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– ¿Acaso tendría que estar contenta? -Se ciñó más el chal-. Has hecho que me duela la cabeza. Y no he podido tragar un solo bocado.

– Estoy demasiado bebido para que me importe.

– No estás borracho del todo. Tus copas eran hielo básicamente, y tirabas más de la mitad al servirlas. Si quieres alejarte de mí, simplemente dímelo.

Él apretó los labios y su aspecto de borracho desapareció. Su habla se hizo clara como el sonido de una campanilla.

– De acuerdo. Quiero apartarme de ti.

Ella apretó los dientes.

– No tienes ni idea de lo que quieres.

– ¿Quién lo dice?

– Yo. Y ahora mismo me parece que soy la única de nosotros que está, aunque sea remotamente, en contacto con sus sentimientos.

– ¿Has visto lo que pasaba ahí dentro? -Señaló la puerta-. Esa es mi auténtica vida. Esta temporada en Italia sólo han sido unas vacaciones. ¿No lo entiendes?

– Ésa no es tu auténtica vida. Tal vez lo fue una vez, pero ya no. Desde hace tiempo. Lo que querías es que yo creyese que ésa es tu auténtica vida.

– ¡Vivo en ese manicomio que es Los Ángeles! Las mujeres me meten las bragas en los bolsillos cuando salgo de copas. Tengo mucho dinero. Soy superficial y egoísta. Vendería a mi jodida abuela por una portada del Vanity Fair.

– También tienes una boca muy sucia. Pero nadie es perfecto. Yo puedo ser estirada.

– ¿Estirada? -Parecía dispuesto a eructar. Dio un paso hacia ella, apretando los dientes-. Escúchame, Isabel. Crees que lo sabes todo. Bueno, miremos las cosas como son. Supón que lo que dices es cierto. Supón que los he invitado, que he organizado todo esto sólo para demostrarte que lo nuestro ha acabado. ¿No lo pillas? Estoy intentando apartarme de ti.

– Obviamente. -Apenas podía mantener su tono de voz-. La cuestión es, ¿por qué tienes que pasar tú por todo esto? ¿Por qué no me dices simplemente «sayonara, nena»? ¿Sabes lo que creo? Creo que tienes miedo. Bueno, yo también lo tengo. ¿Crees que me siento a gusto con nuestra relación?

– ¿Cómo demonios voy a saber qué piensas? No entiendo nada de ti. Pero sé una cosa: si juntas a una santa y a un pecador tendrás problemas.

– ¿Una santa? ¿Eso piensas de mí, que soy una santa?

– Comparada conmigo, sin duda lo eres. Eres una mujer que necesita tener todas las cosas colocadas en fila. Ni siquiera te gusta llevar el pelo despeinado. Mírame. ¡Soy un caos! Todo lo que tiene que ver con mi vida es insano. Y me gusta que así sea.

– No eres tan malo.

– Bueno, no me chupo el dedo, cariño.

Isabel se abrazó a sí misma.

– Nos preocupamos el uno por el otro, Ren. Puedes negarlo cuanto quieras, pero nos preocupamos. -Sus sentimientos no eran vergonzantes, y no iba a tratarlos como si lo fueran. Aun así, tuvo que respirar hondo antes de poder continuar-. Yo voy más allá de la preocupación. Me he enamorado de ti. Y eso no me hace feliz.

Él no tardó en responder.

– Vamos, Isabel, eres lo bastante inteligente para saber lo que está pasando. No es auténtico amor. Eres una mujer que lleva la palabra «salvadora» grabada en la frente. Me ves como un gran proyecto de salvamento.

– ¿Es eso? Bien, ¿de qué tendría que salvarte? Tienes talento y eres competente. Eres uno de los hombres más inteligentes que he conocido. A pesar de la comedia que has montado para convencerme, no tomas drogas y nunca te he visto borracho. Eres un padrazo con los niños a tu extraña manera. Tienes un buen trabajo y el respeto de tus colegas. Incluso le gustas a tu ex mujer. Aparte de tu debilidad por la nicotina y de ser un bocazas, no sé qué hay tan terrible en ti.

– No quieres verlo. Eres tan ciega para las faltas de la gente que es un milagro que hayas salido adelante.

