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– El guión ha… ha quedado mucho mejor que la idea original de Jenks. Hay momentos en que el público se sentirá atraído por Kaspar Street, a pesar de ser un monstruo.

– Eso es lo que lo convierte en brillante a la par que horrible -observó Isabel.

– Muestra lo seductor que puede resultar el mal. Todos los que vean la película tendrán que pensar en sí mismos. Jenks es brillante. Lo sé. Pero… -Parecía tener la boca seca.

– Lo entiendo.

– Me estoy convirtiendo en un debilucho.

– No hace falta que lo jures. Siempre lo has sido. Pero eres tan buen actor que nadie lo ha advertido.

Isabel esperaba hacerlo sonreír, pero él estaba demasiado conmovido como para sonreír. Eso explicaba por qué había estado tan quisquilloso últimamente. Deseaba con todas sus fuerzas interpretar ese papel, pero al mismo tiempo sentía repulsión.

– Es la película de Street -dijo-. Nathan, el héroe, es esencialmente un papel plano.

– Nunca has tenido problemas para mantener la distancia con los personajes que has interpretado en el pasado, y tampoco los tendrás en este caso. -Ella intentaba que sus palabras le reconfortasen, pero él parecía aún más preocupado.

– No te entiendo -dijo-. Deberías detestar algo así. ¿No eras tú la que proponía un mundo mágicamente perfecto?

– Ése es el modo en que quiero vivir mi vida. Pero cuando se trata de arte no es tan sencillo, ¿no crees? Los artistas tienen que interpretar el mundo que ven, y su visión no siempre ha de ser hermosa.

– ¿Crees que esta película es arte?

– Sí. Y tú también, o no te habrías metido tan de lleno en ella.

– Sólo espero… Demonios, espero que mi agente les haya obligado a poner mi nombre encima del título.

Aquella fanfarronada conmovió a Isabel. El hecho de que su conflicto interior fuese tan obvio podía significar que, finalmente, se había cansado de recorrer los más oscuros callejones. Tal vez estaba preparado para representar algún personaje heroico cuando acabase de rodar esta película. Era el momento de que dejase atrás la estrecha visión que tenía de sí mismo, como actor y como ser humano.

Ahora, sin embargo, su mirada no demostraba otra cosa que cinismo.

– Así que me estás dando la absolución por el pecado que voy a cometer -dijo Ren con cinismo.

– Hacer esta película no es ningún pecado. Y difícilmente podría decirse que esté yo en condiciones de dar la absolución a nadie.

– Eres lo mejor que tengo -admitió él.

– Oh, Ren. -Se acercó a él y le apartó un mechón de la frente-. ¿Cuándo empezarás a ver quién eres en realidad en lugar de quien crees ser?

– Siempre tan crédula.

Isabel se recordó que eran amantes, que ella no era su terapeuta, y que no era responsabilidad suya arreglar sus problemas, entre otras cosas porque ni siquiera había sabido arreglar los suyos propios. Empezó a retroceder, pero él la retuvo por el brazo y dijo:

– Vamos.

Ella apreció en su expresión algo muy parecido a la desesperación. La condujo hasta la casa de abajo, hasta el dormitorio. Ella sabía que algo no estaba bien, pero se dejó llevar igualmente y se quitó la ropa con la misma urgencia con que le ayudó a él a quitarse la suya.

Cuando cayeron sobre el lecho, se colocó encima de él. Deseaba librarse de la premonición que decía que todo estaba tocando a su fin tan rápidamente que ninguno de los dos podría detenerlo. Él le aferró las corvas para abrirle las piernas. El orgasmo de Isabel fue estremecedor pero no lo disfrutó; una sombra había cubierto el sol.

Ren se ciñó una toalla a la cintura y bajó a la cocina. Había esperado diversas reacciones por parte de Isabel tras la lectura del guión, pero la aceptación -por no hablar de los ánimos que le había dado- no entraba en esa lista. Sólo una vez le había gustado que ella actuase del modo en que esperaba que lo hiciese, pero el hecho de que el resto de ocasiones no fuese así era otra razón para que no se cansase de ella.

