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– Te gusta lo que haces, ¿verdad?

– Me encanta.

– Entonces tenemos algo en común, después de todo.

– ¿De verdad disfrutas con los papeles que interpretas?

– Lo ves, de nuevo ese toque altivo.

– Me resulta difícil imaginar que alguien disfrute con un trabajo que glorifica la violencia.

– Olvidas que al final suelo morir, lo que convierte a mis películas en moralejas morales. Deberían gustarte.

La multitud les salió al paso cuando llegaron a la piazza. Ella miró alrededor, a los puestos callejeros, que exhibían su mercancía en cestos de los que sobresalían frutas y verduras como si fuesen brillantes juguetes. Potes con especias llenaban el aire de aromas, junto a las ristras de ajo y los pimientos. Los vendedores ambulantes ofrecían pañuelos de seda y bolsos de piel. Coloreados paquetes de pasta descansaban junto a botellas de aceite de oliva con forma de perfumes. Pasó junto a una carretilla cargada con pastillas de jabón de color tierra aromatizadas con lavanda, semillas de amapola y ralladura de limón. Cuando se detuvo para oler los jabones de lavanda, le echó un vistazo a Ren, que estaba contemplando una jaula de pájaros. Pensó en otros actores que conocía. Les había oído hablar de cómo tenían que buscar en su interior para encontrar las semillas necesarias para interpretar un determinado personaje, y se preguntó si Ren encontraba en su interior aquello que le permitía interpretar los papeles de malvado de forma tan convincente. ¿Los restos de unos sentimientos forjados en una infancia conflictiva?

Cuando se le acercó, él hizo un gesto hacia los canarios.

– No estoy pensando en cargármelos, si es eso lo que te preocupa.

– Supongo que dos pajarillos no suponen reto suficiente para ti. -Ella tocó el cerrojo de la jaula-. No le des demasiada importancia pero, hablando objetivamente, me pareces un actor estupendo. Apuesto a que serías capaz de interpretar el papel de un gran héroe si te lo propusieses.

– ¿Otra vez con eso?

– ¿No sería hermoso salvar a una chica, para variar, en lugar de acabar con ella?

– No se trata siempre de mujeres. Soy una bestia equitativa. Y ya traté de salvar a una en una ocasión, pero no funcionó. ¿Has visto por casualidad Noviembre es el momento?

– No.

– Ni tú ni nadie. Interpreté a un noble pero ingenuo doctor que se ve envuelto en una trama médica mientras lucha por salvar la vida de la heroína. Fue un fracaso.

– Tal vez fallaba el guión.

– O tal vez no. -La miró-. Ésa es la lección que he aprendido de la vida, Fifi: hay quien ha nacido para interpretar al héroe y quien ha nacido para interpretar al malo. Luchar contra tu destino hace que la vida sea más dura de lo que tendría que ser. Aparte de eso, la gente recuerda durante más tiempo al malvado y se olvida pronto del héroe.

Si no hubiese apreciado aquel deje de dolor en su rostro el día anterior, tal vez lo habría dejado correr, pero rebuscar en la psique de las personas era su segunda obsesión.

– Hay una enorme diferencia entre interpretar al malo en la pantalla e interpretarlo en la vida real, o como mínimo sentir que uno lo es.

– No eres muy sutil. Si quieres saber cosas de Karli, pregúntame directamente.

Ella no había pensado sólo en Karli, pero no le contradijo.

– Quizá necesites hablar de lo que ocurrió. La oscuridad pierde parte de su poder cuando viertes sobre ella algo de luz.

– Espérame aquí un momento, ¿vale? Tengo que ir a vomitar.

Isabel no se sintió ofendida. Se limitó a bajar la voz y hablar con mayor suavidad.

– ¿Tuviste algo que ver con su muerte, Ren?

– No vas a cerrar la boca, ¿verdad?

– Me has dicho que te preguntase. Pues te pregunto.

