– Ésa sería mi opción, pero supongo que cada uno tiene su propia idea de entretenimiento, así que puedes elegir la tuya. Bien pensado, sería mejor para los dos si me dejases que te llevase a la cama.
– Pierdes el tiempo si sigues por ese camino.
Él se removió en la silla.
– Has pasado por muchas cosas en los últimos seis meses. ¿No crees que te mereces un pequeño respiro?
– Hacienda acabó conmigo. No puedo permitirme demasiados respiros. Tengo que volver a poner mi carrera en marcha para poder pagarme un techo, y la única manera de conseguirlo es trabajando. -Mientras lo decía sentía las punzadas de pánico abriéndose paso en su interior.
– Hay muchas maneras de trabajar.
– Sugieres que me tumbe de espaldas, ¿no?
– Puedes ponerte encima, si lo prefieres.
Ella suspiró.
Él se puso en pie y se volvió hacia el olivar.
– ¿Qué están haciendo Massimo y Giancarlo allí abajo?
– Algo relacionado con los desagües o con un pozo, dependiendo de la traducción.
Él bostezó de nuevo.
– Voy a correr un poco. Después hablaremos con Tracy. Y no te niegues, a menos que quieras cargar sobre tu conciencia con la muerte de una mujer embarazada y sus cuatro odiosos hijos.
– Oh, no voy a negarme. No querría perderme ver cómo te subes por las paredes.
Él frunció el entrecejo y se fue.
Una hora después Isabel estaba cambiando las sábanas de su cama cuando le oyó regresar y entrar en el baño. Ella sonrió. No tardó demasiado en oírlo aullar.
– Se me olvidó decírtelo -dijo con dulzura-. No tenemos agua caliente.
Tracy estaba en medio del dormitorio que había ocupado. Maletas, ropa y todo un surtido de juguetes se extendían por el suelo a su alrededor. Mientras Ren se apoyaba en la pared mirándolas a ambas con ceño, Isabel empezó a separar la ropa sucia de la limpia.
– ¿Entiendes ahora por qué me divorcié de él?
Tracy tenía los ojos enrojecidos y parecía cansada, pero aun así estaba atractiva con un albornoz color cereza. Isabel se preguntó cómo sería disponer de semejante belleza sin esfuerzo alguno. Tracy y Ren eran tal para cual.
– Es un hombre frío. Un cabrón sin sentimientos. Por eso me divorcié de él.
– Sí tengo sentimientos. -Ren sonó totalmente falso-. Pero ya te he dicho que, dado el delicado estado de los nervios de Isabel…
– ¿Estás mal de los nervios, Isabel?
– No, a menos que tengas en cuenta una grave crisis vital. -Dejó una camiseta en la pila de la ropa sucia y se dedicó a seleccionar la ropa interior limpia. Los niños estaban en la cocina con Anna y Marta pero, al igual que Ren, habían dejado rastro de su paso por todas partes.
– ¿Te molestan los niños? -preguntó Tracy.
– Son estupendos. Estoy disfrutando mucho con ellos. -Se preguntó si Tracy entendería que los problemas en el comportamiento de sus hijos se debían a la tensión reinante entre sus padres.
– Ésa no es la cuestión -terció Ren-. La cuestión es que te has presentado aquí sin avisar…
– ¿Podrías pensar en alguien más que en ti mismo por una vez? -Tracy tiró al suelo un GameBoy, interrumpiendo el meticuloso trabajo de recogida de Isabel-. No podré cuidar a cuatro niños tan activos en una habitación de hotel.
– ¡Suite! Te he reservado una suite.
– Tú eres mi amigo de toda la vida. Si el amigo de toda la vida no quiere ayudar a su amiga de toda la vida cuando tiene problemas, ¿quién lo hará?
– Los amigos más recientes. Tus familiares. ¿Qué tal tu prima Petrina?
– Detesto a Petrina desde nuestra puesta de largo. ¿No recuerdas que intentó pegarte? Además, ninguna de esas personas está ahora en Europa.
– Lo cual es otra razón para que vuelvas a casa. No soy un experto en embarazos, pero entiendo que una mujer embarazada tiene que estar rodeada de cosas familiares.
