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– Sabía que te sentías atraída por él. ¿Qué mujer con sangre en las venas no se sentiría atraída? Y cada vez que te mira parece que tenga rayos X en los ojos. Pero tú conoces a las personas. Creí que entenderías que cualquier relación con Ren no pasará del nivel animal. La única cosa que se toma en serio es su trabajo.

Isabel sintió una patética necesidad de defenderlo.

– Se toma en serio muchas cosas.

– Dime una.

– La comida.

– ¡Vaya por Dios! -exclamó Tracy.

– Me refiero a todo lo relacionado con la comida. Le gusta cocinar, crear platos y servirlos. La comida significa para él comunidad, y tú sabes mejor que nadie lo poco que disfrutó de eso durante su infancia. Adora Italia. Adora a vuestros hijos, lo admita o no. Le interesa la historia, y tiene amplios conocimientos de música y arte. A mí me toma en serio. -Respiró hondo, y su voz perdió la apariencia de seguridad-. No tan en serio como yo lo tomo a él. Se le ha metido en la cabeza la tontería de que él es muy malo y yo soy una santa.

– Ren vive en un universo paralelo, y quizás eso lo convierte en malo. Las mujeres se le echan encima. Los ejecutivos de los estudios cinematográficos casi le suplican que acepte su dinero. La gente no deja de adularle y consentirlo. Eso le da una visión distorsionada del lugar que ocupa en el mundo.

Isabel empezó a decirle que la visión que Ren tenía del lugar que ocupaba en el mundo era bastante lúcida, aunque algo cínica, pero Tracy no la dejó acabar.

– No le gusta hacer daño a las mujeres, pero, de algún modo, es lo que acaba haciendo. Por favor, Isabel, no te impliques demasiado.

Buen consejo, pero llegaba un poco tarde.

Isabel intentó mantenerse ocupada, entre otras cosas fregando una y otra vez el mismo plato. Cuando se dio cuenta de que no dejaba de dar vueltas por la casa esperando una llamada telefónica, se enfadó tanto consigo misma que cogió su agenda y empezó a planificar cada minuto de su futuro. Luego visitó a Tracy, jugó con los niños y pasó unas horas en la villa ayudando a preparar la fiesta. Su estima hacia Anna creció a medida que aquella mujer mayor le contaba historias acerca del pasado de la villa y la gente de Casalleone.

Pasaron tres días sin noticias de Ren. Isabel se sintió perdida, dolida y cada vez más abatida por el curso que su vida estaba tomando. No sólo había fallado en lo tocante a encontrar una nueva dirección, sino que había logrado hacer prácticamente inviable la anterior.

Vittorio y Giulia la llevaron a Siena, pero, a pesar de la belleza de la ciudad, el viaje no tuvo éxito. Cuando pasaban frente a algún niño pequeño, la tristeza de Giulia se hacía casi palpable. A pesar de haberlo intentado con denuedo, no haber encontrado la estatua la había hundido. Vittorio hacía todo lo posible por levantarle el ánimo, pero la tensión empezaba a pasarle factura.

Al día siguiente, Isabel se ofreció voluntaria para cuidar a Connor en la casa mientras Tracy acudía a su cita con el doctor y Marta iba a la villa para ayudar a Anna con la comida. Mientras caminaban por el olivar, se concentró en el feliz parloteo del niño y consiguió olvidarse del dolor que le provocaba el vacío creado en su interior. Después jugaron con los gatos y cuando empezó a hacer frío lo llevó dentro y lo puso a dibujar en la mesa de la cocina con los lápices de colores que le había comprado.

– ¡He dibujado un perro! -Connor alzó su dibujo para que ella lo admirase.

– Un perro perfecto.

– ¡Más papel!

Ella sonrió y sacó uno de sus cuadernos sin estrenar de la pila de papeles que tenía sobre la mesa. Connor, no tardó en comprobarlo, no creía en lo de conservar los recursos naturales. Era un niño encantador. Isabel nunca había pensado en tener hijos, había relegado aquel tema a un futuro indefinido. Había tratado con tanta ligereza las cosas importantes de la vida… Parpadeó para contener las lágrimas.

