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– Aparte del hecho de que estás completamente equivocada -dijo Harry-, ¿qué tipo de vida sería crecer con unos padres que no quieren vivir juntos?

Aquellas palabras casi hicieron llorar a Tracy. Él estaba tirando la toalla. Harry Briggs, el más trabajador, terco y decente de todos los hombres que ella había conocido, estaba tirando la toalla.

– Podéis vivir juntos -dijo Isabel con firmeza-. Sólo tenéis que descubrir cómo hacerlo. -Señaló a Harry-. Tienes que asumir algunas prioridades. Llama a la gente para la que trabajas y diles que no vas a estar disponible durante unos días.

– Estás malgastando saliva -dijo Tracy-. Harry nunca dejaría de ir a trabajar.

Isabel ignoró su comentario.

– Hay muchos dormitorios en la villa, señor Briggs. Instálate en uno y deshaz la maleta.

Ren alzó las cejas.

– ¡Eh!

Isabel ignoró la protesta de Ren.

– Tracy, necesitas algo de tiempo para ti. ¿Por qué no sales un poco? Harry, tus hijos te han echado de menos. Puedes pasar la tarde con ellos.

Harry parecía indignado.

– Espera un momento. Yo no voy a…

– Oh, sí vas a hacerlo. -Físicamente, Isabel podía verse pequeña junto a aquella piscina, pero ahora estaba enfadada, y eso la hacía crecer-. Vas a hacerlo porque eres decente y porque los niños te necesitan. Y si eso no fuera suficiente -dijo mirándolo fijamente-, lo harás porque te lo digo yo. -Le sostuvo la mirada durante lo que pareció una eternidad, después se volvió y se fue.

Ren, que odiaba las manifestaciones emocionales tanto como Harry, no pudo seguirla de lo rápida que iba.

Harry maldijo entre dientes. Estar a solas con él era más de lo que Tracy podía tolerar en ese momento, así que se dirigió hacia la casa. Isabel estaba en lo cierto: tenía que estar sola un rato.

Las campanas de una iglesia sonaron en la distancia, y el corazón de Tracy estaba tan dolorido que casi le costaba respirar. ¿Qué nos ha pasado, Harry? Se suponía que nuestro amor era para siempre.

Pero ese siempre parecía haberlos dejado atrás.

Ren siguió a Isabel a través del jardín de la villa y sendero abajo hacia el viñedo. El suave balanceo de su cabello bajo el sombrero de paja iba al compás de su decidida zancada. Ren no solía sentirse atraído por las diosas de la guerra, pero nada de la atracción que sentía por ella había sido normal desde el principio.

¿Por qué no le había alquilado la casa una mujer normal? Una mujer agradable que entendiese que el sexo era sólo sexo, y que no desease explicarle a todo el mundo cómo tenía que vivir su vida. Es más, una mujer que no rezase cuando estaba con él. Ese día había tenido la clara impresión de que rezaba por él, y ¿qué chorrada era ésa cuando lo hacía la mujer con que querías acostarte?

Se puso a su altura.

– Acabo de ver las Cuatro Piedras Angulares en acción, ¿no es así?

– Los dos están heridos, pero tienen que superarlo. La responsabilidad personal es el centro de toda vida bien llevada.

– Recuérdame que no me meta nunca contigo. Eh, espera, ya lo he hecho. -Resistió el impulso de destrozar aquel estúpido sombrero. Las mujeres como Isabel no tenían que llevar sombrero. Tenían que enfrentarse al mundo con la cabeza descubierta, con una espada en una mano, un escudo en la otra y un coro de ángeles cantando el Aleluya a su espalda-. ¿Han sido imaginaciones mías o has llamado a esos pequeños monstruos del infierno «hermosos niños»?

En lugar de sonreír, ella pareció aún más atribulada.

– Crees que tendría que haberme mantenido al margen, ¿verdad? Que he sido avasalladora y prepotente. Sin duda me he mostrado dura, dominante y exigente, ¿no es así?

