Ren miró hacia otro lado.
Cuando llegó a casa, Isabel se dio un baño. Luego se tumbó para echar una rápida cabezadita, pero cayó profundamente dormida. Cuando se despertó, eran más de las nueve. Se sacudió la modorra y empezó a vestirse. Dado que no podía competir con las mujeres del departamento de tías buenas, ni siquiera lo intentó. En lugar de eso, se puso un sencillo vestido negro, se cepilló el pelo con esmero, se puso el brazalete, cogió el chal y salió hacia la villa.
Se sentía una invitada, así que llamó a la puerta en lugar de entrar como lo hacía siempre. La música salió a su encuentro cuando Anna abrió la puerta.
– Me alegro de que haya venido, Isabel -dijo, y su rostro evidenciaba desagrado-. Esas personas… -Hizo un gesto de fastidio.
Isabel sonrió comprensivamente y siguió el rastro de la música hacia la parte trasera de la casa. Cuando llegó al arco que daba paso al salón del fondo, se detuvo.
El agente de Ren yacía de bruces sobre la alfombra con Pamela a horcajadas sobre su espalda, con el vestido por encima de los muslos mientras le daba un masaje. Las luces estaban bajas, y la música atronaba. Había comida abandonada por todas partes, y un sujetador negro colgaba del busto de Venus. Junto a él, el adonis Tad se lo estaba montando con la chica de la tienda de cosméticos del pueblo. Ben, el otro adonis, tenía una varita en la mano que hacía servir de micrófono para cantar borracho al ritmo de la música.
Ren bailaba con Savannah y no pareció percatarse de la llegada de Isabel, quizá porque los pechos de la pelirroja estaban aplastados contra su propio pecho y ella le rodeaba el cuello con los brazos. Un vaso de cristal con algo de aspecto letal se balanceaba entre los dedos de Ren, pues la mano estaba apoyada en la cintura de Savannah. La otra mano se deslizaba por la redondeada cadera de la chica.
Así que…
– ¡Hola! -Pamela la saludó desde su posición sobre la espalda de Larry Green-. Larry adora los tríos. ¿Te animas a masajearle los pies?
– Creo que no, gracias.
Ren se volvió lánguidamente al oír su voz, y Savannah se movió con él. Tenía un elegante aspecto de depravación con sus pantalones negros a medida y su camisa de seda blanca abierta más de lo necesario. Se tomó su tiempo para apartarse de Savannah.
– Hay comida en la mesa si tienes hambre -le indicó.
– Gracias.
Un mechón de pelo le cayó sobre la frente mientras volvía a llenarse la copa con una botella de licor que había sobre una bandeja de plata. Bebió un sorbo y después encendió un cigarrillo. El humo envolvió su cabeza como un halo sin brillo.
– Creí que no vendrías.
Isabel se quitó el chal y lo dejó sobre el respaldo de una silla.
– ¿Y perderme una noche de marcha? Ni hablar. Sólo dime si aún queda alguna botella para mí.
Él la repasó con la mirada, con el humo saliéndole por la nariz. Savannah, la de expresión altiva y piernas inacabables, estudió el sencillo vestido de Isabel con frío asombro. Pamela rió y se apartó de la espalda de Larry Green.
– Isabel, eres muy divertida. Cuando estabas en la universidad ¿practicaste alguna vez aquel juego que consistía en dar un trago cada vez que Sting cantaba Roxanne?
– Creo que eso me lo perdí.
– Probablemente estabas estudiando mientras yo pasaba el rato en el bar. Quería ser veterinaria porque adoraba los animales, pero las clases eran muy duras y acabé dejándolo.
– ¡Las mates son un rollo! -exclamó la Reina de las Zorras.
– Yo no podía con la química orgánica -explicó Pamela. El adonis Ben dejó su varita-micrófono y se puso a tocar una guitarra de aire.
– Ven aquí y hazme el amor, Pammy. Soy un animal.
Pamela rió entre dientes.
– Cuida de Larry, Isabel. ¿Lo harás?
Savannah se enroscó en Ren como si de una serpiente pitón se tratase.
– Bailemos, cariño.
