– Él construyó el muro, y también reunió la pila de basuras.
– No puede considerarse una prueba fehaciente. Pero si la estatua no está en el muro, ¿dónde estará?
– En la casa no -dijo Isabel-. Anna y Marta han buscado por todos los rincones. Propusieron buscar en el jardín, pero Marta dijo que se habría dado cuenta si Paolo la hubiese escondido allí, y no lo permitió. Hay muchos lugares cerca del muro o en el olivar, tal vez incluso en el viñedo, donde podría haber cavado un hoyo y escondido la estatua. Le propuse a Giulia que consiguiese detectores de metales.
– Aparatitos. Esto empieza a gustarme.
– Bien. -Se sacó el delantal que llevaba atado a la cintura-. Ya está bien de charla. Apaga el fuego y desnúdate.
Él dio un grito y soltó el cuchillo.
– Casi haces que me corte el dedo.
– Mientras sólo sea el dedo. -Sonrió y empezó a desabotonarse la camisa-. ¿Quién dijo que no podía ser espontánea?
– Yo no. De acuerdo, lo retiro. -Observó los botones abiertos-. ¿Qué hora es?
– Casi las ocho.
– Maldita sea. Va a venir gente dentro de nada. -Tendió los brazos hacia ella, pero Isabel frunció el entrecejo y le esquivó.
– Creía que Giulia y Vittorio habían cancelado la cena.
– Invité a Harry.
– Pero si Harry no te cae bien. -Dio otro paso atrás y empezó a abotonarse la camisa.
Él suspiró.
– ¿Qué te hace pensar eso? Es un buen tipo. ¿Te importaría dejarte abiertos algunos botones? Y Tracy también vendrá.
– Me sorprende que haya aceptado. Ni siquiera ha mirado a Harry en todo el día.
– No le dije que también él estaba invitado.
– Así pues, ¿nos espera una velada un poco incómoda?
– Podría ser -dijo-. Las cosas llegaron a un punto muerto esta mañana, y Tracy ha estado esquivándole desde entonces. Él está bastante decaído.
– ¿Te lo dijo él?
– Los chicos compartimos esas cosas. También tenemos sentimientos, por si no lo sabías.
Ella alzó una ceja.
– De acuerdo, tal vez esté un poco desesperado y yo sea el único de por aquí con el que puede hablar -admitió Ren-. Ese hombre es un completo desastre en lo que a mujeres se refiere, y si no le echo una mano, van a quedarse aquí para siempre.
– Ese hombre, ese desastre total, se las ha arreglado para permanecer casado once años y ser padre de cinco hijos, mientras que tú…
– Mientras que yo he tenido una idea que creí te gustaría. Una idea, por descontado, que no tiene nada que ver con las peleas de los Briggs, sino con el hecho de que tendremos que librarnos de ellos para llevarla a cabo.
– ¿Qué clase de idea? -Se agachó para recoger algunas setas que habían caído al suelo.
– Una pequeña pieza sexual costumbrista. Pero necesitamos la villa para interpretarla bien, lo que significa que toda la familia y sus niñeras tendrán que irse.
– ¿Una pieza costumbrista? -Dejó que las setas cayeran de nuevo al suelo.
– Una pieza sexual costumbrista. Estoy pensando en una noche. La luz de las velas. Una tormenta, si tenemos un poco de suerte. -Cogió su vaso e hizo girar una seta entre los dedos-. Al parecer, el poco escrupuloso príncipe Lorenzo se ha fijado en una vivaracha campesina del pueblo, una mujer de la que no puede decirse que sea del todo joven…
– ¡Eh!
– Lo cual la hace mucho más atractiva a sus ojos.
– Eso está mejor.
– La campesina es conocida en los alrededores por su virtud y sus buenas obras, por lo que se resiste a sus propuestas, a pesar de que él es el hombre más guapo de la región. Qué demonios, de toda Italia.
– ¿Sólo Italia? Aun así, yo apostaría por la mujer virtuosa. Ese hombre no tiene posibilidades.
– ¿He mencionado que el tal príncipe Lorenzo es también el hombre más inteligente de la región?
– Oh, bueno, eso complica un tanto las cosas.
