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Cogió el trapo de secar los vasos y consideró la posibilidad de telefonear a Anna Vesto otra vez, pero sospechaba que Ren ya la habría puesto al corriente. Subir a la villa para enfrentarse a él era justo lo que Ren deseaba que hiciese: quería que bailase al son de su música. Pero la electricidad no era tan importante. Tal vez él tuviese la astucia de su parte, pero ella disponía de las Cuatro Piedras Angulares.

Acaso él suponía que ella perdería la cabeza y le permitiría arrastrarla lado oscuro? No tenía ningún sentido. Ella había vendido su alma en ocasión, pero no tenía la menor intención de volver a hacerlo. Un movimiento fuera de la casa llamó su atención. Se asomó por la puerta de la cocina y vio a dos hombres en el olivar. No quería más sorpresas, por lo que fue hasta allí para saber qué ocurría.

– ¿Están aquí por lo de la electricidad?

El mayor de los hombres tenía la cara surcada de arrugas y el pelo gris, el otro era fornido, de ojos oscuros y piel cetrina. Dejó el pico y la pala en suelo cuando ella se aproximó.

– ¿Electricidad? -La miró por encima del hombro al estilo de los hombres italianos-. No, signora. Hemos venido por el problema con el pozo.

– Pensé que el problema tenía que ver con los desagües.

– Sí -dijo el hombre mayor-. Mi hijo no habla bien inglés. Soy Massimo Vesto. Me ocupo de las tierras. Y él es Giancarlo. Vamos a comprobar si se puede excavar.

Ella echó un vistazo al pico y la pala. Extraño equipo de comprobación. O tal vez Massimo tampoco hablaba demasiado bien inglés.

– Haremos mucho ruido -dijo Giancarlo-. Mucho polvo.

– Podré sobrellevarlo.

Regresó a la casa. Pocos minutos después, apareció Vittorio, con su neo pelo suelto meciéndose con la brisa.

– ¡Signora Favor! Hoy es su día de suerte.

Cuando el calor del mediodía lo obligó a entrar, Ren estaba de mal humor. Según palabras de Anna, Isabel había subido a un Fiat rojo y se había ido con un hombre llamado Vittorio. ¿Quién demonios era Vittorio? ¿Y por qué Isabel se iba si Ren tenía planes para ella?

Tomó una ducha y después llamó a su agente. Los de Jaguar querían que pusiese la voz a uno de sus anuncios de automóviles, y la revista Beau Monde estaba interesada en realizar el reportaje de portada sobre su persona. Y lo más importante, el guión para la película de Howard Jenks estaba finalmente acabado.

Ren había hablado largo y tendido con Jenks acerca del papel de Kaspar Street. Éste era un asesino en serie, un hombre oscuro y complejo que liquidaba a las mujeres de las que se enamoraba. Ren había firmado el proyecto sin conocer el final del guión, pues Jenks, que era famoso por el secretismo que mostraba respecto a su trabajo, no había acabado de retocarlo. Ren no recordaba haber estado nunca tan nervioso respecto a una película de lo que estaba con Asesinato en la noche. Aunque no tanto como para olvidar que Isabel se había marchado con un hombre en un Fiat rojo.

¿Dónde estaría ahora?

– Gracias, Vittorio. He pasado una tarde estupenda.

– El placer ha sido mío. -Le dedicó su sonrisa más encantadora-. Pronto la llevaré a Siena, y entonces podrá decir que ha estado en el cielo.

Ella sonrió mientras él se marchaba. Todavía no sabía si él había aportado su granito de arena en alejarla de la casa. Su comportamiento había estado por encima de todo reproche, encantador y suficientemente galante como para halagarla sin llegar a incomodarla. Le dijo que los clientes que le habían contratado para ese día habían cancelado el tour, e insistió en llevarla a ver el pequeño pueblo de Monteriggioni. Y mientras paseaban por la encantadora y pequeña piazza del pueblo, le había propuesto llegar hasta Casalleone. Fuera como fuese, se las había ingeniado para mantenerla lejos de casa durante toda la tarde. La pregunta era: ¿qué había pasado allí en su ausencia?