Él se colocó el cigarrillo en la comisura de los labios y se encogió de hombros mirando a Isabel. Apoyó las manos en la zona lumbar de Savannah y empezó a frotarla muy despacio.
Larry alzó la vista para mirar a Isabel desde el suelo.
– Te daré cien pavos si acabas lo que Pam ha dejado a medias.
– Primero tendríamos que ver si somos compatibles.
Ren resopló.
Larry gruñó y se incorporó.
– Tengo jet-lag. Ellos durmieron en el avión pero yo no. -Le tendió la mano-. Soy Larry Green, el agente de Ren. Estaba hablando por teléfono cuando nos presentaron. No he leído ninguno de tus libros, pero Pam me ha puesto al tanto de tu carrera. ¿Quién te lleva?
– Hasta hace poco, Ren.
Larry rió, y ella comprobó que tenía una mirada perspicaz pero no carente de amabilidad. El ritmo de la música se enlenteció y Ren deslizó la mano unos centímetros por debajo de la cadera de Savannah.
Larry señaló con la cabeza hacia la mesa de los licores.
– ¿Una copa?
– Vino estaría bien. -Se sentó en el sofá. Había comido por última vez hacía ocho horas, pero había perdido el apetito.
Ahora sonaba a una balada romántica, y Savannah no dejaba de restregarse contra todos los rincones del cuerpo de Ren. Larry le tendió la copa a Isabel y se sentó a su lado.
– He oído que tu carrera se ha ido al traste.
– Por completo.
– ¿Qué piensas hacer al respecto?
– Ésa es la pregunta del millón.
– Si fueses mi cliente, te diría que te reinventases. Es la manera más rápida de recuperar la energía. Crea un nuevo personaje.
– Buen consejo, pero por desgracia me temo que soy persona de un único personaje.
Él sonrió, y empezaron a hablar de sus respectivas carreras al tiempo que ella intentaba no mirar a Ren y Savannah. Le preguntó a Larry por su trabajo como agente, y él le preguntó sobre el circuito de conferencias. Ren dejó de bailar para enseñarle a Savannah algunas de las antigüedades de la estancia, incluida la pistola que había atemorizado a Isabel durante su primera visita. Para su alivio, Ren se apartó de ella y se acercó a Larry para preguntarle:
– ¿No has traído algo de hierba? -Su voz sonó pastosa.
– No. Tengo un miedo irracional a las prisiones extranjeras. ¿Y desde cuándo tú…?
– La próxima vez trae algo de jodida hierba. -Volvió a llenar su vaso, sin advertir que derramaba la mitad en la bandeja. Bebió un trago, fue en busca de Savannah y colocó las manos en sus caderas. Empezaron una nueva y lenta danza sexual. Isabel se dijo que era bueno que no hubiese comido, porque podría haber vomitado.
– ¿Quieres bailar? -preguntó Larry, en gran medida porque sentía pena por ella, le pareció a Isabel, más que por tener ganas de moverse del sofá. Negó con la cabeza.
Ren acarició con una mano el trasero de Savannah. Ella, por su parte, ladeó la cabeza y entreabrió los labios. Ésa era la insinuación que Ren necesitaba, y la correspondió.
Ya era suficiente. Isabel se puso en pie y cogió su chal. Entonces habló lo bastante alto para que se la oyese por encima de la música.
– Ren, ¿podrías salir un momento conmigo?
Ren se apartó despacio de los labios de Savannah.
– No seas plasta -dijo alargando las palabras.
– Sí, bueno, «Plasta» es mi segundo nombre de pila, pero no te retendré demasiado.
Él cogió su copa, bebió un largo trago y la devolvió a la mesa. Parecía aburrido y bastante borracho.
– Vale, vamos allá. -Cuando echó a andar encendió otro cigarrillo.
Ella no tardó en arrancárselo de la boca y tirarlo al suelo en cuanto salieron.
– ¡Pero qué…!
Isabel aplastó la colilla con fuerza.
– Mátate cuando estés solo.
Él replicó con la torpeza de los borrachos.
– Me mataré cuando me dé la puta gana.
– Estoy muy molesta contigo.
– ¿Molesta?