Ren cruzó los brazos y se apoyó contra la puerta.
Connor abrió el grifo.
Ren se rascó el pecho.
Connor cogió el jabón.
Ren se inspeccionó las uñas.
– Será mejor que dejes de hacer tonterías, chico duro, porque dispongo de todo el día.
Connor le echó un vistazo al jabón, lo dejó, se sacó su cosita y se dispuso a hacer pipí en la bañera.
– ¡Pero bueno! -Ren lo levantó en volandas y le colocó frente a la taza del váter-. Aquí. Ahora.
Connor torció la cabeza para mirarle.
– Ya me has oído. ¿Eres un hombre o una niñita?
Connor necesitó un rato para pensarlo. Se llevó el dedo a la nariz y luego se investigó el ombligo. Después hizo pipí en el váter.
Ren sonrió.
– Así se hace, tío.
Connor también le sonrió, pero de pronto su expresión cambió.
– ¡Caquita!
– Joder, chaval… ¿Estás seguro?
– ¡Caquita!
– Que me aspen si… -Ren lo alzó en brazos, bajó el asiento del lavabo y lo depositó encima.
– ¡Caquita!
Cuando el niño acabó, Ren lo lavó con el grifo de la ducha y después regresaron al dormitorio, donde encontró un imperdible grande y sus calzoncillos más pequeños, que, según recordó, le gustaban a Isabel. Se los colocó al niño lo mejor que pudo y le miró fijamente.
– Estos calzoncillos son míos, y si los mojas me enfadaré. ¿Lo has entendido?
Connor se metió el pulgar en la boca, inclinó la cabeza para mirarse y lanzó una satisfecha carcajada.
Los calzoncillos siguieron secos.
Los siguientes días fueron rutinarios. Harry y Tracy aparecían a la hora del desayuno para atender a los niños. Ren e Isabel pasaban parte de la mañana en la casa de abajo, donde ayudaban a la gente del pueblo en la laboriosa tarea de rastrear el terreno con detectores de metales. Más tarde, Isabel se iba con su cuaderno y Ren se encontraba con Massimo en el viñedo.
Massimo había cuidado de los viñedos toda su vida, y no necesitaba supervisión, pero a Ren le gustaba pasearse entre las sombreadas hileras de parras y sentir la dura tierra de sus ancestros bajo sus pies. Por otra parte, le convenía alejarse de Isabel. Estar con ella le gustaba demasiado para su propio bien.
Massimo le pasó una uva para que la apretase.
– ¿Puedes juntar los dedos?
– No.
– Eso es que aún no tiene suficiente azúcar. Tal vez dos semanas más, y entonces estaremos preparados para la vendemmia.
A última hora de la tarde, cuando Ren regresaba a la villa, invariablemente encontraba a Jeremy esperándole. El niño nunca decía nada, pero Ren sabía que deseaba practicar sus movimientos de artes marciales. Jeremy era listo y tenía buena coordinación, por lo que a Ren no le importaba enseñarle.
Harry y Tracy solían estar a esa hora encerrados con Isabel para su consulta diaria, pero si la sesión acababa a tiempo, a Harry le gustaba unirse a ellos.
A Ren le encantaba ver a Jeremy enseñarle a su padre lo que había aprendido. A veces se sorprendía preguntándose cómo habría sido su vida si hubiese tenido un padre como Harry Briggs. A pesar de su éxito, no había logrado la aprobación de su padre. Ser actor, en particular uno con mucho éxito, era algo demasiado público, demasiado vulgar; y eso según el hombre que se había casado con la frívola cabeza de chorlito de su madre. Por suerte, había dejado de preocuparse por la opinión de su padre hacía mucho tiempo. No tenía nada de especial la aprobación de un hombre que él nunca había respetado.
Anna empezó a darle la tabarra con lo de organizar una fiesta después de la vendimia.
– Venía celebrándose desde que era niña. Todo el mundo que participaba en la vendemmia venía a la villa el primer domingo después de la recogida de la uva. Había mucha comida y mucha diversión. Pero tu tía Filomena decidió que era un engorro y acabó con la tradición. Ahora que vives aquí, podemos retomarla, ¿verdad?
