fueran sólo una molestia para él!

Se había puesto a enrollar el mapa; pero, cuando la mano de Faile se posó en su brazo, hizo que él alzara la vista y comprobara que sus órdenes no se habían seguido.

—¿Y bien? —preguntó.

—No —dijo Morgase.

Le sostuvo la mirada a Perrin porque no quería ver la inevitable decepción y el rechazo en el rostro de Tallanvor.

—¿Qué? —preguntó Perrin.

—No, Perrin Aybara —repitió—. No estaré de vuelta aquí dentro de una hora para casarme.

—Pero…

—Si queréis que os sirva un té o que os limpie la tienda o que empaquete algo, entonces mandad llamarme. Si deseáis que os lave la ropa, os complaceré. Pero soy vuestra criada, Perrin Aybara, no una súbdita vuestra. Soy leal a la reina de Andor. Carecéis de autoridad para darme una orden así.

—Yo…

—¡Ni siquiera la propia reina impondría esto a nadie! ¿Obligar a dos personas a casarse por estar cansado de la forma en que se miran uno al otro? ¿Como si fueran dos perros de caza que os proponéis cruzar para después vender los cachorros?

—Mi intención no era ésa en absoluto.

—Pues lo pareció, en cualquier caso. Además, ¿cómo estáis seguro de las intenciones del joven? ¿Habéis hablado con él, le habéis preguntado, le habéis consultado como un señor debería hacer en un asunto como éste?