—Y cualquier otro proyecto conectado con las ECM. Que es lo que yo estoy haciendo aquí. Él frunció el ceño.
—¿No teme la señora Brightman que una investigación científica legítima socave la idea de la vida después de la muerte? Ella negó con la cabeza.
—Está convencida de que las pruebas demostrarán la existencia de la otra vida, y de que yo acabaré por ver la luz. Tendría que estarles agradecidos. La mayoría de los hospitales no quieren acercarse a la investigación sobre las ECM ni con un palo de tres metros. Yo no soy agradecida. Sobre todo ahora. —Miró especulativamente hacia la puerta—. Podríamos intentar pasar de largo mientras la señora Davenport le cuenta la apasionante historia de su examen de ortografía de tercero.
Subió de puntillas las escaleras y abrió la puerta una rendija.
El señor Mandrake estaba en el pasillo, charlando con Tish.
—La señora Davenport y todos los demás han sido enviados como emisarios —decía—, para comunicarnos la noticia de lo que nos espera al Otro Lado.
Joanna cerró la puerta con cuidado y volvió junto al doctor Wright.
—Está charlando con Tish —susurró—, contándole cómo las ECM son mensajes del Otro Lado. Y mientras tanto, nosotros estamos atrapados en Este Lado. —Se acercó al rellano—. No sé usted, pero no puedo soportar la idea de tener que escuchar sus teorías sobre la vida después de la muerte. Hoy no. Así que creo que esperaré aquí hasta que se marche.
Rodeó el rellano y se sentó donde no pudieran verla desde arriba, con los pies en el escalón situado por encima de la cinta amarilla.
—No se quede si no quiere, doctor Wright. Estoy segura de que tiene cosas más importantes…
—Mandrake ya me ha pillado una vez hoy —dijo él—. Y quería hablar con usted, ¿recuerda? Para que trabajara conmigo en mi proyecto. Este lugar parece ideal. No hay ruido, ni interrupciones… Pero no me llame doctor Wright. No cuando estamos atrapados en una escalera recién pintada. Soy Richard. —Le tendió la mano.
—Joanna —dijo ella, estrechándosela. Se sentó frente a ella.
—Hábleme de su mal día, Joanna. Ella apoyó la cabeza contra la pared.
—Ha muerto un hombre.
—¿Algún amigo íntimo? Ella negó con la cabeza.
—Ni siquiera lo conocía. Lo estaba entrevistando en Urgencias… y…
“Estaba allí —pensó—, y al momento siguiente ya no estaba.” Y no era una forma de hablar, un eufemismo para expresar la muerte como “pasó a mejor vida”. Eso había parecido. Mientras lo miraba allí tendido en Urgencias, con el monitor gimiendo, el cardiólogo y las enfermeras trabajando frenéticamente, no fue como si Greg Menotti se hubiera desconectado o dejado de existir. Fue como si se hubiera desvanecido.
—¿Tuvo una ECM? —preguntó Richard.
—No. No lo sé. Tuvo un ataque al corazón y se recuperó en la ambulancia, y dijo que no recordaba nada, pero mientras el doctor lo examinaba volvió a sufrir otro ataque, y dijo: “Demasiado lejos para que ella llegue.” —Miró a Richard—. Las enfermeras pensaron que estaba hablando de su novia, pero no, porque ella ya estaba allí.
“Y él estaba en algún otro lugar —pensó Joanna—. Igual que Coma Carl. Un lugar demasiado lejano para que ella llegara.”
—¿Qué edad tenía?
—Treinta y seis años.
—Y probablemente ningún daño previo —dijo él, enfadado—. Si hubiera sobrevivido otros cinco minutos, podrían haberlo llevado a quirófano, practicarle un bypass, y le habrían concedido diez, veinte, incluso cincuenta años más. —Se inclinó hacia delante, ansiosamente—. Por eso esta investigación es tan importante. Si podemos averiguar qué sucede en el cerebro cuando está muriendo, entonces podremos diseñar estrategias para impedir muertes innecesarias como la de esta tarde. Y creo que las ECM son la clave, que se trata de un mecanismo de supervivencia…
—¿Entonces no está de acuerdo con Noyes y Linden en que la ECM es causada por las endorfinas y que su propósito es preparar a la mente para el trauma de la muerte?
