La esperanza brilló en los ojos de Harry, pero seguía pareciendo triste. Ella se percató de que sus inseguridades eran incluso más profundas que las suyas. Ella siempre le había visto como el hombre más inteligente del mundo, así que le resultaba difícil asimilar la idea de que tal vez la más lista de los dos era ella.
– Es cierto, Harry. Palabra por palabra.
– Es un poco difícil de creer. -Parecía estar embebiéndose de su rostro, a pesar de conocer todos y cada uno de los poros de su piel-. Míranos. Soy la clase de hombre con el que podrías cruzarte por la calle una docena de veces sin darte cuenta. Pero tú… Los hombres se convierten en buzones de correos cuando te ven.
– Nunca he conocido a un hombre tan fascinado por las apariencias. -Se olvidó de pensar con la cabeza y le dio un golpecito en la mandíbula para llamar su atención-. Me encanta tu aspecto. Puedo quedarme contemplándote durante horas. Estuve casada con el hombre más guapo de la galaxia y lo pasamos fatal. Y sí, tienes razón: podría haber conquistado a cualquier hombre de los que estaban en aquella fiesta, pero ninguno de ellos me atraía. Y cuando te volqué la copa encima, te aseguro que no pensaba en ti como el padre de nadie.
Tracy advirtió que su marido empezaba a distenderse, pero no todo estaba hecho.
– Algún día seré vieja y, si miras a mi abuela, comprenderás que para cuando tenga ochenta años seré fea como el demonio. ¿Dejarás de quererme entonces? ¿La apariencia es lo único que te importa? Porque de ser así, tenemos un problema mayor del que yo creía.
– Por supuesto que no. Yo no… Yo nunca…
– Hablando de cortinas de humo. Siempre he creído que eras una persona de pensamiento claro, pero incluso en un día malo soy capaz de pensar con más claridad que tú. Dios, Harry, a mi lado pareces un cubo de basura emocional.
Eso le hizo reír, y su aspecto era tan ridículo que ella se dio cuenta de que finalmente estaban avanzando. Quería besarle para borrar todos sus miedos, pero ella tenía que seguir lidiando con sus propios miedos, y sus problemas no desaparecerían a base de besos. No quería tener que pasar el resto de su matrimonio tranquilizándolo. Tampoco le gustaba lo importante que era para él su aspecto. El rostro que él tanto amaba mostraba ya signos de desgaste. ¿Cómo se sentiría Harry cuando todo su cuerpo empezase a marchitarse?
– Tras tantos años de matrimonio, podría pensarse que nos comprendíamos mejor el uno al otro -dijo Harry.
– No puedo seguir viviendo así. Tenemos que arreglar de manera definitiva lo que se ha roto entre nosotros.
– No sé cómo vamos a hacerlo.
– Acudiendo a un buen consejero matrimonial, así lo haremos. Y cuanto antes lo hagamos, mejor. -Se puso de puntillas, le dio un beso y se volvió hacia la casa-. ¡Isabel! ¿Podrías salir un momento?
18
Isabel y Ren estaban tumbados desnudos sobre el grueso edredón, dándose calor mutuamente en la fresca noche. Ella alzó la vista para observar las chispeantes velas del candelabro que colgaba del magnolio. Ren le rozó el pelo con los labios y dijo:
– ¿Demasiado fuerte para ti?
– Mmm… Dame un minuto. -No dejaba de ser curioso, pero estar tumbada a su lado no la incomodaba en absoluto. Era extraño sentirse tan a salvo al lado de un hombre tan peligroso.
– Sólo para que conste en acta. Esos problemas sexuales que tenías… Creo que podemos decir que son cosa del pasado.
Ella sonrió contra su cabello.
– Sólo intentaba ser amable.
– ¿Con el prójimo?
– Es una filosofía con la que intento vivir.
Él soltó una carcajada.
Ella recorrió su columna vertebral con los dedos. Él colocó los labios en su muñeca y contempló su brazalete.
– Siempre lo llevas puesto.
– Es como un recordatorio. -Bostezó y recorrió la silueta de su oreja con el dedo índice-. Lleva grabado la palabra RESPIRA en el interior.