Él le dedicó una encendida mirada, pero no siguió caminando.

– Ni siquiera habíamos hablado desde hacía un año. Y cuando nos veíamos, ninguno de los dos demostraba demasiada pasión. No se mató por mi culpa. Murió porque era drogadicta. Por desgracia, los periodistas menos escrupulosos querían una historia más sensacionalista, así que se la inventaron, y como nunca he desmentido ni confirmado nada de lo que dijeron de mí en la prensa, ni siquiera he podido lamentar su pérdida. ¿Acaso podría?

– Claro que puedes. -Isabel rezó una rápida plegaria por el alma de Karli Swenson, sólo unas pocas palabras, pero, habida cuenta de su actual vacío espiritual, agradeció poder siquiera rezar un poco-. Lamento que hayas tenido que pasar por eso.

La grieta en su armadura de autoprotección había sido muy pequeña, y no tardó en recuperar sus aires de malvado.

– No necesito tu empatía. La mala prensa no hace sino aumentar mi atractivo profesional.

– Touché. Me retracto.

– No vuelvas a hacerlo. -La agarró del brazo para conducirla entre la multitud.

– Si algo he aprendido, es a no contrariar a nadie que lleve una riñonera.

– Graciosa.

Ella sonrió entre dientes.

– ¿Has visto cómo nos mira la gente? No pueden entender cómo una mujer como yo puede ir con un cretino como tú.

– Creen que soy rico y que tú eres una chuchería por la que he pagado.

– ¿Una chuchería? ¿En serio? -Le gustaba cómo sonaba.

– No te alegres tanto. Tengo hambre. -La arrastró hasta una pequeña gelateria, donde, tras una vitrina de cristal, se exponían los recipientes de delicioso helado italiano.

Ren se dirigió al adolescente que atendía tras el mostrador en un italiano macarrónico aderezado con un acento sureño que a Isabel casi le hizo reír. Él la miró de soslayo y, poco después, salió de la tienda con dos cucuruchos. Probó el de mango y frambuesa con la punta de la lengua.

– Podrías haberme preguntado qué sabor prefería.

– ¿Para qué? Te habrías limitado a pedir vainilla.

Habría pedido chocolate.

– No lo sabes.

– Eres una mujer que apuesta siempre sobre seguro.

– ¿Cómo puedes decir eso después de lo que ocurrió?

– ¿Te refieres a nuestra noche… pecaminosa?

– No quiero hablar de eso.

– Lo cual demuestra lo que he dicho. Si no te gustase apostar sobre seguro, no seguirías obsesionada con lo que pudo haber sido una experiencia memorable.

A ella le habría gustado que no la definiese en esos términos.

– Si hubiese estado bien sexualmente… Bueno, habría merecido la pena obsesionarse. -Ralentizó el paso y se quitó las gafas para mirarla a los ojos-. Ya sabes lo que quiero decir con «bien», ¿o no, Fifi? Cuando te sientes tan a gusto que lo único que deseas es quedarte en la cama el resto de tu vida. Cuando no acabas de llenarte del cuerpo del otro, cuando parece que cada roce es de seda, cuando estás tan excitado que…

– Entiendo. No necesito más ejemplos. -Se dijo que se trataba de otro de los trucos de Ren Gage y que lo que buscaba era incomodarla con aquella insinuante mirada y aquella voz seductora. Tomó aire para tranquilizarse.

El sol le calentaba los hombros desnudos. Pasó un adolescente montado en un scooter. Apreció el olor de las hierbas aromáticas y del pan recién hecho que impregnaba el aire. Sus brazos se rozaron. Ella lamió su helado, deshaciendo el mango y la frambuesa sobre sus papilas gustativas. Sentía despiertos todos sus sentidos.

– ¿Intentas seducirme? -dijo Ren y volvió a colocarse las gafas.

– ¿De qué estás hablando?

– De eso que estás haciendo con la lengua.