– Sólo vivo aquí temporalmente. -Llevaba cerca de tres semanas en Italia. Tenía que ir a Roma la semana siguiente para encontrarse con Jenks durante unos días, y el rodaje daría comienzo un par de semanas después. No había comentado nada de eso con Isabel, ni el encuentro en Roma ni cuánto mas iba a quedarse en la villa, pero ella tampoco le había preguntado. Y por qué debería haberlo hecho? Ambos sabían que se trataba de una relación a corto plazo.
Tal vez la invitase a ir con él. Ver cosas conocidas a través de sus ojos le aportaría a Ren una nueva perspectiva. Sin embargo, no podía invitarla. Ni todos los disfraces del mundo podrían evitar que algún paparazzo les viese, y eso acabaría con lo poco que quedaba de su reputación de chica buena.
Por otra parte, estaba el hecho de que ella rechazaría ir con él cuando descubriese de qué iba realmente Asesinato en la noche.
Su malhumor volvió a salir a la superficie. Ella nunca entendería lo que ese papel significaba para él, tal como se había negado a entender que no era el acarrear con una imagen distorsionada de sí mismo lo que le llevaba a querer interpretar a los malos. Simplemente, no podía identificarse con los héroes, y eso no tenía nada que ver con haber vivido una infancia desquiciada. Bueno, no mucho, en cualquier caso. Y, habida cuenta de que ella había contratado a un contable estafador y que se había comprometido con un gilipollas, ¿tenía derecho a juzgarle?
Era un milagro que su aventura no se hubiese ido apagando, aunque resultaba difícil imaginar que algo se fuese simplemente apagando si Isabel estaba involucrada. No, cuando su aventura acabase, lo haría con una explosión. La idea resultaba tan deprimente que le llevó unos segundos percatarse de que Anna seguía hablándole.
– … Pero ahora es tu hogar, el hogar de tu familia, y volverás. Así pues, celebraremos la fiesta este año para retomar la tradición, ¿verdad?
No podía imaginarse regresando, no si Isabel no estaba allí, pero le dijo a Anna que lo organizase todo.
– Tú no eres de esas personas que piensan que las embarazadas no necesitan hacer el amor, ¿verdad? -Tracy miró a Isabel de forma acusadora-. Porque de ser así, échale un vistazo a este hombre y dime si cualquier mujer, embarazada o no, podría resistirse.
Harry parecía incómodo y satisfecho al mismo tiempo.
– Yo no sé mucho del tema… -dijo-. Pero de verdad, Isabel, no creo que sea necesario esperar más tiempo. Definitivamente, no es necesario. Hemos pasado mucho tiempo hablando, y las listas que nos pediste que hiciésemos han sido de mucha utilidad. No me había dado cuenta… No sabía que… -Una ancha sonrisa ocupó su rostro-. Nunca imaginé las muchas maneras en que ella me ama.
– Y yo no sabía que él admirase tantas cosas de mí. ¡De mí! -Tracy sintió un escalofrío de satisfacción-. Creía que lo sabía todo sobre él, pero sólo había rascado la superficie.
– Esperad un poco más -dijo Isabel.
– ¿Qué clase de consejera matrimonial eres tú? -le recriminó Tracy.
– De ninguna clase. Improviso sobre la marcha. Os lo dije desde el principio. Vosotros insististeis en esto, ¿lo recordáis?
Tracy suspiró.
– Vale, no queremos volver a meter la pata -admitió.
– Entonces hablemos de las listas de hoy. ¿Habéis anotado los veinte atributos del otro que os gustaría tener?
– Veintiuno -dijo Tracy-. He incluido su pene.
Harry rió y se besaron, y la punzada de envidia que sintió Isabel incluso le dolió. El matrimonio tenía sus recompensas para aquellos que conseguían sobreponerse al caos.
– ¡Rápido! Se han ido.
A Isabel se le cayó el bolígrafo cuando Ren entró en el salón trasero de la villa, donde ella se había sentado en un hermoso escritorio del siglo XVIII para escribirle una carta a un amigo de Nueva York. Dado que la familia Briggs había ido a comer a Casalleone, no tuvo que preguntarle a Ren a quiénes se refería.