– Me has quitado las palabras de la boca. -En realidad no lo había pensado. Ella había estado genial con ellos. Pero si cedía un dedo, ella se tomaría el brazo-. ¿No te enseñaron en esas clases de psicología a no entrometerte en la vida de los demás a menos que te pidiesen consejo?

A medida que ralentizaba el paso, Isabel volvía a parecer enfadada.

– ¿Desde cuándo está bien la idea de que un matrimonio sea para usar y tirar? ¿Es que a la gente no se le ocurre pensar que no es fácil? El matrimonio es un trabajo duro. Requiere sacrificio y compromiso. La pareja requiere…

– Él le es infiel.

– ¿En serio? No me parece que Tracy sea una fuente muy fiable. Y por lo que he visto hoy, nunca han hablado seriamente de ninguno de sus problemas. ¿Les has oído a alguno de los dos mencionar la palabra «asesoramiento»? Porque yo no. Lo que he visto es orgullo herido envuelto en todo tipo de hostilidades.

– Lo que, corrígeme si me equivoco, no parece la mejor manera de llevar adelante un matrimonio.

– No si la hostilidad es genuina. Crecí con eso y, créeme, ese tipo de guerras envenenan todo lo que tocan, especialmente a los niños. Pero Tracy y Harry no juegan en la liga de mis padres.

A él no le gustaba pensar que Isabel había sido una niña rodeada de hostilidad. Había aprendido a desconectar de ciertas cosas, era su manera de protegerse. Ella se preocupaba con demasiado empeño por las personas que la rodeaban, y eso la hacía más vulnerable.

La expresión de Isabel se hizo más grave.

– Odio cuando la gente tira la toalla sin luchar. Es cobardía emocional, y viola lo más sagrado de nuestras vidas. Se amaban lo suficiente como para concebir cinco criaturas, pero ahora bajan los brazos y toman el camino fácil. ¿Es que ya nadie tiene agallas?

– Eh, no me fastidies. Yo sólo soy tu compañero sexual, ¿recuerdas?

– No eres mi compañero sexual.

– Vale, no en este momento, pero hay probabilidades de que así sea el futuro. Aunque tienes que dejar esas tonterías de los rezos. Me saca quicio. Tú, sin embargo, me pones a cien.

Ella alzó la cara al cielo.

– Por favor, Dios, no le lances un rayo a este hombre, a pesar de que se lo merezca.

Él sonrió, contento de haberla hecho sonreír finalmente.

– Me deseas. Admítelo. Me deseas tanto que apenas puedes controlarte.

– Las mujeres que te desean acaban muertas y enterradas.

– Sólo los fuertes sobreviven. Desabróchate la camisa.

Ella entreabrió la boca y abrió los ojos como platos. Al menos de momento, Ren había logrado que se olvidase de los Briggs.

– ¿Qué has dicho?

– No es muy inteligente de tu parte intentar razonar conmigo. Limítate a desabrochártela.

En menos de un suspiro, la expresión de Isabel pasó de la confusión al cálculo. Ella le tenía tomada la medida, y si Ren no se andaba con cuidado le clavaría uno de aquellos cuidados dedos en mitad del pecho.

Él le ofreció una maliciosa sonrisa, y afinó los labios en un gesto de lascivia para hacer que le palpitase el corazón.

La mandíbula de Isabel dibujó una línea que no indicaba nada bueno.

Él cambió el peso de pierna y se inclinó amenazadoramente, algo que supuso que a ella no le gustaría. Estiró la mano y, con siniestra lentitud, trazó una línea sobre la yugular de Isabel con el pulgar.

Ella torció el gesto.

Ren se lo estaba pasando bien. Pero… ¿qué demonios estaba haciendo? Siempre evitaba comportarse así para no intimidar a las mujeres en la vida real, y ahora estaba atemorizándola de forma deliberada y agresiva. Y aún más sorprendente, las chispas de indignación en sus ojos color miel indicaban que tal vez ella estaba apreciando sus esfuerzos.

– Creo que te he dado una orden -le susurró con su voz más cavernosa.

– Así es.

Era una presuntuosa de tomo y lomo. De acuerdo, estaba pidiendo a gritos aquella actitud.