– El hecho es que te asusta lo que ha pasado entre nosotros pero, en lugar de intentar hacer que funcione, has decidido comportarte corno un idiota. Y en cuanto vuelvas ahí dentro, será mejor que te laves los dientes para librarte de los gérmenes de esa mujer. También tendrás que pedirle disculpas a ella. Es una mujer muy infeliz y no tienes derecho a utilizarla de ese modo.

Él cerró los ojos y susurró:

– Dios, Isabel…

La luna apareció por debajo de una nube, creando sombras angulares en su cara. Parecía torturado interiormente y, de algún modo, derrotado.

– La escena de ahí dentro… no ha sido más que una exageración.

Ella resistió el impulso de tocarle. No podía solucionar aquello por él. Ren tendría que ponerse a trabajar, aunque fuese a su manera.

– Lo siento -le dijo-. Sé cuánto te desagrada vivir de ese modo.

Él gimió casi inaudiblemente y la atrajo hacia sí, pero al punto la apartó.

– Mañana tengo que ir a Roma -dijo.

– ¿Roma?

– Howard Jenks está allí acabando de decidir las localizaciones. -Se tocó el bolsillo, buscando el inexistente paquete de cigarrillos-. Oliver Craig va a volar hasta allí, es el británico que va a interpretar a Nathan. Jenks quiere que leamos juntos el guión. Tenemos que hablar del vestuario y hacer pruebas de maquillaje. Concederé un par de entrevistas. Estaré de vuelta a tiempo para la fiesta.

La fiesta se celebraría dentro de una semana.

– Estoy segura de que a Anna le gustará saberlo.

– Lo de ahí dentro… -Señaló con el mentón hacia la casa-. No te merecías algo así. Es sólo que… Tenías que entenderlo, eso es todo. Lo siento.

Y ella también. Más de lo que él podía imaginar.

22

Los ojos de Tracy se llenaron de lágrimas.

– ¿Te he dado las gracias por devolverme a Harry?

– Muchas veces.

– De no haber sido por ti…

– Lo habríais solucionado igualmente. Lo único que hice yo fue acelerar el proceso.

Ella se enjugó los ojos.

– No estoy segura. Hasta que tú apareciste, no habíamos tenido suerte. ¡Connor, aparta la pelota de las flores!

Connor alzó la vista del balón de fútbol que estaba haciendo rodar por el pequeño jardín de la casa de los Briggs en Casalleone y les sonrió. Uno de los lados del jardín formaba una pendiente hacia una hilera de casas en la calle de abajo, el otro daba a una sección de la muralla romana que había rodeado el pueblo.

– Ren se fue a Roma esta mañana -dijo Isabel, sintiendo un profundo dolor en el hueco que se había formado en su interior-. Quiere apartarme de su lado.

Tracy dejó la andrajosa chaqueta vaquera de color rosa que estaba zurciendo.

– Cuéntame qué ha pasado.

Isabel le contó lo de la fiesta de la noche anterior. Cuando acabó, dijo:

– No lo he visto desde entonces. Anna me dijo que Larry y él se marcharon en coche a eso del mediodía.

– ¿Y qué pasó con los parásitos de Los Ángeles?

– Camino de Venecia. Pamela es simpática.

– Si tú lo dices. -Tracy se acarició la barriga-. Él prefiere tomar el camino fácil, por eso se casó conmigo. El único lugar donde tolera los problemas emocionales es en la pantalla.

– Tal vez eso le resulta más fácil que relacionarse conmigo. -Isabel intentó sonreír, pero apenas consiguió esbozar una mueca.

– Eso no es cierto.

– Sólo lo dices por ser amable. Cree que le juzgo, lo cual es cierto, pero sólo con respecto a su trabajo. He intentado no hacerlo, porque sé que no es justo, especialmente porque yo tengo muchos fallos personales que corregir. La única razón por la que discuto con él es porque me importa. La mayoría del tiempo ocupa un lugar tan elevado en mi escala de valores personal que me sorprende.

– ¿Estás segura que el deseo no ha nublado tu capacidad de juicio?

– Le conoces desde hace tanto tiempo que no ves el estupendo hombre que ha crecido en su interior.

– Mierda. -Tracy se reclinó en la silla-. Realmente, estás enamorada de él.

– No creía que fuese un secreto. -Al menos no lo era para Ren después de abrirle su corazón la pasada noche.