Tracy llegó justo cuando Connor empezaba a mostrarse inquieto. Lo cogió en brazos y le besó. Se sentó en la mesa con él en su regazo mientras Isabel preparaba té.

– Definitivamente, el doctor Andrea es un monumento. Todavía no estoy segura de si es recomendable que te haga una exploración un médico tan guapo. ¿Tú qué crees?

– Es un ligón.

– Cierto. ¿Ha llamado Ren?

Isabel miró la fría chimenea y negó con la cabeza.

– Lo siento.

Un rescoldo de rabia surgió entre su dolor.

– Soy demasiado para él. Soy demasiado en todo. Demasiado fuerte. Ojalá no regresase nunca.

Tracy frunció el entrecejo.

– Yo no creo que seas demasiado. Él se ha comportado como un estúpido.

– ¡Caballo! -gritó Connor desde la puerta, alzando otro dibujo.

Mientras Tracy se volvía para admirar el dibujo, Isabel intentó tomar aire, pues el rescoldo de rabia había encendido una llama que estaba consumiendo todo el oxígeno.

Tracy recogió las cosas de Connor y antes de marcharse abrazó a Isabel.

– Él se lo pierde -le dijo-. No podrá encontrar una mujer mejor que tú, incluida yo. No permitas que te vea llorar.

De nuevo, tarde, pensó Isabel.

Cuando Tracy se fue, Isabel se puso una chaqueta y salió fuera para intentar calmarse. La rabia era más llevadera que el dolor. La habían dejado dos veces con sólo dos meses de diferencia, y le enfermaba pensarlo. Sin duda, que Michael la apartase de su lado había sido una bendición, pero Ren era otra clase de cobarde. Dios les había puesto ante las narices un hermoso regalo, pero sólo uno de ellos había tenido arrestos para aceptarlo. ¿Y qué si ella era demasiado en todo? Que así fuese. Cuando lo viese, se lo dejaría bien en claro.

Alto ahí. No iba a decirle nada. Ya le había dado una oportunidad. No volvería a hacerlo, y no por orgullo. Si él no podía llegar a esas conclusiones por cuenta propia, ella no lo quería a su lado.

El viento soplaba del norte, frío y desagradable, cuando Isabel regresó a la casa. Encendió la chimenea. Cuando el fuego prendió, fue a la cocina para preparar té, aunque no le apetecía. Mientras esperaba a que el agua hirviese, se entretuvo arreglando los papeles que Connor había dejado desparramados encima de la mesa. Al niño no le gustaba dibujar más de una figura en cada hoja, según comprobó. Cuando acabó con eso, empezó con las cartas de los admiradores que aún no había leído.

Se llevó el té y las cartas al salón. Siempre había sido diligente a la hora de responder la correspondencia, pero tuvo ganas de tirar aquel fajo a la chimenea. ¿Qué sentido tenía responder?

Recordó el enfado de Ren cuando ella le dijo que eran pocas cartas. Salvar almas se basa en la cantidad, no en la calidad, ¿no es eso? Observó las escasas cartas como otro símbolo de la enormidad de su caída, pero también apreció algo más.

Se reclinó en el sofá y cerró los ojos. Las cartas eran cálidas al tacto, como si estuviesen vivas. Abrió la primera y leyó. Cuando acabó, leyó la segunda y después la tercera, hasta que las leyó todas. El té se enfrió. El fuego crepitaba. Se acurrucó en el sofá y, lentamente, empezó a rezar. Sostuvo las cartas en sus manos y rezó por quienes las habían escrito.

Después rezó por sí misma.

La noche cayó sobre la casa. El fuego de la chimenea había menguado bastante. Rezó la oración de la pérdida.

Déjame encontrar el camino.

Pero cuando abrió los ojos, todo lo que pudo ver fueron sus colosales errores.