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Revistió con el tejido la mente del ave y tuvo la impresión de que la vista se le dividía. Un instante después, veía ante sí dos imágenes: el mundo tal como lo percibía ella, y una versión nebulosa de lo que veía el ave. Si enfocaba, era capaz de centrar la atención en una o en otra.

Le hacía daño en el cerebro. La vista de un ave era por completo diferente de la de un ser humano; tenía un campo de visión mucho mayor y los colores eran tan vividos que casi cegaban, pero se veía borroso y costaba trabajo calcular las distancias.

Se introdujo la vista del ave en el fondo de la mente. Una paloma resultaría poco llamativa, aunque era más difícil de utilizar que un cuervo o una rata, los ojos preferidos por el Oscuro. El tejido funcionaba mejor en esos animales que con otros. Sin embargo, casi todas las alimañas que espiaban para el Oscuro tenían que regresar para informar, y sólo entonces se sabía lo que habían visto. No estaba segura de por qué ocurría tal cosa; nunca había encontrado mucho sentido a las complejidades de los tejidos especiales del Poder Verdadero. Al menos, no tanto como el que habían tenido para Aginor.

Aran’gar regresó con su Aes Sedai, que en los últimos días parecía mostrarse más retraída. La mujer hizo una profunda reverencia a Graendal y permaneció en una postura servicial. Graendal retiró con cuidado su Compulsión a Ramshalan, dejándolo aturdido y desorientado.

—¿Qué deseáis que haga, Insigne Señora? —preguntó Delana, que miró a Aran’gar para después volver la vista hacia Graendal.

—Compulsión —contestó— Tan intrincada y compleja como seas capaz de hacerla.

—¿Para que tenga qué efecto, Insigne Señora?

—Que sea capaz de actuar por sí mismo —pidió Graendal—. Pero que se le borren todos los recuerdos que tenga de aquí. Sustitúyelos por uno de haber hablado con una familia de mercaderes y haber forjado su alianza. Agrega al azar unos cuantos requisitos más, cualesquiera que se te ocurran.

Delana frunció el entrecejo, pero había aprendido a no cuestionar a los Elegidos. Graendal se cruzó de brazos y dio golpecitos con un dedo mientras observaba el trabajo de la Aes Sedai. Cada vez estaba más nerviosa. Al’Thor sabía dónde se encontraba. ¿Atacaría? No, él no hacía daño a las mujeres. Esa flaqueza en particular era importante. Significaba que disponía de tiempo para reaccionar, ¿verdad?

¿Cómo se las había arreglado para seguirle la pista hasta este palacio? Había cubierto su rastro a la perfección. Los únicos acólitos que había dejado fuera del alcance de su vista se hallaban sometidos a una Compulsión tan fuerte que quitársela los mataría. ¿Sería que la Aes Sedai que seguía con él, la tal Nynaeve, una mujer dotada para la Curación, habría conseguido socavar e interpretar sus tejidos?

Graendal necesitaba tiempo y necesitaba descubrir lo que sabía al’Thor. Si Nynaeve al’Meara tenía la destreza requerida para interpretar las Compulsiones, quizá corría peligro. Graendal necesitaba dejarle un rastro falso que lo retrasara; de ahí su requerimiento para que Delana creara una Compulsión compleja con disposiciones raras.

Hacerle pasar un suplicio. Eso estaba a su alcance.

—Ahora tú —le dijo a Aran’gar cuando Delana acabó—. Algo enrevesado. Quiero que al’Thor y su Aes Sedai encuentren el toque de un hombre en la mente. —Eso los desconcertaría más si cabe.

Aran’gar se encogió de hombros, pero hizo lo que le pedía y colocó una Compulsión densa y compleja en la mente del infortunado Ramshalan. Era guapo en cierto modo. ¿Habría creído al’Thor que ella lo querría para que fuera una de sus mascotas? ¿Recordaría lo suficiente de lo que había sido Lews Therin para saber eso sobre ella? Los informes que tenía respecto a cuánto recordaba de su antigua vida eran contradictorios, pero al parecer cada vez recordaba más y más cosas. Eso la preocupaba. Quizá Lews Therin podría haberla rastreado hasta este palacio. En ningún momento imaginó que al’Thor sería capaz de hacer lo mismo.

Aran’gar terminó.

—Bien —dijo Graendal, que soltó los tejidos de Aire y habló a Ramshalan—. Regresa y cuéntale al Dragón Renacido que has tenido éxito en tu misión.

