Lo único que sabía era menospreciarla. No podía tolerar un minuto más su fría indiferencia, el saber lo poco que significaba para él su amor.
– Tus excesos interpretativos se deben al embarazo -dijo Harry-. Tus hormonas te han convertido en alguien completamente irracional.
– No estaba embarazada hace un ano. ¿Me comporté de modo irracional cuando fuimos a Newport y te pasaste todo el tiempo pegado al teléfono?
– Eso fue una emergencia.
– ¡Siempre hay emergencias!
– ¿Qué quieres que haga? Dime, Tracy, ¿qué puedo hacer para que seas feliz?
– ¡Demuéstramelo!
La expresión de Harry era de fría neutralidad.
– Intenta controlarte, ¿de acuerdo?
– ¿Para convertirme en un robot como tú? No, gracias.
Él meneó la cabeza.
– Esto es una pérdida de tiempo. Quedarme aquí ha sido una pérdida de tiempo.
– ¡Pues vete! De todas formas, es lo que quieres hacer. Vete para que no tengas que tratar con la gorda histérica de tu mujer.
– Tal vez lo haga.
– ¡Vamos, lárgate!
– ¡Muy bien! En cuanto me despida de los niños, me marcho. -Dejó a un lado el maletín del ordenador y echó a andar.
Tracy se dejó caer en una silla y rompió a llorar. Finalmente, lo había logrado. Había acabado sacándole de sus casillas.
Dime, Tracy, ¿qué puedo hacer para que seas feliz?
Por unos segundos se preguntó si Isabel también habría hablado con él. Pero no, su pregunta había sido como un latigazo. Aun así, le habría gustado poder decirle la verdad.
Ámame, Harry. Sólo ámame como me amabas antes.
Harry encontró a su hijo mayor y a la más pequeña frente a la villa. Al bajar a Brittany de una de las estatuas que Jeremy le había animado a escalar, se dio cuenta de que estaba sudando. No podía permitir que sus hijos fuesen testigos de su ansiedad, por lo que se forzó a sonreír.
– ¿Dónde está Steffie?
– Ni idea -respondió Jeremy.
– Sentaos, chicos. Tengo que deciros una cosa.
– Te vas otra vez, ¿verdad? -Los brillantes ojos de Jeremy, del mismo color azul que los de su madre, le miraron de forma acusadora-. Vuelves a Zurich, y mamá y tú os vais a divorciar.
– No vamos a divorciarnos. -Pero ése era el siguiente paso lógico, y a Harry le dolía tanto el pecho que apenas podía respirar-. Tengo que volver al trabajo, eso es todo.
Jeremy le miró como si su padre hubiese apagado el sol.
– No es nada importante. En serio.
Harry los tomó en brazos a los dos y les llevó hasta un banco, donde les explicó todo, a excepción de lo que no les había dicho cuando los tenía cerca, tanto allí como en Zurich. Que no podía hacer planes ni pensar. Que no dormía bien desde hacía meses. Que las dos noches anteriores, con los niños arremolinados a su alrededor, había podido dormir un poco, pero sin llegar a ser el reposo profundo y reparador que experimentaba cuando Tracy le ponía el brazo sobre el pecho, trayéndole en sueños la suave y exótica esencia de su oscuro y vibrante cabello.
– Volveré antes de que os deis cuenta.
– ¿Cuándo? -Jeremy se había parecido siempre más a Tracy que a Harry. Su hijo mayor no era de trato sencillo, pero bajo la superficie era una personita emocional y muy sensible. ¿Qué le suponía eso a él?
– Os llamaré cada día -dijo Harry, ofreciéndole la mejor respuesta posible.
Brittany se metió el pulgar en la boca y se sacó los zapatos.
– No quiero que te vayas.
Gracias a Dios, Connor seguía dormido. Harry no habría podido resistir la sensación de aquellos confiados bracitos alrededor de su cuello, de aquellos húmedos besos en su mejilla. Todo aquel amor incondicional de parte de un hijo que no había deseado. ¿Cómo podía esperar que Tracy le perdonase cuando ni siquiera él era capaz de ello? Y el nuevo embarazo lo había removido todo otra vez.
