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– Pero es un objeto muy valioso.

– Sí, pero no sólo en el sentido que tú piensas.

– No entiendo.

Giulia tiró de uno de sus pendientes con perlas. Parecía hundida y exhausta.

– Ombra della Mattina tiene poderes especiales. Por eso no se lo contamos a los forasteros.

– ¿Qué clase de poderes?

– A menos que hayas nacido en Casalleone, no puedes entenderlo. Incluso los que hemos nacido aquí no lo creíamos. -Hizo uno de sus graciosos gestos-. Nos reíamos cuando nuestros padres nos contaban historias sobre la estatua, pero ahora ya no reímos. -Se volvió para mirar a Isabel-. Hace tres años, Ombra della Mattina desapareció, y desde entonces ninguna mujer, en treinta kilómetros a la redonda de este pueblo, ha podido concebir.

– ¿Ninguna mujer se ha quedado embarazada en tres años?

– Sólo aquellas que han concebido lejos del pueblo.

– ¿Y realmente crees que la desaparición de la estatua es la causa?

– Vittorio y yo fuimos a la universidad. ¿Deberíamos creer en una superstición? Claro que no. Pero los hechos están ahí… La única manera en que las parejas han sido capaces de concebir ha sido alejándose de los límites de Casalleone, y eso no siempre es fácil.

Isabel acabó por entender.

– Por eso viajas para encontrarte con Vittorio. Estáis intentando tener un hijo.

Giulia cruzó las manos sobre el regazo.

– Y por lo que nuestros amigos Cristina y Enrico, que quieren tener un segundo hijo, tienen que dejar a su hija con la nonna noche tras noche para poder irse. Y por lo que Sauro y Tea Grifasi se adentran en el campo para hacer el amor en el coche, y después conducen de vuelta a casa. A Sauro lo despidieron de su trabajo el mes pasado por quedarse dormido. Y por eso Anna siempre está triste. Bernardo y Fabiola no pueden hacerla abuela.

– La farmacéutica del pueblo está embarazada. La he visto.

– Vivió durante seis meses en Livorno con una hermana que siempre la criticaba. Su marido iba y venía todas las noches. Ahora se han divorciado.

– ¿Y qué tiene todo eso que ver con la casa y con el viejo Paolo?

Giulia se frotó los ojos.

– Paolo robó la estatua.

– Al parecer, a Paolo no le gustaban los niños -le dijo Isabel a Ren esa tarde mientras estaban en la cocina limpiando de tierra los porcini con trapos húmedos-. No le gustaba que hiciesen ruido, y se quejaba de que tener muchos hijos implicaba muchos gastos en escolarización.

– Un tipo como yo. Así que decidió cortar de raíz el índice de natalidad del pueblo robando la estatua. ¿Y qué parte de tu mente entró en coma para que empezases a creer esa historia?

– Giulia me dijo la verdad.

– No lo dudo. Lo que me cuesta entender es que tú te tomes en serio lo de los poderes de esa estatua.

– Dios actúa de formas misteriosas. -Ren estaba dejando la cocina hecha un desastre, como siempre, y ella empezó a limpiar la encimera.

– Ilústrame.

– Ninguna mujer se ha quedado embarazada en Casalleone desde que desapareció la estatua -dijo ella.

– Sin embargo, yo me cuido mucho de utilizar tus preservativos. ¿No contraría eso un poco tu tesis académica?

– En absoluto. -Llevó unos cuencos sucios al fregadero-. Confirma lo que creo: la mente es muy poderosa.

– ¿Estás diciendo que lo que pasa aquí es una especie de sugestión colectiva, que las mujeres no conciben porque creen que no pueden concebir? -Prefería la historia de la mafia.

– Se sabe que esas cosas pasan.

– Sólo porque había armas de por medio.

Él sonrió y se inclinó para besarle la punta de la nariz, lo que le llevó a seguir hasta su boca, lo que le llevó a seguir hasta sus pechos, y pasaron unos minutos antes de que se detuviese para tomar aire.