Había empezado a sentir algo parecido a… La palabra «pánico» surgió en su mente, pero la apartó. No sentía pánico, ni siquiera cuando la película estaba a punto de acabar y sabía que le esperaba una muerte violenta. Lo que sentía era… intranquilidad, eso.

Oyó correr el agua en el piso de arriba. Isabel llenaba la bañera. Esperaba que ella frotase con fuerza las marcas invisibles que había dejado en su piel, aquellas que no podían verse pero estaban allí.

Palpó su bolsillo en busca de cigarrillos, pero sólo para recordar que únicamente llevaba encima una toalla. Cuando se acercó al fregadero para beber un poco de agua, le llamó la atención una pila de cartas que yacían sobre la encimera. Junto a ellas, un sobre acolchado con la dirección del remitente, el editor de Isabel en Nueva York. Le echó un vistazo a la carta que estaba encima.

Querida doctora Favor:

Nunca antes le he escrito a una persona famosa, pero asistí a la conferencia que usted dio en Knoxville, y desde entonces cambió mi actitud respecto a la vida. Me quedé ciega a los siete años…

Acabó la lectura y cogió otra carta.

Querida Isabeclass="underline"

Espero que no te importe que te tutee, pero es que siento que eres mi amiga. He estado escribiendo esta carta mentalmente desde hace mucho tiempo, cuando leí en los periódicos que tenías problemas. Pero he decidido que tenía que escribirte de verdad. Hace cuatro años, cuando mi marido nos dejó a mí y a mis dos hijos, caí en una depresión tan fuerte que no podía levantarme de la cama. Entonces, mi mejor amiga me trajo una cinta de una de tus conferencias que había encontrado en la biblioteca. Eso me ayudó a creer en mí misma y cambió mi vida. Ahora he retomado mis estudios…

Ren se frotó el vientre, pero la sensación de mareo que sentía no se debía a no haber comido nada.

Querida señorita Favor:

Tengo dieciséis años y hace dos meses intenté suicidarme porque creía que era homosexual. Pero entonces leí un libro suyo, y creo que probablemente esa lectura me salvó la vida.

Cuando Ren se sentó se dio cuenta de que había empezado a sudar.

Querida Isabel Favor:

¿Podría enviarme una foto suya autografiada? Para mí significaría mucho. Cuando me despidieron del trabajo…

Doctora Favor:

Mi esposa y yo le debemos a usted nuestro matrimonio. Estábamos pasando por problemas económicos y…

Querida señora Favor:

Nunca le he escrito antes a una persona famosa, pero de no ser por usted…

Todas las cartas habían sido escritas después de que Isabel cayera en desgracia, pero a los remitentes no parecía importarles. Lo único que les importaba era lo que ella había hecho por ellos.

– Patético, ¿verdad? -Isabel estaba en el umbral de la puerta, con el albornoz anudado en la cintura.

El nudo del estómago había ascendido hasta la garganta de Ren.

– ¿Por qué lo dices?

– Dos meses. Doce cartas. -Metió las manos en los bolsillos con aspecto triste-. En mis buenos tiempos llegaban en una saca de correos. Las cartas cayeron al suelo cuando él se levantó de la mesa.

– Salvar almas se basa en la cantidad, no en la calidad, ¿no es eso?

Ella le miró con extrañeza.

– Sólo quería decir que tenía mucho y que ahora ha desaparecido.

– ¡No ha desaparecido nada! Lee estas cartas. Sólo lee lo que dicen y deja de sentirte hundida.

Se estaba comportando como un bastardo, y cualquier otra mujer se lo habría echado en cara. Pero no Isabel. No la Mujer Sagrada. Ella ni siquiera hizo una mueca. Sólo parecía triste, y él lo sintió en el alma.

– Tal vez tengas razón -dijo, y se dio la vuelta despacio.

Él iba a pedirle disculpas cuando vio que ella cerraba los ojos. Maldita sea. Sabía cómo tratar a mujeres que lloraban, a mujeres que chillaban, pero ¿cómo se suponía que tenía que tratar a una mujer que rezaba? Era el momento de volver a pensar como un héroe, sin importar que fuese contra su naturaleza.