Sabía que querría a aquel niño en cuanto naciese. Tracy le conocía lo suficiente para saberlo. Pero odiaba la idea de que sólo los niños, más y más niños, la hiciesen sentir realizada. El no lo había logrado.
Tenía que encontrar a Steffie, pero le atemorizaba decirle que se marchaba. La niña tenía una tendencia natural a preocuparse, como él. Mientras los otros niños intentaban llamar su atención, ella se mantenía al margen, con un leve rastro de preocupación en la frente, como si no supiese si merecía estar con sus hermanos. A veces, a Harry le rompía el corazón. Ojalá supiese cómo reconfortarla.
Jeremy empezó a golpear el banco. Brittany se quitó el vestido. Harry no podía pensar en lo que les estaba haciendo a los dos.
– Id a buscar a Steffie, ¿vale? Volveré en unos minutos.
Les dedicó una sonrisa tranquilizadora y se encaminó hacia la casa de abajo en busca del ex marido de Tracy. Tendría que haberlo hecho un par de días atrás, pero el muy capullo se había mostrado muy esquivo.
Ren estaba en la puerta de la casa y vio cómo Harry Briggs se acercaba. La lluvia había refrescado el ambiente, y Ren se disponía a correr un poco, pero al parecer tendría que esperar.
Siempre había sentido una secreta admiración por los tipos como Briggs, ases de las matemáticas con poderosos cerebros y emociones de baja intensidad. Hombres que no tenían que pasarse el día escarbando en su interior en busca de recuerdos y emociones de los que servirse para convencer al público de que eran capaces de asesinar. O de interesarse sexualmente por los niños.
Ren desechó aquellos pensamientos. Simplemente tenía que encontrar otra manera de enfocarlo. Esa misma tarde se sentaría con una libreta pondría manos a la obra.
Se encontró con Harry junto al Panda de Isabel. Harry llevaba una camisa muy bien planchada, unos pantalones con raya diáfana y unos lustrosos mocasines, pero tenía una mancha en las gafas de sol que parecía la diminuta huella de un pulgar. Ren se apoyó en el Panda con aires de matón para irritarle. Dado que había hecho sufrir a Tracy, no merecía nada mejor, el muy cabrón.
– Voy a regresar a Zurich -dijo Briggs fríamente-. Pero antes de irme, te advierto que te controles. Ahora Tracy se siente muy vulnerable, y no quiero que hagas nada que la moleste.
– ¿Por qué tendría que hacerte caso?
Briggs se tensó.
– Te lo advierto, Gage. Si intentas manipularla en algún sentido, lo lamentarás.
– Me aburres, Briggs. Si tanto te preocupase no le habrías sido infiel, ¿verdad?
Ni siquiera la menor brizna de culpa apareció en su rostro, lo cual no dejaba de ser extraño en un tipo tan estirado como Briggs. Ren recordó que Isabel había mostrado ciertas reservas respecto a la historia de Tracy, y decidió investigar un poco.
– Curioso, ¿no te parece?, el que ella viniese a buscarme en cuanto se sintió herida. ¿Y sabes qué otra cosa resulta curiosa? Tal vez fui un marido de mierda, pero me mantuve alejado de otras mujeres mientras estuve casado. -Bastante alejado, en cualquier caso.
Harry se dispuso a responder, pero fuera lo que fuese lo que iba a decir, se le atragantó cuando oyó los gritos de Jeremy desde lo alto de la colina.
– Papi, hemos buscado por todas partes pero Steffie no aparece.
Harry gritó a su hijo:
– ¿Habéis mirado en la piscina?
– Mamá está allí ahora. ¡Dice que vayamos enseguida!
Briggs echó a correr.
Ren salió tras él.
16
Steffie no estaba en la piscina ni escondida en los jardines. Recorrieron todas las habitaciones de la casa buscándola, incluido el desván y la bodega, pero no la encontraron en ningún sitio. La cara de Harry adoptó un tono ceniciento cuando Ren telefoneó a la policía local.