En lugar de entrar, dio un paseo por el olivar. No vio signo alguno de excavación, pero había pisadas en la tierra cerca de un cobertizo de piedra en la falda de la colina. Las huellas junto a la puerta de madera indicaban que habían estado allí, pero no podía decir si habían entrado o no, y cuando intentó abrir la puerta comprobó que estaba cerrada con llave.

Oyó el crujido de la grava y alzó la vista para ver a Marta en el linde del jardín, observándola. Se sintió culpable, como si la hubiesen pillado fisgando. Marta no apartó sus ojos de ella hasta que Isabel se alejó de allí.

Esa misma noche, Isabel esperó hasta que la vieja se fuese a sus dependencias para buscar la llave del cobertizo. Pero sin luz, no pudo mirar dentro de los cajones o el fondo de los armarios, así que decidió intentarlo por la mañana.

Mientras subía las escaleras en dirección a su habitación, se preguntó qué estaría haciendo Ren. Probablemente el amor con alguna hermosa signora del pueblo. La idea la deprimió más de lo que le habría gustado.

Abrió las contraventanas que Marta insistía en cerrar todas las noches y vio la luz que se filtraba por las de las dependencias de la vieja. Al parecer, no todo el mundo en aquella casa se había quedado sin electricidad.

No dejó de volverse en la cama toda la noche, obsesionada con la electricidad y con Ren y la guapa italiana. De ahí que no se despertase hasta cerca de las nueve, saltándose de nuevo todo lo que indicaba la agenda. Se dio una ducha rápida y, para entonces, su frustración alcanzó un punto culminante, por lo que llamó a la villa y preguntó por Ren.

– El signore Gage no está disponible -dijo Anna.

– ¿Podría decirme qué pasa con mi electricidad?

– Nos ocuparemos. -Y la comunicación se cortó.

Isabel tuvo ganas de subir hasta la villa, pero él era muy astuto y sin duda estaba intentando manipularla. Sólo había que ver cómo había atraído a Jennifer Lopez hasta sus malvadas garras.

Salió al jardín, llenó un barreño con agua jabonosa y fue en busca de uno de los gatos. Si no se mantenía ocupada, se le iban a crispar los nervios.

Ren rebuscó en su bolsillo el cigarrillo de emergencia, pero entonces recordó que ya se lo había fumado, lo cual no era una buena señal, pues eran las once de la mañana. Desde luego aquella mujer era más difícil de manejar de lo que había supuesto. Tal vez tendría que tener en cuenta el hecho de que era psicóloga. Pero, maldita sea, quería que ella viniese a él, no al revés.

Tenía que esperar, pero no tenía la paciencia necesaria y no quería ceder. La idea le fastidiaba, pero a largo plazo ¿cuál era la diferencia? De un modo u otro tendrían que cumplir su destino sexual.

Decidió ir a su olivar, como si se tratase de un paseo casual. Si resultaba que ella estaba en el jardín, diría algo como: «Eh, Fifi, ¿se ha solucionado ya el problema con la electricidad? ¿Ah, no? Vaya, maldita sea… Verás, ¿por qué no subes y hablamos con Anna?»

Pero la suerte no estaba de su parte. Todo lo que vio en el jardín fue un trío de gatos hambrientos.

Tal vez un café y leer el periódico le calmasen un poco, aunque lo que realmente deseaba era otro cigarrillo. Al subirse al Maserati, las visiones del Fiat rojo danzaban en su cabeza. Con el entrecejo fruncido, puso el motor en marcha.

Estaba alcanzando el final del camino cuando la vio. Paró el coche y bajó de un salto.

– ¿Qué demonios estás haciendo? -le dijo.

Ella alzó la vista hacia él por debajo de su sombrero de paja. A pesar de los guantes, parecía más digna que una reina.

– Estoy recogiendo la basura de los márgenes del camino. -Metió una botella de limonada vacía en la bolsa de plástico que arrastraba.

– Por el amor de Dios, ¿por qué estás haciendo eso?

– Por favor, no invoques el nombre de Dios en vano. A ella no le gusta. Y las basuras arruinan el entorno, sin importar el campo en que estén.