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– No. Eres prepotente y testaruda. Pero no, no eres arrogante. -Bien mirado, es cierto que hay algo de arrogancia en pensar que sabes qué es lo mejor para los demás.

– Pero sigues haciéndolo.

– A veces nos fijamos en los defectos de los otros para no fijarnos en los nuestros. -Se percató de que se había llevado el pulgar a la boca, y lo devolvió a su regazo.

– ¿Crees que lo haces por eso?

Ella no lo había pensado, pero tuvo que preguntarse si era así.

– Supongo que vine a Italia para descubrirlo.

– ¿Y qué tal lo llevas?

– No demasiado bien.

Ren le dio una palmada en la pierna.

– Si necesitas ayuda para reconocer tus errores, házmelo saber. Como tu manía de ordenarlo todo y el modo en que tratas de manipular las cosas cuando te encargas de algo.

– Me conmueves, pero esto es algo que tengo que resolver por mi cuenta.

– Si te sirve de consuelo, creo que eres una persona estupenda.

– Gracias, pero tu nivel de exigencia es más bajo que el mío.

Él se echó a reír, le apretó la mano y la miró con simpatía.

– Pobre doctora Fifi. Ser una líder espiritual es duro, ¿verdad?

– Tú deberías saberlo. Eres parte implicada -contestó ella, y él le rozó la mejilla con el pulgar.

No quería que se pusiese sensible con ella. Desde hacía días intentaba convencerse de que no estaba realmente enamorada de él, de que su subconsciente había inventado aquella emoción para no tener que sentirse culpable por la cuestión sexual. Pero no era cierto. Le amaba, no había duda, y ese momento explicaba por qué. ¿Cómo era posible que alguien que era su polo opuesto la entendiese tan bien? Sentía que todo era perfecto cuando estaban juntos. Él necesitaba que alguien le recordase que era una persona decente, y ella necesitaba que alguien la apartase un poco de su obsesión por la rectitud. Pero sabía que los dos no lo veían del mismo modo.

– ¡Ren! -Dos niñas surgieron de entre los arbustos.

Él meneó la cabeza y gruñó.

– Sin duda tienen un radar.

– Te hemos buscado por todas partes -dijo Steffie-. Hemos construido una casa y queremos que juegues con nosotras.

– Hora de volver al trabajo -se resignó Ren. Apretó la mano de Isabel y se puso en pie-. Tómatelo con calma, ¿de acuerdo?

Como si eso pudiese ocurrir alguna vez… Le vio marcharse. Una parte de sí quería deshacerse del amor que sentía por él, pero la otra quería mantenerlo para siempre. Una bien merecida burbuja de autocompasión creció en su interior.

«Vaya manera de hacer las cosas, Dios. ¿No podías haberme enviado a alguien como Harry Briggs de compañero sentimental? Oh, no. Tenías que enviarme un hombre que mata mujeres para ganarse el pan. Muy bonito, amigo.»

Dejó a un lado el cuaderno. Estaba demasiado distraída para escribir nada, así que lo mejor sería que bajase a la casa y le diese un poco a la pala. Tal vez podría librarse así de una parte de su energía negativa.

Andrea Chiara estaba allí cuando llegó. Él y Vittorio habían sido cortados por el mismo patrón, pero el doctor Andrea no parecía tan inofensivo, lo cual llevaba a su parte inmadura a desear que Ren estuviese presente para controlar el modo en que le besaba la mano a modo de saludo.

– Con otra mujer hermosa por aquí para inspirarnos -dijo Andrea-, trabajaremos más rápido.

Isabel miró subrepticiamente hacia la villa, pero no vio a Ren por ninguna parte.

Tracy apareció cuando Isabel estaba acabando su turno. Sus ojos evidenciaban su excitación.

– Acabo de hablar con Giulia, y la casa que hemos alquilado en el pueblo estará preparada para nosotros dentro de tres días.

– Cuánto me alegro.

– Será duro estar lejos de Harry tantos días, pero hablaremos por teléfono todas las noches. Así él podrá trabajar dieciocho horas al día si lo desea, sin temer que al regresar a casa yo lo reciba hecha una furia. Y lo mejor es que cuando venga los fines de semana le tendremos enteramente para nosotros, sin teléfono móvil.

