Ren aprovechó cualquier excusa para tocarla durante la cena. Sus piernas se rozaron bajo la mesa. Le tocó la rodilla. Jugueteó con sus dedos y le fue dando comida de su plato. Con un trillado movimiento sacado de una de sus películas, le rozó con el pulgar el labio superior. Cuán calculador podía ser un hombre? Lo curioso es que estaba dando resultado.
Ren apartó la taza vacía de su cappuccino. La cena había sido deliciosa, pero no podía recordar qué habían comido.
– ¿Has acabado? -le preguntó.
Oh, ella sí había acabado.
Tras asentir, la sacó del comedor y la condujo hacia las escaleras, pero en lugar de descender, ascendieron.
– ¿Dónde vamos?
– Pensé que te gustaría ver unas preciosas vistas de la piazza.
Ya había visto suficientes vistas por ese día. Quería regresar a la casa. ¿O tal vez Ren querría hacerlo en el coche? Ella nunca lo había hecho en un coche, pero esa noche parecía el momento ideal para probar nuevas experiencias.
– Creo que paso de las vistas. Podríamos ir hacia el coche.
– No corras tanto. Sé que te gustará. -Con la mano en su codo, giró por un pasillo y sacó una pesada llave del bolsillo.
– ¿Cuándo lo preparaste?
– ¿Acaso pensabas que iba a darte la oportunidad de cambiar de opinión?
La habitación era pequeña, con molduras doradas, un remolino de querubines pintados al fresco en el techo y una cama doble con un sencillo cobertor blanco.
– Era la única que les quedaba, pero servirá, ¿no te parece?
Dejó la mochila en el suelo.
– Es bonita. -Isabel se sacó las sandalias, determinada a no cederle la iniciativa. Dejó el chal sobre una silla de madera, después abrió el bolso, sacó un preservativo y lo dejó sobre la mesilla de noche. Obviamente, Ren se echó a reír.
– No pareces demasiado optimista. -Se sacó las gafas y las dejó a un lado.
– Tengo más.
– Por supuesto. -Cerró la puerta con llave-. Y, por supuesto, yo también.
Isabel se recordó que esa noche no tenía nada que ver con el amor o la duración. Tenía que ver con sexo, el resultado previsible si se estaba cerca de Lorenzo Gage. Y ahora él sería su juguetito personal. Su aspecto era inmejorable.
Intentó planear cómo empezar. ¿Tenía que desvestirlo a él primero? ¿Desenvolverlo como a un regalo de cumpleaños? ¿O mejor besarle?
Él dejó la llave sobre la cómoda y frunció el entrecejo.
– ¿Estás haciendo una lista?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Porque has puesto esa cara que pones cuando haces listas.
– Te pone nervioso, ¿verdad? -Recorrió el trecho que los separaba, le rodeó los hombros con los brazos y se mantuvo a la distancia precisa para observar aquella hermosa boca. Entonces le dio un mordisquito en el labio superior, sólo para que supiese que se las iba a ver con una tigresa.
Luego le abrazó con más fuerza y le dio un húmedo y profundo beso con la boca abierta, dejándole claro en todo momento que su lengua era la que conducía.
A Ren no parecía importarle.
Ella metió una de sus piernas entre las pantorrillas de Ren. Él le aferró las nalgas y la alzó del suelo, lo cual resultó perfecto, pues la hizo parecer más alta que él y, bueno, a ella le encantaba tener una posición de superioridad. Puso un poco más de sí misma en aquel beso y deslizó un muslo entre los suyos.
A él le gustó aquel movimiento, y echó a andar hacia la cama.
– Desnúdate primero -dijo Isabel.
– ¿Que me desnude?
– Ajá… Y hazlo despacio.
La dejó en un extremo de la cama y la miró con muy malas intenciones. Sus sensuales labios apenas se movieron cuando habló:
– ¿Estás segura de ser lo bastante mujer para lidiar conmigo?
– Bastante, sí.
– No me gustaría que te adelantases.