—No, y no estoy de acuerdo con la teoría del doctor Roth de que es un despegue psicológico del miedo. No hay ninguna ventaja evolutiva en que morir sea más fácil o más agradable. Cuando el cuerpo está herido, el cerebro inicia una serie de estrategias de supervivencia. Deja sin sangre todas las partes del cuerpo que pueden pasar sin ella, aumenta el ritmo de la respiración para producir más oxígeno, concentra la sangre donde más falta hace…
—¿Y cree que la ECM es una de esas estrategias? —preguntó Joanna.
Él asintió.
—La mayoría de los pacientes que experimentan ECM fueron revividos con el desfibrilador o con norepinefrina, pero algunos empezaron a respirar otra vez por su cuenta.
—¿Y cree que la ECM fue lo que los revivió?
—Creo que los procesos neuroquímicos que causaron la ECM los revivieron, y que la ECM es un efecto secundario de esos procesos. Y una pista de lo que son y de cómo funcionan. Y si puedo descubrirlo, ese conocimiento podría llegar a ser utilizado para revivir a pacientes. ¿Está familiarizada con el nuevo escáner TPIR?
Joanna negó con la cabeza.
—¿Es similar al escáner TEP? Él asintió.
—Ambos miden la actividad cerebral, pero el TPIR es exponencialmente más rápido y más detallado. Además, usa marcadores químicos, no radiactivos, así que el número de escaneos por sujeto no tiene que quedar limitado. Fotografía simultáneamente la actividad electroquímica en diferentes subsecciones del cerebro para conseguir una imagen tridimensional de la actividad neural en el cerebro en funcionamiento. O en el cerebro moribundo.
—¿Quiere decir que teóricamente podría sacar una foto de una ECM?
—Teóricamente no —dijo Richard—. He…
La puerta se abrió.
Los dos se quedaron inmóviles.
Por encima de ellos, sonó una voz de hombre:
—… sesión muy productiva. La señora Davenport ha recordado que experimentó la Orden de Regreso y la Revisión de Vida mientras estuvo muerta.
—Oh, Dios —susurró Joanna—. Es Mandrake. Richard se asomó con cuidado.
—Tiene razón —susurró—. Ha abierto la puerta.
—¿Puede vernos desde allí? Él sacudió la cabeza.
—¿Entonces es verdad? —preguntó desde la puerta la voz de una mujer joven.
—Ésa es Tish —susurró Joanna.
Richard asintió, y los dos permanecieron absolutamente inmóviles, la cabeza vuelta hacia las escaleras y la puerta, escuchando atentamente.
—¿Toda tu vida te pasa por delante antes de morir? —preguntó Tish.
—Sí, los acontecimientos de la vida te son mostrados en un panorama de imágenes llamado Revisión de Vida —dijo el señor Mandrake—. El Ángel de Luz guía al alma en su examen de la vida y del significado de esos acontecimientos. Acabo de hablar con la señora Davenport. El Ángel le mostró los hechos de su vida y dijo: “Ve y comprende.” No sólo comprenderemos nuestras propias vidas, sino también la vida misma, el vasto océano de comprensión y amor que será nuestro cuando alcancemos la eternidad.
Richard miró a Joanna.
—¿Cuánto tiempo puede seguir así? —susurró.
—Eternamente —respondió ella.
—¿Entonces cree usted de verdad que hay otra vida? —preguntó Tish.
“¿Es que no tiene pacientes que atender?”, pensó Joanna, exasperada. Pero se trataba de Tish, para quien flirtear era tan natural como respirar. No podía dejar de tirarle los tejos a cualquier varón, aunque fuera el señor Mandrake. Y Richard ya la había conocido, obviamente. Joanna se preguntó cómo había conseguido librarse.
—No creo que hay otra vida —respondió Mandrake—. Lo sé. Tengo pruebas científicas de que existe.