– Creo que es un buen plan.

– Cuando se acerque la fecha del parto, trabajará desde aquí. Los niños están encantados de no tener que volver a Zurich. Están aprendiendo italiano mucho más rápido que yo, y están muy unidos a Anna y Marta. Tú vas a quedarte un mes más, y Ren va a estar por aquí al menos tres semanas. Seremos muy felices aquí.

Tres semanas. Él no se lo había dicho. Ella podría habérselo preguntado, pero esperaba que él le dijese algo en lugar de comportarse como si no existiese futuro para ellos, aunque así fuese. Ren no parecía ser el mujeriego del que hablaban los medios de comunicación, pero los diferentes momentos de su vida parecían marcados por diversas relaciones. Dentro de unos años, él la recordaría como su aventura dé la Toscana. No le gustaba lo vulnerable que eso la hacía sentir, pero no podía evitarlo.

Tracy la miró con aire divertido.

– Eres la única persona que conozco que puede llevar a cabo trabajos manuales sin ensuciarse.

– Años de práctica.

Tracy hizo un gesto hacia el olivar, donde Andrea fumaba un cigarrillo tras finalizar su turno con el detector de metales.

– Tengo cita con el doctor Sueños Húmedos la semana que viene. Anna dice que es un estupendo médico, a pesar de su reputación de seductor. Tal vez pueda disfrutar mientras mis piernas descansan en los estribos.

– Déjame darte otra buena noticia, entonces. Creo que es el momento de levantar la veda sexual.

Tracy se acarició el vientre y la miró pensativa.

– Vale -dijo sin demasiado entusiasmo.

No era la reacción que Isabel esperaba.

– ¿Hay algún problema?

– No exactamente. -Metió la mano bajo la tela para rascarse-. Pero… ¿te importaría no decírselo a Harry?

– Tu matrimonio tiene que estar basado en la comunicación, ¿lo recuerdas?

– Lo sé, pero… Oh, Isabel, me encantan nuestras charlas. Anoche hablamos de las ballenas, y no por la forma de mi cuerpo precisamente. Y de las películas de miedo que recordábamos de la niñez. Me dejó contarle la pelea que tuve con mi compañera de habitación en la universidad y que todavía me incomoda. Todo este tiempo yo había creído que el helado de chocolate era su favorito, pero es el de mantequilla de pacana. Hicimos una lista con todos los regalos que nos habíamos hecho el uno al otro durante estos años, indicando si nos habían gustado o no. Aunque he tenido que caminar toda la semana con las piernas apretadas de lo caliente que estoy, no quiero dejar de hablar con Harry. No es sólo una cuestión física, después de todo. Me quiere con todo el paquete.

Isabel sintió otra punzada muy cerca del corazón. A pesar de todo su desorden emocional, Tracy y Harry compartían algo precioso.

– Bien, yo os levanto la veda -dijo-. Si quieres o no decírselo a Harry, deja que tu conciencia te guíe.

– Estupendo -dijo Tracy torciendo el gesto.

Tracy habló un momento con Andrea y después se encaminó a la villa. Ayudó a las niñas con sus lecturas e intentó echarle una mano a Jeremy con su lección de historia, pero le costaba concentrarse. ¿Qué iba a hacer con la decisión de Isabel de poner fin a la abstinencia sexual?

Por la noche, seguía debatiéndose con el problema, y ella y Harry volvieron a la casa cogidos de la mano. Era una mimada niña rica, y odiaba los dilemas morales, pero su matrimonio no funcionaría si no tenía el valor de afrontar los desafíos. Cuando entraron en la cocina, decidió que era el momento de hacer uso de algunas de las nuevas habilidades que Isabel le había enseñado, así que le cogió las manos a Harry y le miró directamente a los ojos.

– Harry, hay algo que tengo que decirte, pero no quiero hacerlo. Tengo una muy buena razón y me gustaría contártela.

Sabía que él querría pensarlo un poco, y le alegró estudiar su querido y familiar rostro mientras esperaba.

– ¿Tiene que ver con la vida y la muerte? -preguntó Harry finalmente.