– Muéstrame de qué eres capaz.
Isabel podría haber dicho que Ren estaba disfrutando, a pesar de que no lo demostraba en exceso parpadeando con sus oscuras y largas pestañas. También supo que no empezaría a enseñar músculos o hacer poses de calendario. Era auténtico.
Muy despacio, lánguidamente, Ren se desabrochó la camisa. Se tomó su tiempo para liberar cada botón con la punta de los dedos. La camisa se abrió. Ella dejó escapar un suspiro.
– Excelente. Me encanta tener a una estrella de la pantalla toda para mí.
La camisa resbaló por su cuerpo hasta caer al suelo. Llevó las manos hasta la hebilla del cinturón, pero en lugar de abrirlo alzó una ceja hacia Isabel.
– Inspírame.
Ella metió las manos bajo su vestido, se sacó la braguita y la arrojó a un lado.
– Excelente. Me encanta tener a una gurú sexual sólo para mí.
Abrió la hebilla, se quitó los zapatos y los calcetines y bajó unos centímetros la cremallera. Estaba realizando una actuación de primera.
Isabel esperó ansiosa a que él siguiese bajando la cremallera, pero Ren negó con la cabeza.
– Un poco más de inspiración -pidió.
Ella se llevó las manos a la espalda y bajó su cremallera mucho más de que él había abierto la suya. El vestido resbaló y dejó al descubierto uno de sus hombros. Se sacó los pendientes.
– Patético -masculló él, y se deshizo de los pantalones, quedando frente a ella con sólo unos bóxers de seda azul oscuro; setenta y cinco kilos de carne prieta para ella sola-. Antes de ir más lejos, tendrás que darme otra dosis de inspiración.
Estaba intentando tomar el mando de nuevo, pero ¿acaso no tenían derecho a divertirse por igual? Ella le indicó con el dedo que se acercase, un gesto que no había utilizado en toda su vida, e incluso le sorprendió ver que él le obedecía.
Ella apoyó la espalda en las almohadas y le tendió los brazos seductoramente. Él se inclinó y le alzó el vestido. No del todo, sólo hasta los muslos, lo cual resultó suficiente para que a ella se le pusiese piel de gallina. El colchón cedió cuando él se colocó encima de Isabel. Apoyó el peso en los antebrazos para que sus pechos no se tocasen y bajó la cabeza.
Resultaba muy tentador responder a la invitación del beso. Pero la idea de ejercer su poder sobre aquella bestia morena era demasiado estimulante como para dejarla pasar, así que se ladeó un poco y le propinó un buen golpe, obligándolo a tumbarse de espaldas.
– Esto cada vez se pone mejor -dijo él.
– Estoy de acuerdo -contestó ella, y se colocó a horcajadas encima de él. Ren no pudo evitar mirarla con malicia.
– ¿Satisfecha?
Ella sonrió.
– Mucho.
Un hombre más amable y sensible se habría limitado a dejar que ella hiciese las cosas a su manera, pero él no era amable, y le pellizcó en el hombro, lo bastante fuerte para que ella lo sintiese, para después chuparle la marca.
– No deberías jugar con fuego a menos que estés dispuesta a quemarte.
– Me asustas. Y cuando me asusto me pongo hiperactiva. -Juntó las rodillas y se colocó completamente encima de Ren y sus bóxers azul oscuro de seda.
Él se quedó sin aliento.
Ella se meneó.
– ¿Quieres que vaya más despacio? No quiero asustarte.
– Oh…, no. Así está muy bien. -Metió las manos bajo el vestido y lo arrolló sobre su trasero.
Ella nunca había imaginado lo exquisito que podía ser sentir la excitación en la mente y el cuerpo al mismo tiempo. Pero también quería reír, y el contraste la mareó.
– ¿Vas a quedarte ahí sentada toda la noche o vas a… moverte?
– Estoy pensando -contestó ella.
– ¿En qué?
– En si estoy preparada para que me excites.
– ¿Necesitas más excitación?