– Pensé que sería mucho peor -dijo.
Tracy tiró de uno de los rizos de su hija.
– Puedes apostar por ello. La única razón por la que no te encerramos en la mazmorra de que te habló Ren es por tus alergias.
– Además de las arañas.
– Sí, eso también -dijo Tracy con un hilo de voz, y Harry supo que estaban pensando lo mismo.
Para Steffie era tan importante que sus padres siguiesen juntos que no le había importado enfrentarse a sus peores miedos. Harry pensó que su hija tenía más valor que él.
Tracy se inclinó para darle un beso y permaneció allí un buen rato, con los ojos cerrados y la mejilla apretada contra la de Steffie.
– Te quiero muchísimo, gamberrita. Prométeme que nunca volverás a hacer algo así.
– Lo prometo.
Harry logró recuperar la voz.
– Y promete que la próxima vez que algo te preocupe nos lo dirás.
– ¿A pesar de que pueda herir vuestros sentimientos?
– Por supuesto.
La niña se colocó el osito bajo la barbilla y preguntó:
– ¿Te irás… mañana?
Él no supo qué decir y se limitó a negar con la cabeza.
Tracy dijo que iba a echarles un vistazo a Connor y Brittany, que compartían habitación, al menos hasta que se despertasen y acudiesen a la cama de su padre. Jeremy estaba aún en la planta de abajo, entretenido con un juego de ordenador. Harry y Tracy no habían estado a solas desde la desastrosa conversación de la tarde, y él no quería estarlo ahora, pues se sentía indefenso, pero los padres no siempre pueden hacer lo que desean.
Ella salió al pasillo y cerró la puerta. Entonces se apoyó contra la pared, algo que solía hacer hacia el final de sus embarazos para aliviarla tensión. Con sus otros embarazos Harry le había hecho masajes, pero no con este último. El rencor contra su marido creció.
Colocó la mano sobre su vientre. La descarada y segura niña rica que había conquistado a Harry hacía doce años había desaparecido, y una mujer dolorosamente hermosa con ojos hechiceros había ocupado su lugar. En ese momento Harry salió al pasillo.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó ella en voz baja.
¿Qué vas a hacer tú?, quiso preguntar Harry. Era ella la que se había ido. Era ella la que nunca estaba satisfecha. Se quitó las gafas y se frotó los ojos.
– No lo sé.
– No podemos seguir hablando.
– Sí podemos.
– No, porque empezamos a insultarnos.
No era tal como él lo recordaba. Era ella la que tenía la lengua afilada y un temperamento explosivo. Él sólo intentaba esquivar sus golpes.
– Yo nunca te he insultado. -Volvió a colocarse las gafas.
– Por supuesto que no. -Lo dijo sin malicia, pero el nudo que Harry tenía en su interior se apretó.
– Creo que lo ocurrido esta tarde nos llevó más allá de la fase de insultos, ¿no te parece?
A pesar de sus buenas intenciones, las palabras de Harry sonaron a acusación, y se abrazó a sí mismo temiendo la réplica. Pero ella se limitó a cerrar los ojos y apoyar la cabeza contra la pared.
– Sí, yo también lo creo -dijo.
Harry deseó estrecharla entre sus brazos y suplicarle que lo olvidase todo, pero ella ya se había formado una opinión sobre él y nada de lo que dijese podría cambiarla. Y si él no podía hacer que ella entendiera, no tendrían oportunidad alguna.
– Lo que ha sucedido hoy prueba lo que vengo diciendo desde hace tiempo. Tenemos que hacer un esfuerzo. Creo que los dos lo sabemos. Es el momento de que nos pongamos manos a la obra y hagamos lo que tenemos que hacer.
– ¿Y de qué se trata? -repuso ella.
Parecía verdaderamente perpleja. ¿Cómo podía ser tan obtusa? Él intentó ocultar su agitación.
– Tenemos que empezar a comportarnos como personas adultas.
– Tú siempre te comportas como adulto. Soy yo la que parece tener problemas con eso.
