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Isabel dio un paso atrás para dejarle libertad de movimientos.

Ren se tomó su tiempo, y fue posando sus ojos de actor en todos y cada uno de los presentes, dándoselas de chico malo como sólo él sabía hacerlo. Cuando el silencio se hizo insoportable, habló. En italiano.

Ella tendría que haber supuesto que la conversación no sería en inglés, pero no había pensado en ello. Se sintió tan frustrada que quiso gritar.

Cuando Ren dejó de hablar, todos quisieron responder al mismo tiempo. Fue como observar a una brigada de directores de orquesta hiperactivos. Gestos hacia el cielo, hacia la tierra, hacia sus propias cabezas o sus pechos. Sonoros gritos, encogimientos de hombros. Le fastidiaba no saber qué estaban diciendo.

– En inglés -dijo ella en un susurro, pero él estaba demasiado ocupado abroncando a Anna como para prestarle atención.

El ama de llaves se colocó al frente de la multitud y le respondió con los dramáticos aires de una diva representando un aria.

Él la cortó y dijo algo ala multitud. Tras sus palabras, empezaron a dispersarse, murmurando.

– ¿Qué han dicho? -preguntó Isabel.

– Más tonterías sobre el pozo.

– Encuentra su punto débil.

– Ya lo he hecho. -Se adentró en el jardín-. Giulia y Vittorio, vosotros no vais a ninguna parte.

14

Vittorio y Giulia, incómodos, se miraron y a su pesar regresaron al jardín. Anna y Marta desaparecieron, dejándolos solos a los cuatro. Ren parecía dispuesto a matar.

– Quiero saber qué está pasando en mi propiedad. Y no me insultéis con más tonterías sobre problemas con el agua.

Vittorio parecía tan inquieto que Isabel casi sintió lástima por él.

– Es muy complicado -dijo.

– Simplifícalo para que podamos entenderlo -replicó Ren.

Vittorio y Giulia se miraron. Pudo apreciarse un deje de contrariedad en el gesto de la mujer.

– Tenemos que contárselo, Vittorio.

– No -dijo-. Vete al coche.

– ¡Vete tú al coche! -Giulia gesticuló-. Tú y tus amigos no habéis sido capaces de hacerlo. Ahora me toca a mí.

– Giulia… -le advirtió Vittorio, pero ella lo ignoró.

– Esto… esto se remonta a… Paolo Baglio, el hermano de Marta -dijo ella.

– ¡Basta! -Vittorio tenía la expresión desolada de un hombre que está presenciando un desastre y no sabe cómo detenerlo.

Giulia le hizo a un lado y encaró a Ren.

– Él era… él era el representante local de… de la Familia.

– La Mafia. -Ren se sentó en el muro, aliviado de saber que se trataba del crimen organizado.

Vittorio se alejó, como si las palabras de su mujer le resultasen demasiado dolorosas para oírlas.

Giulia parecía estar calculando cuánto contar.

– Paolo era… era el responsable de que nuestros comerciantes locales no cayeran en desgracia. ¿Sabe a qué me refiero? Que nadie rompiese los escaparates de las tiendas por la noche o que no desapareciese el camión del reparto de flores.

– Dinero a cambio de protección -dijo Ren.

– Llámalo como quieras. -Movió las manos, que eran pequeñas y delicadas, con una alianza de matrimonio en un dedo y anillos más pequeños en los otros-. Sólo somos un pueblo rural, pero todo el mundo sabe cómo funciona esto. Los comerciantes pagaban a Paolo el primer día de cada mes. Gracias a eso, nadie rompía los escaparates, el florista hacía su reparto y no había problemas. -Hizo girar su alianza en el dedo-. Pero entonces Paolo sufrió un ataque de corazón y murió. -Se mordió el labio-. En un principio, todo fue bien… excepto para Marta, que le añoraba mucho. Pero justo antes de que llegases tú, Isabel, vinieron algunos hombres de la ciudad. No eran hombres buenos. Hombres de Nápoles. -Apretó los labios, como si notase en la boca un sabor amargo-. Fueron a por… a por nuestro alcalde. Fue terrible. Pero al hacerlo comprendimos que Paolo había sido un insensato. Les había mentido acerca del dinero que recolectaba y se había guardado para sí muchos millones de liras. -Respiró hondo-. Nos dieron un mes para encontrar el dinero y devolvérselo. De no ser así… -Dejó colgando aquellas palabras.

