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Ella se dio un rápido baño y se dispuso a tomar notas de algunas ideas para su libro, pero su cerebro no funcionaba, así que dejó el papel a un lado y se encaminó a la villa para ver qué hacía Tracy.

– Paso el rato. -La ex mujer de Ren estaba tumbada en una hamaca junto a la piscina, con los ojos cerrados-. Harry y los niños me odian, y el bebé me provoca gases.

Isabel había visto a los niños bajar del coche de Harry con las caras manchadas de helado.

– Si Harry te odiase, no creo que siguiese aquí.

Tracy tiró hacia arriba del respaldo de la hamaca y se puso las gafas de sol.

– Es sólo porque se siente culpable por los niños. Se irá mañana.

– ¿Habéis intentado hablar?

– De hecho, hablé yo y él se mostró condescendiente.

– ¿Por qué no lo intentáis otra vez? Esta noche, después de que los niños se vayan a dormir. Sírvele una copa de vino y pídele que haga una lista con tres cosas que tú podrías hacer para que se sintiese feliz.

– Eso es sencillo. Elevar mi coeficiente intelectual veinte puntos, ser organizada en lugar de estar embarazada y cambiar mi personalidad por completo.

Isabel se echó a reír.

– Estamos mostrándonos un poco autocompasivas, ¿no?

Tracy la miró por encima de las gafas de sol.

– Eres una psicóloga un tanto extraña.

– Lo sé. Piensa en ello, ¿de acuerdo? Pregúntaselo, y sé sincera. Sin sarcasmo.

– ¿Sin sarcasmo? Me dejas sin nada. Pero háblame de Ren y tú.

Isabel se recostó en la silla.

– Prefiero no hacerlo.

– La buena doctora puede hablar de los demás pero no de sí misma. Me gusta ver que no soy la única mujer que se arruga por aquí.

– No, sin duda. Y lo único que puedo decir es lo obvio: he perdido la cabeza.

– Él provoca ese efecto en las mujeres.

– No estoy en mi terreno.

– Sin embargo, tienes una baja tolerancia a las tonterías, así que sabes perfectamente dónde te estás metiendo. Eso te da ventaja respecto a otras mujeres.

– Supongo que sí.

– ¡Mammmiii! -Connor apareció con sus anchos pantalones cortos azules bamboleándose mientras corría.

– ¡Eh, muchachote! -Tracy se puso en pie, lo alzó en brazos y cubrió su cara manchada de helado con un montón de besos. Él miró a Isabel por encima del hombro de su madre y sonrió, mostrando sus brillantes dientecitos.

Algo afligió el corazón de Isabel. La vida de Tracy tal vez fuese un desastre, pero seguía teniendo sus recompensas.

Ren recogió el ansiado sobre de FedEx, que le esperaba en la consola del vestíbulo de la villa, y corrió hacia su dormitorio. Echó el pestillo de la puerta para evitar la intrusión de los pequeños y se sentó en un sillón junto a la ventana. Al ver la portada del guión con las palabras Asesinato en la noche escritas con letras sencillas, sintió una emoción indescriptible. Howard había acabado finalmente el guión.

Sabía, debido a las conversaciones mantenidas con Howard, que su intención era proponerle al público una pregunta fundamentaclass="underline" ¿Kaspar Street era simplemente un psicópata o bien, lo cual era más inquietante, el fruto de una sociedad que necesitaba la violencia? Incluso santa Isabel habría aprobado ese mensaje. La recordó tal como estaba hacía menos de media hora, con el sol brillando en su pelo y aquellos preciosos ojos. Le encantaba cómo olía, a especias, sexo y bondad humana. Pero no podía pensar ahora en ella, pues su carrera estaba a punto de dar un giro radical. Se arrellanó en el asiento y empezó a leer.

Dos horas después tenía el cuerpo cubierto por un sudor frío. Era el mejor trabajo que Jenks había hecho jamás. El papel de Street tenía oscuros recovecos y sutiles variaciones que le obligarían a sacar lo mejor de sí como actor. No cabía duda de que cualquier actor de Hollywood habría querido protagonizar esa película.