Era exactamente lo que él estaba intentando decirle, pero la expresión de derrota que reflejó el rostro de Tracy le llegó al corazón. ¿Por qué no podía ella adaptar las cosas para que pudiesen seguir avanzando? Buscó las palabras adecuadas, pero sus sentimientos se entremezclaban. Tracy creía que había que escarbar en esos sentimientos para saber adónde llevaban, pero Harry no lo creía. Nunca había visto ningún beneficio en ello, sino más bien lo contrario.
Ella cerró los ojos y habló muy suavemente.
– Dime qué puedo hacer para que seas feliz.
– ¡Ser realista! Los matrimonios cambian. Nosotros hemos cambiado. Nos hacemos mayores y la vida nos atrapa. No puedo ser el mismo que era cuando empezamos, o sea que no lo esperes. Siéntete satisfecha con lo que tenemos.
– ¿Es eso lo que solucionará las cosas? ¿Conformarse con lo que hay?
Todas las emociones de Harry fueron a reunirse en la boca del estómago.
– Tenemos que ser realistas. El matrimonio no puede ser claro de luna y rosas rojas para siempre. Yo a eso no lo llamaría conformarse.
– Yo sí. -Se apartó de la pared-. Y estoy dispuesta a luchar para que nuestro matrimonio no sea una farsa, aunque a ti no te importe.
Ella había alzado la voz, pero no podían volver a discutir, no teniendo a Steffie tan cerca.
– No podemos hablar aquí. -Harry la cogió del brazo y se la llevó pasillo adelante-. Nunca eres coherente. Nunca, ni una sola vez en todo nuestro matrimonio, te he visto hacer lo que tocaba.
– Eso es porque tienes un ordenador en lugar de cerebro -le recriminó ella cuando pasaron hacia otra ala de la villa-. No tengo miedo de luchar. Y lo haré hasta que los dos sangremos si es necesario.
– Estás intentando montar otro de tus melodramas. -Le horrorizó la rabia que reflejó su propia voz, pero no podía calmarse. Abrió la primera puerta que encontró, la metió dentro y encendió la luz. Era una habitación grande. El dormitorio principal.
– ¡A nuestros hijos no los van a criar unos padres unidos por un matrimonio fantasma! -gritó ella.
– ¡Ya vale! -Era rabia lo que sentía, se dijo a sí mismo. Rabia, no desesperación, porque la rabia era algo que podía controlar-. Si no paras… -Sentía crecer un monstruo en su interior-. No puedes hacer esto. -Gesticuló con las manos-. Tienes que parar de una vez. Parar antes de que lo eches todo a perder.
– Cómo voy a echarlo todo…
En la cabeza de Harry se produjo una explosión.
– ¡Diciendo cosas de las que no podamos retractarnos!
– ¿Como qué? ¿Que has dejado de quererme? -Lágrimas de indignación anegaron sus ojos-. Que estoy gorda y que ya no supone ningún estímulo hacer el amor con una mujer embarazada con cuatro hijos. Que no logro hacer que cuadren las cuentas, que pierdo las llaves del coche, y que te levantas cada mañana deseando haberte casado con una mujer ordenada y eficaz como Isabel. ¿Es eso lo que se supone que no puedo decir?
Él dejó que Tracy se desahogase, pero sintió deseos de sacudirla.
– Nunca podremos arreglar esto si no muestras un poco de lógica -dijo.
– No puedo ser más lógica de lo que soy.
Harry apreció en su voz la misma desesperación que él sentía en su interior, pero ¿por qué debería sentirse ella desesperada cuando no dejaba de decir estupideces?
Tracy nunca se acordaba de llevar consigo pañuelos de papel, por lo que siempre tenía que sonarse la nariz en el dorso de la mano.
– Antes me preguntaste qué podías hacer para que fuese feliz, y yo no te respondí lo que realmente quería decirte. ¿Sabes qué quería decirte?
Él lo sabía, y no tenía ganas de oírlo. No quería que le dijese lo aburrido que era, que estaba perdiendo pelo, que ni siquiera se acercaba de lejos a ser el hombre que ella se merecía. No quería que le dijese que había servido a su propósito de darle hijos y que ahora deseaba escoger a alguien 'diferente, alguien más parecido a ella.