Vittorio se acercó. Ahora que Giulia había empezado, parecía resignado a acabar la historia.

– Marta está segura de que Paolo escondió el dinero en algún lugar cercano a la casa. Sabemos que no lo gastó, y Marta recuerda que estaba trabajando en el muro cuando murió.

– El plazo está a punto de acabarse -dijo Giulia-. No queríamos mentiros, pero qué otra cosa podríamos haber hecho. Era peligroso para vosotros veros involucrados, y sólo deseábamos protegeros. ¿Entiendes ahora, Isabel, por qué queríamos que te trasladases al pueblo? Temíamos que esos hombres se impacientasen y viniesen aquí. Y si te encontraban en su camino… -Hizo un claro gesto indicando su cuello.

– La cosa está muy mal -dijo Vittorio-. Tenemos que encontrar el dinero, lo cual significa que tenemos que desmontar el muro lo antes posible.

– Sí. Esos hombres son muy peligrosos.

– Interesante. -Ren se puso en pie-. Necesito algo de tiempo para pensar en esto.

– Por favor, no tarde demasiado -suplicó Giulia.

– Lamentamos mucho haber tenido que mentirles -dijo Vittorio-. Y otra cosa, Isabel. También lamento lo del fantasma de la otra noche. Era Giancarlo. De haberlo sabido, habría impedido que lo hiciese. Vendréis a cenar a casa igualmente la semana que viene, ¿no?

– Y a recoger setas -dijo Giulia a Isabel-. La próxima vez que llueva.

– Por supuesto -respondió Isabel.

Cuando la pareja se fue, Isabel suspiró y se sentó sobre el muro. Por un instante, se dejó envolver por la paz del jardín, después miró a Ren.

– ¿Les crees?

– Ni una palabra.

– Yo tampoco. -Empezó a mordisquearse la uña del pulgar pero se detuvo a tiempo-. De una cosa sí estoy segura: hay algo escondido aquí.

– Toda esta zona está plagada de objetos enterrados bajo tierra. -Se palpó el bolsillo trasero de los vaqueros y se dio cuenta de que ya había fumado el cigarrillo del día-. Cuando se encuentra un objeto, incluso si se trata de un terreno privado, se convierte en propiedad del gobierno. Tal vez la buena gente de Casalleone está sobre la pista de algo tan valioso que no quiere entregarlo.

– ¿Y crees que todo el pueblo participa en la conspiración? Bernardo es policía. No parece tener demasiado sentido.

– Los policías son conocidos por su falta de honradez. ¿Tienes una idea mejor? -Miró hacia las colinas.

– Tiene que ser un objeto muy especial. -Una hoja cayó sobre el muro, a su lado, y ella la apartó-. Creo que tenemos que profundizar en esto.

– Estoy de acuerdo. Intentaré estar aquí cuando retiren la última piedra del muro.

– Yo también. -Uno de los gatos se acercó para restregarse contra sus piernas. Ella se inclinó para levantarlo.

– Necesito tu coche para subir a la villa por un rato. Que Dios me proteja.

– Bien. Yo tengo que trabajar y tú me distraes.

– ¿En el libro sobre la crisis?-Sí. Y no digas una sola palabra.

– Así que te distraigo, ¿eh?

Ella se apretó el pulgar cerrando el puño.

– Eso he dicho, Ren. No te molestes en volcar tus ardores sobre mí, porque no pasará nada mientras no hablemos.

Él dejó escapar un suspiro de resignación.

– Podemos cenar juntos esta noche en San Gimignano. Y hablaremos.

– Gracias.

Ren esbozó una sonrisa de engreimiento.

– Pero en cuanto acabes de hablar, pondré mis manos donde quiera. Y ponte algo sexy. Preferiblemente con escote y sin ropa interior.

– Los adolescentes me alucináis. ¿Alguna otra orden?

– No, creo que eso es todo. -Se puso a silbar mientras se alejaba, con el aspecto de un guapo gandul más que del psicópata preferido de Hollywood.