Pero Jenks había introducido un importante cambio desde la última vez que habían hablado, un cambio que Howard no le había comentado. Con un brillante golpe de timón, había intensificado el perfil del personaje. En lugar de tratarse de un hombre que mataba a las mujeres que amaba, Kaspar Street era ahora un pederasta. Toda una pesadilla.

Ren apoyó la espalda y cerró los ojos. El cambio de orientación había sido una genialidad, pero… No había pero posible. Ése sería el papel que e colocaría en la mira de los mejores directores de Hollywood.

Cogió una hoja para empezar a tomar notas sobre el personaje. Ése era siempre el primer paso, y le gustaba hacerlo justo después de la lectura inicial del guión, mientras sus impresiones aún estaban frescas. Apuntaba sensaciones, ideas acerca del vestuario y los movimientos físicos, cualquier cosa que le viniese a la mente y que pudiese ayudarle a construir el personaje.

Jugueteó con el capuchón del bolígrafo. Por lo general, las ideas fluían, pero el cambio de Jenks le había desequilibrado, y no se le ocurrió nada. Necesitaba más tiempo para asimilarlo. Lo intentaría al día siguiente.

Unas horas después, mientras regresaba a la casa de abajo, decidió no comentarle el cambio de guión a Isabel. No tenía sentido irritarla más. No ahora. No cuando lo que él tanto había esperado estaba a punto de concretarse.

Isabel ignoró la sugerencia de Ren respecto a vestirse de un modo sexy, y escogió su vestido de tirantes negro de corte conservador, y añadió un chal negro con diminutas estrellas doradas para cubrirse los hombros desnudos. Estaba dándole de comer a los gatos cuando oyó ruido a su espalda. Se volvió para ver un intelectual de aspecto angustiado junto a la puerta de la casa. Con el cabello despeinado, gafas de montura metálica, una camisa arrugada aunque limpia, pantalones caqui y la mochila colgando del hombro, parecía el hermano menor con tendencias literarias de Ren Gage.

Ella sonrió.

– Me estaba preguntando quién sería mi cita de esta noche.

Ren le sostuvo la mirada y suspiró.

– Una minifalda habría resultado más esperanzadora.

En el camino, vio un Alfa-Romeo plateado aparcado tras el Panda.

– ¿De dónde ha salido?

– No podré disponer de mi coche durante un tiempo, así que me han dejado éste para pasar el rato.

– La gente se compra barras de chocolate para pasar el rato, no coches.

– Sólo la gente pobre como tú.

La ciudad de San Gimignano estaba ubicada en lo alto de una colina como si de una corona se tratase, y sus cuatro torreones de observación se alzaban con dramatismo contra el sol poniente. Isabel intentó imaginarse qué sentirían los peregrinos provenientes del norte de Europa camino de Roma al ver por primera vez aquella ciudad. Tras los peligros que entrañaba la carretera abierta, San Gimignano le pareció un refugio de fuerza y seguridad.

Ren, al parecer, pensaba lo mismo que ella.

– Para hacer las cosas como Dios manda, tendríamos que llegar a pie.

– No creo que estos tacones hayan sido pensados para los peregrinos. Es muy bonita, ¿verdad?

– Es la ciudad medieval mejor conservada de toda la Toscana. Por si no has tenido tiempo de ojear la guía, te diré que se debe a un curioso accidente.

– ¿A qué te refieres?

– Ésta era una importante ciudad hasta que la peste negra acabó con la mayoría de la población.

– Igual que el castillo.

– Sin duda, una mala época para ir por ahí sin antibióticos. San Gimignano dejó de ser una parada principal en la ruta de peregrinaje y perdió su estatus. Por suerte para nosotros, los pocos habitantes que sobrevivieron no disponían del dinero suficiente para modernizarla, de ahí que la mayoría de las torres sigan en pie. Algunas escenas de con Mussolini se filmaron aquí. -Un autobús turístico pasó en dirección contraria-. Ésa es la nueva peste negra -dijo-. Demasiados turistas. Pero la ciudad es tan pequeña que la mayoría de ellos no pasan la noche. Anna me aseguró que se queda vacía a última hora de la tarde.