– Tal vez en el siglo XVIII. -Tracy hizo un gesto de desesperación hacia Isabel-. ¿Podrías recomendarme un buen psicólogo? Me he casado dos veces con hombres que tienen piedras en lugar de corazón, así que necesito ayuda. Aunque al menos Ren no me puso los cuernos.
Isabel apartó de la línea de fuego la ropa que había ordenado.
– ¿Tu marido te ha sido infiel?
La voz de Tracy se hizo más insegura.
– No quiere admitirlo.
– Pero crees que tenía una aventura…
– Los pillé juntos. Una secretaria suiza de su oficina. Él me culpaba de haberme vuelto a quedar embarazada. -Cerró los ojos-. Fue su venganza.
Isabel no pudo evitar sentir un creciente desagrado por el señor Harry Briggs.
Tracy inclinó la cabeza y el cabello le cayó sobre un hombro.
– Sé razonable, Ren. No voy a quedarme para siempre. Sólo necesito unas semanas para aclarar mis pensamientos antes de enfrentarme al regreso.
– ¿Unas semanas?
– Los niños y yo estaremos todo el rato en la piscina. Ni siquiera te enterarás de que estamos aquí.
– ¿Maaaaaami? -Brittany entró en la habitación; a excepción de los calcetines, iba completamente desnuda-. ¡Connor ha vomitado! -Y se marchó.
– Brittany Briggs, ¡vuelve inmediatamente! -Tracy salió tras la niña dando bandazos-. ¡Brittany!
Ren sacudió la cabeza.
– Resulta difícil creer que sea la misma chica que se ponía hecha una furia si la criada la despertaba antes del mediodía.
– Es más frágil de lo que crees. Por eso ha venido a buscarte. Comprendes que tienes que dejar que se quede, ¿verdad?
– Tengo que salir de aquí. -La agarró del brazo, y ella apenas tuvo tiempo de coger el sombrero de paja antes de que la sacase por la puerta-. Te invito a un café en el pueblo, y también te compraré uno de esos calendarios pornográficos que tanto te gustan.
– Es tentador, pero debo empezar a tomar notas para mi nuevo libro. El de la superación de las crisis personales -añadió.
– Créeme. Alguien que se entretiene recogiendo basura de los campos no tiene la menor idea de cómo superar una crisis. -Empezó a bajar las escaleras-. Algún día tendrás que admitir que la vida es demasiado complicada como para arreglarlo todo con tus Cuatro Piedras Angulares.
– Ya he visto lo complicada que puede ser la vida. -Sonó a defensa, pero no pudo evitarlo-. También he comprobado cómo aplicar los principios de las Cuatro Piedras Angulares puede hacer que las cosas vayan mejor. Y no sólo para mí, Ren. Hay mucha gente que puede asegurarlo. -¿Cuán patético había sonado eso?
– Estoy seguro de que las Cuatro Piedras Angulares funcionan en muchas situaciones, pero no siempre para todo el mundo, y no creo que estén funcionándote a ti ahora.
– No están funcionando porque no estoy aplicando los principios de manera adecuada. -Se mordió el labio inferior-. Y, además, tengo que añadir algunos pasos nuevos.
– ¿Vas a relajarte de una vez?
– ¿Y tú?
– No me juzgues tan rápidamente. Al menos, yo tengo una vida.
– Trabajas en películas horrorosas donde tienes que hacer cosas terribles. Tienes que disfrazarte para salir a la calle. No estás casado, no tienes familia. ¿A eso llamas tener una vida?
– Bueno, si te vas a poner quisquillosa… -Recorrió el suelo de mármol hacia la puerta principal.
– Tal vez puedas desmontar la vida de los demás con un par de comentarios irónicos, pero eso no funciona conmigo.
– Eso es porque has olvidado cómo reír -le espetó y cogió el pomo de la puerta.
– Eso no es cierto. Ahora mismo me estás haciendo reír. ¡Ja!
La puerta se abrió y al otro lado había un hombre.
– ¡Maldito bastardo ladrón de mujeres! -gritó. Y propinó un puñetazo a Ren.
11
Isabel cayó en el suelo de mármol, pero el hombre sólo había golpeado a Ren en el hombro y, de hecho, éste ya estaba de nuevo en pie, dispuesto a acabar con él. Ella le lanzó una mirada de incredulidad al asaltante.