– Lo que él hace es amenazar con quemar el pueblo si ella no se somete a su voluntad.
– Qué canalla. Naturalmente, ella dice que antes se matará.
– Pero él no lo cree ni por un instante, pues las buenas católicas no se suicidan.
– Has dado en el clavo.
Ren dibujó un arco con el cuchillo.
– La escena da comienzo la noche que ella acude a la desierta villa, iluminada por candelabros. La misma villa, curiosamente, que está en lo alto de la colina.
– Sorprendente.
– Ella llega luciendo el vestido que él le ha enviado esa misma tarde.
– Puedo verlo. Sencillo y blanco.
– De un rojo brillante y provocativo.
– Lo cual no hace sino dejar patente con más intensidad su virtud.
– Él no pierde el tiempo con preliminares. La lleva escaleras arriba…
– La alza en volandas y sube con ella las escaleras.
– A pesar de que ella no es lo que se dice un peso pluma… Pero, por suerte, él lo consigue. Y una vez la tiene dentro del dormitorio, la obliga a desvestirse muy despacio… mientras la contempla.
– Naturalmente, él está desnudo mientras mira, porque hace mucho calor en la villa.
– Y aún más calor en el dormitorio. ¿Te he dicho lo guapo que es?
– Creo que lo has mencionado.
– Así pues, llega el momento en que ella se ve obligada a someterse a su voluntad.
– Me temo que no va a gustarme esa parte.
– Eso es porque estás obsesionada con el control.
– Y, curiosamente, ella también.
– Bien. Justo cuando se dispone a entregarse a aquel hombre, ¿qué es lo que ve con el rabillo del ojo? Unas esposas.
– ¿Esposas en el siglo XVIII?
– Grilletes. Un par de grilletes a su alcance.
– Qué adecuado.
– Mientras la lujuriosa mirada de Lorenzo se pierde en algún lugar indefinido -la mirada de Gage estaba perdida en su escote-, ella estira los brazos, coge los grilletes y se los coloca…
– He llamado a la puerta, pero no ha respondido nadie.
Se volvieron y vieron a Harry en el umbral con aspecto desolado.
– Nosotros hacíamos esas cosas con unas esposas -dijo con tristeza-. Era genial.
– Ah. -Isabel se aclaró la garganta.
– Podrías haber llamado a la puerta -gruñó Ren.
– Lo he hecho.
Isabel cogió una botella de vino.
– ¿,Por qué no la abres? -le dijo a Harry-. Te traeré un vaso.
Apenas se había servido el vino cuando apareció Tracy. Su hostilidad se hizo patente al ver a su marido.
– ¿Qué hace él aquí?
Ren le dio un beso en la mejilla.
– Isabel le pidió que viniese. Le dije que no lo hiciese, pero se cree que lo sabe todo.
En su anterior vida, Isabel habría protestado, pero estaba tratando con gente inestable, así que ¿de qué habría servido?
– Está bien -dijo Harry-. He estado intentando hablar contigo todo el día, pero me has eludido.
– Sólo porque me sacas de quicio.
Harry se estremeció pero no se echó atrás.
– Vamos fuera, Tracy. Sólo serán unos minutos. Tengo que decirte algunas cosas, y tiene que ser en privado.
Tracy le volvió la espalda, rodeó con el brazo la cintura de Ren y apoyó la mejilla en su brazo.
– No debería haberme divorciado de ti. Eras un gran amante. El mejor.
Ren miró a Harry.
– ¿Estás seguro de que quieres seguir casado con ella? La verdad, podrías encontrar algo mucho mejor.
– Estoy seguro -dijo Harry-. Estoy perdidamente enamorado de ella.
Tracy alzó la cabeza como un animalillo que olfatease el aire, sólo para comprobar que lo que olía no le gustaba.
– Sí, claro.
Harry hundió los hombros y se volvió hacia Isabel, las sombras bajo sus ojos le hacían parecer un hombre que ya no tenía nada que perder.
– Esperaba hacer esto en privado, pero por lo visto no va a ser así, y como Tracy no quiere escuchar, te lo diré a ti, si no te importa.
Tracy parecía estar escuchando, e Isabel asintió.