– Hora de cocinar -dijo Isabel con un hilo de voz-. He estado esperando todo el día para probar esas setas.

Él gruñó y agarró el cuchillo.

– Le sacaste más a Giulia de lo que yo a Vittorio, lo reconozco. Pero la estatua desapareció hace tres años. ¿Por qué esperaron tanto para cavar en este lugar?

– El cura del pueblo guardaba la estatua en la sacristía…

– ¿No te parece encantadora la coexistencia entre paganismo y cristiandad?

– Todo el mundo sabía que estaba allí -dijo Isabel, enjuagando un cuenco-, pero nadie lo comentaba porque en realidad, según las leyes, debía estar en un museo. Paolo había estado haciendo extraños trabajos para la iglesia durante años, pero nadie lo relacionó con la desaparición de la estatua hasta su muerte, hace unos meses. Entonces la gente empezó a recordar que no le gustaban los niños.

Ren enarcó las cejas.

– Sospechoso, sin duda.

– Marta le defendió. Dijo que su marido no odiaba a los niños. Que sólo estaba imbronciato debido a la artritis. ¿Qué significa imbronciato?

– Malhumorado.

– Afirmó que había sido un buen padre para su hija. Paolo incluso viajó a Estados Unidos cuando nació su nieta. Así que la gente se olvidó de él y empezaron a correr otros rumores.

– ¿Alguno en el que aparezcan armas?

– No, lo siento. -Limpió una pequeña zona de la encimera-. El día antes de que yo llegase, Anna envió aquí a Giancarlo para que se llevase una pila de basuras. ¿Imaginas lo que encontró en el hueco de la pared cuando sacó accidentalmente una piedra del muro?

– Me tienes sin aliento.

– La base de mármol de la estatua. La misma base que había desaparecido el día que robaron la estatua.

– Bueno, eso explica el repentino interés por el muro.

Isabel se secó las manos.

– Todos los del pueblo se volvieron locos. Hicieron planes para desmontar el muro, pero había un pequeño inconveniente.

– Tú.

– Exacto.

– Las cosas habrían sido más fáciles si hubiesen dicho la verdad desde el principio -dijo Ren.

– Somos forasteros, y no tenían motivos para confiar en nosotros. Especialmente en ti.

– Gracias.

– ¿De qué les habría servido encontrar la estatua si nosotros hubiésemos proclamado su hallazgo a los cuatro vientos? -razonó Isabel-. Las autoridades locales cerraron los ojos al hecho de que un objeto etrusco de valor incalculable estuviese en una sacristía, pero los estamentos políticos del resto del país no habrían sido tan caballerosos. Todo el mundo temía que encerrasen la estatua en una urna de cristal en Volterra junto a la Ombra della Sera.

– Que es donde tendría que estar. -Troceó un diente de ajo con el cuchillo.

– He estado fisgando un poco mientras tú trabajabas, y mira lo que he encontrado. -Sacó el sobre amarillento encontrado en una estantería del salón y vertió su contenido sobre la mesa de la cocina. Eran fotografías de la nieta de Paolo, todas con su identificación detrás.

Ren se secó las manos y fue a echarles un vistazo. Ella señaló una de las fotografías en color que mostraba a un hombre mayor en el porche delantero de una pequeña casa blanca con un bebé en brazos-. Ésta es la foto más antigua. Éste es Paolo. Debieron de hacerla cuando fue a Boston poco después de que naciese su nieta. Su nombre es Josie, diminutivo de Josefina.

Algunas fotografías mostraban a Josie en el campo, otras en vacaciones con sus padres en el cañón del Colorado. En algunas aparecía sola. Isabel cogió las dos últimas.

– Ésta es Josie el día de su boda, hace seis años. -Tenía el pelo oscuro y rizado, así como una ancha sonrisa-. En ésta aparece con su marido, poco antes de que Paolo muriese. -Le dio la vuelta para comprobar la fecha.

– No parece la colección propia de alguien que odia a los niños -admitió Ren-. Tal vez Paolo no robó la estatua.