Ramshalan parpadeó y sacudió la cabeza.

—Eh… Sí, mi señora. Sí, creo que los compromisos que hemos acordado hoy serán muy beneficiosos para ambos. —Sonrió.

Estúpido mentecato.

—Quizá deberíamos cenar y brindar por el éxito, ¿no, lady Basene? La caminata para venir hasta aquí a veros ha sido extenuante, y yo…

—Vete —lo interrumpió con frialdad.

—Como digáis. ¡Seréis recompensada cuando sea rey!

Los guardias lo condujeron fuera de la sala, y el muy necio se puso a silbar con aire de suficiencia. Graendal se sentó y cerró los ojos; varios de sus soldados se acercaron para montar guardia a su alrededor, sin apenas hacer ruido con las botas en la gruesa alfombra.

Miró a través de los ojos de la paloma y se fue acostumbrando a la extraña visión del ave. Obedeciendo su orden, un sirviente la tomó en las manos y la llevó a una ventana del pasillo, fuera de la sala. La paloma saltó al alféizar, y Graendal la azuzó con un pequeño estímulo para que alzara el vuelo. Pero no tenía suficiente práctica para controlarla del todo, y volar era mucho más difícil de lo que parecía.

La paloma aleteó y saltó de la ventana. El sol se metía detrás de las montañas y las perfilaba con intensos matices rojos y anaranjados; abajo, el lago tenía un profundo color azul oscuro, casi negro. La vista era imponente y le provocó náuseas cuando la paloma se elevó en el aire y se posó en una de las torres.

Por fin Ramshalan salió por las puertas, allá abajo. Graendal azuzó a la paloma, que saltó de la torre y se zambulló hacia el suelo. Graendal apretó los dientes para aguantar la impresión del veloz picado que redujo a una mancha borrosa las piedras del palacio. La paloma enderezó el vuelo y aleteó en pos de Ramshalan. Parecía que el hombre rezongaba entre dientes, aunque Graendal sólo percibía sonidos rudimentarios a través de los oídos del ave.

Lo siguió durante un tiempo a través de los bosques que iban oscureciendo de forma paulatina. Un búho habría sido mejor, pero no tenía ninguno capturado; se reprendió por ese descuido. La paloma volaba de rama en rama; el suelo del bosque era una desordenada maraña de monte bajo y agujas de pino caídas. Le resultaba muy desagradable.

Había una luz más adelante. Era tenue, pero los ojos de la paloma demarcaban con facilidad luz y sombra, movimiento y quietud. Azuzó al ave para que se adelantara a investigar, dejando atrás a Ramshalan.

La luz procedía de un acceso abierto en medio de un pequeño claro e irradiaba un brillo cálido. Delante había unas figuras de pie. Una de ellas era al’Thor.

Graendal tuvo un momento de pánico. Él estaba allí. Mirando desde la cresta de un cerro, en su dirección. ¡Por la más negra oscuridad! Hasta ese momento no había sabido con seguridad si él se encontraría allí, en persona, o si Ramshalan viajaría a través de un acceso para presentarle su informe. ¿A qué jugaba al’Thor? Hizo que la paloma se posara en una rama. Oía protestar a Aran’gar y preguntarle que qué pasaba. Había visto la paloma y debía de haberse dado cuenta de lo que se traía entre manos.

Se concentró más. El Dragón Renacido, el hombre que en otra era había sido Lews Therin Telamon. Y sabía dónde estaba ella. Por aquel entonces la había odiado con todas sus fuerzas; ¿cuánto de lo ocurrido antaño guardaría en la memoria? ¿La recordaría como la asesina de Yanet?

Los Aiel domados de al’Thor llevaron a Ramshalan ante él, y Nynaeve lo examinó. Sí, esa mujer parecía capaz de interpretar la Compulsión. Al menos, sabía lo que debía buscar. Tendría que morir. Al’Thor dependía de ella; y su muerte le ocasionaría dolor. Y, después de ella, la amante morena de al’Thor.

Graendal azuzó a la paloma para que bajara a otra rama más cerca del suelo. ¿Qué medidas tomaría al’Thor? El instinto le decía a Graendal que él no haría nada hasta que desentrañara su confabulación. Ahora actuaba igual que había hecho durante su era; le gustaba planificar las cosas, dedicar tiempo a desarrollar un asalto hasta alcanzar un crescendo.