– Ya, algo que te recuerda que tienes que estar centrada. Sigo pensando que suena aburrido.
– Nuestras vidas son tan agitadas que resulta fácil perder la serenidad. Tocar el brazalete me calma.
– Has tenido que tocar algo más que el brazalete para calmarte esta noche. Y no sólo estoy hablando de la última hora que hemos pasado encima de esta manta.
Ella sonrió.
– Los porcini no quedaron mal del todo.
– Más o menos.
Isabel se apoyó en un codo y recorrió con los dedos todo su musculoso pecho.
– Tus espaguetis al porcini son lo mejor que he probado en mi vida.
– Habrían estado mejor una hora antes. Han estado discutiendo durante meses, pero han elegido precisamente esta noche para acudir a una consejera matrimonial.
– Necesitaban ayuda de emergencia. Yo no soy una auténtica consejera matrimonial.
– Seguro que no. Les hiciste jurar por sus hijos que no harían el amor.
– Se supone que no tenías que haber oído eso.
– Era un poco difícil hacerse el sordo estando en la habitación de al lado, me dijeron que no me fuese.
– Teníamos hambre y temíamos que te llevases la cena. La comunicación física es fácil para ellos. Es la comunicación verbal la que les trae problemas, y ahora necesitan concentrarse en eso. Parecían contentos durante la cena, ¿no crees?
– Tan contentos como pueden parecerlo dos personas que no van a enrollarse durante un tiempo. ¿No temes que esas listas de las que les hablaste hagan que se peleen de nuevo?
– Ya lo veremos. Por cierto, hay algo que no tuve oportunidad de comentarte, y creo que te hará feliz… -Le dio un mordisquito en el hombro, no sólo a modo de manipulación, aunque formaba parte de ello, sino porque lo tenía delante y parecía especialmente apetecible-. Vamos a vivir juntos durante un tiempo.
Él alzó la cabeza lo suficiente para mirarla con suspicacia.
– Antes de que me ponga a bailar un tango, cuéntame el resto de la historia.
El candelabro que colgaba por encima de sus cabezas se balanceó con la brisa de la noche. Ella utilizó la punta del dedo para seguir la ondulación de una sombra sobre su pecho.
– Me mudaré a la villa mañana por la mañana. Sólo por unos días.
– Tengo una idea mejor. Yo me mudaré a la casa.
– La cuestión es que…
– ¡No puedes haberlo hecho! -Se incorporó tan rápido que casi la golpeó-. Dime que no les has ofrecido la casa a esos dos neuróticos.
– Sólo por unos días. Necesitan privacidad.
– Yo necesito privacidad. Nosotros necesitamos privacidad. -Volvió a tumbarse sobre el edredón-. Te voy a matar. En serio. Esta vez voy a hacerlo. ¿Sabes cuántas maneras conozco de eliminar una vida humana?
– Unas cuantas, supongo. -Deslizó las manos sobre el vientre de Ren-. Pero espero que encuentres algo más productivo que hacer.
– Soy barato, pero no un chico fácil. -Contuvo el aliento.
– Pareces un chico fácil. -Dejó que sus dedos descendiesen, hasta que alcanzaron una zona especialmente sensible.
Ren gruñó.
– De acuerdo, soy barato y fácil. Pero esta vez preferiría hacerlo en una cama. -Le acarició la cabeza mientras ella le besaba el vientre-. Necesitamos una cama… -Gimió.
Ella acercó la boca a su ombligo.
– No podría estar más de acuerdo…
– Me estás matando, doctora. Lo sabes, ¿verdad?
– Y todavía no te he mostrado mi lado vicioso.
Ren se pasó el día intentando convencer a Harry y Tracy de que no se quedasen en la casa, pero no tuvo suerte. Su única satisfacción consistía en haber sido testigo inadvertido de la charla de última hora que Isabel les había dado.
– Recordad -dijo ella mientras él entraba en la habitación de la villa que, en teoría, iba a ser su estudio-, nada de sexo. Tenéis mucho trabajo que hacer antes de eso. Por esa razón os he ofrecido la casa. Así tendréis tiempo todas las noches para hablar sin interrupciones.