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—¿De verdad? —dijo Tish.

—Tengo testigos. Mis sujetos explican que el Otro Lado es un lugar maravilloso, lleno de luz dorada y de los rostros de los seres queridos.

Hubo una pausa. “Tal vez se marcha ya”, pensó Joanna, esperanzada.

La puerta se abrió un poquito más y alguien empezó a bajar las escaleras. Richard se puso en pie de un brinco y cruzó el rellano en un instante, obligando a Joanna a ponerse en pie, y ambos se apretujaron contra la pared, su brazo cubriéndola, sujetándola. Esperaron, sin respirar.

La puerta se cerró y los pasos bajaron hacia ellos. “Llegará al rellano en un momento, ¿y cómo vamos a explicarle que estamos aquí agazapados como un par de niños jugando al escondite?” Joanna miró a Richard. Él se llevó un dedo a los labios. Los pasos se acercaron.

—¡Señor Mandrake! —llamó la lejana voz de Tish, y oyeron que la puerta volvía a abrirse—. ¡Señor Mandrake! No puede bajar por ahí. Está recién pintado.

—¿Cómo? —dio el señor Mandrake.

—Han estado pintando todas las escaleras.

Otra pausa. El brazo de Richard se tensó contra Joanna, y entonces oyeron el sonido de pasos que subían.

—¿Adonde iba usted, señor Mandrake? —preguntó Tish.

—A Urgencias.

—Oh, entonces tiene que ir a Ortopedia y tomar el ascensor. Venga, déjeme que le muestre el camino. Otra larga pausa, y la puerta se cerró. Richard se asomó para mirar.

—Se ha ido.

Retiró el brazo y se volvió para encararse a Joanna.

—Temí que fuera a insistir en ver con sus propios ojos que las escaleras estaban recién pintadas.

—¿Bromea? —dijo Joanna—. Ha basado toda su carrera en aceptar las cosas por un acto de fe.

Richard se echó a reír y subió las escaleras hacia la puerta.

—Yo no lo haría si fuera usted —dijo ella—. Sigue ahí fuera. Richard se detuvo y la miró, confuso.

 —dijo que iba a Urgencias. Ella sacudió la cabeza.

—No mientras tenga público.

Richard abrió la puerta con cautela y volvió a cerrarla.

—Tiene usted razón. Le está contando a Tish cómo el Ángel de Luz le explicó a la señora Davenport los misterios del universo.

—Eso le llevará un mes —dijo Joanna. Se desplomó resignada en un escalón—. Usted es médico. ¿Cuánto tiempo tarda una persona en morir de inanición?

El pareció sorprenderse.

—¿Tiene hambre?

Ella apoyó la cabeza contra la pared.

—Me tomé un pastelito para desayunar. Hace como un millón de años.

—Bromea —dijo él, rebuscando en los bolsillos de su bata—. ¿Quiere una barrita energética?

—¿Tiene usted comida?

—La cafetería está siempre cerrada cuando intento comer allí. ¿Abre alguna vez?

—No —dijo Joanna.

—Tampoco parece haber restaurantes por aquí cerca.

—No los hay. Taco Pierre’s es el más cercano, y está a diez manzanas.

—¿Taco Pierre’s? Ella asintió.

—Burritos preparados y mucha ensalada.

—Umm —dijo él. Sacó una manzana, la frotó contra su solapa, y se la tendió—. ¿Quiere una manzana? Ella la aceptó, agradecida.

—Primero me salva del señor Mandrake y luego de morir de hambre —dijo, dando un bocado—. Sea lo que sea lo que quiere de mí, lo haré.

—Bien —respondió él, buscando en su otro bolsillo—. Quiero que defina para mí la experiencia cercana a la muerte.

—¿Definir? —dijo ella con la boca llena.

—Las sensaciones. Lo que la gente experimenta cuando tiene una ECM. —Sacó una barrita energética Nutri-Grain y se la tendió—. ¿Experimentan todos lo mismo, o es diferente para cada individuo?

—No —dijo ella, tratando de sacar la barrita de su envoltorio brillante—. Decididamente parece haber una experiencia nuclear, como la llama el señor Mandrake. —Mordió el papel de estaño, intentando rasgarlo—. Definirla es otra cuestión.

Richard tomó la barrita de sus manos, la abrió y se la devolvió.

—Gracias. El problema es el libro del señor Mandrake y todo el material sobre la experiencia cercana a la muerte que hay. Le han dicho a la gente lo que debe ver, y naturalmente todos lo ven.

Él frunció el ceño.

—¿Entonces cree usted de verdad que la gente ve un túnel y una luz y una figura divina?

Ella le dio un mordisco a la barrita.

—No he dicho eso. Las ECM no empezaron con el señor Mandrake ni con esta moda de libros que ahora sufrimos. Hay registros que se remontan a la antigua Grecia. En la República de Platón se narra que un soldado llamado Er murió y atravesó pasillos que conducían a los reinos de la otra vida, donde vio espíritus y algo que se parecía al cielo. El Libro tibetano de los muertos, del siglo VIH, habla de abandonar el cuerpo, quedar suspendido en un vacío neblinoso y entrar en un reino de luz. Y la mayoría de los elementos nucleares parecen remontarse a tiempos muy lejanos. Dio otro bocado.

—No es que la gente no vea el túnel y todo lo demás. Es que es difícil separar el grano de la paja. Y hay toneladas de paja. La gente tiende a usar las ECM para llamar la atención. O para reforzar su creencia en lo paranormal. El veintidós por ciento de las personas que sostienen haber tenido ECM dicen también ser clarividentes o telequinéticos, o haber tenido regresiones a vidas pasadas como Bridey Murphy. El catorce por ciento dicen haber sido abducidos por extraterrestres.

—¿Entonces cómo separa usted el grano de la paja? Ella se encogió de hombros.

—Observando el lenguaje corporal. Tuve una paciente el mes pasado que dijo: “Cuando vi la luz, comprendí el secreto del universo”, cosa que, por cierto, es un comentario común. Cuando le pregunté cuál era, me dijo: “Le prometí a Jesús que no lo diría.” Pero al decirlo, extendió la mano, como si buscara algo situado fuera de su alcance.

—Imitó el gesto a modo de demostración—. Y buscando experiencias alejadas de los tópicos comunes para encontrar detalles consistentes. La gente tiende a incluir muchos más detalles específicos, algunos aparentemente irrelevantes, cuando describe lo que ha experimentado de verdad en vez de lo que piensa que debería haber visto.

—¿Y qué ha experimentado de verdad? —preguntó Richard.

—Bueno, decididamente hay una sensación de oscuridad, y una sensación de luz, normalmente en ese orden. También parece haber algún tipo de sonido, aunque por lo visto nadie consigue poder describirlo muy bien. El señor Mandrake dice que es un zumbido…

—… y por tanto todos sus pacientes dicen que es un zumbido —dijo Richard.

—Sí, pero ni siquiera ellos parecen demasiado convencidos —dijo Joanna, recordando la incertidumbre en la voz de la señora Davenport—. Y mis sujetos dicen todo tipo de cosas. Es un chasquido, un rugido, un roce y un alarido.

—¿Pero parece ser un sonido?

—Oh, sí, el ochenta y ocho por ciento de mis pacientes lo mencionaron. Sin que les indujera a ello.

—¿Qué hay de lo de flotar por encima de tu cuerpo en la mesa de operaciones? —preguntó Richard, sacándose una cajita de pasas del bolsillo.

—El señor Mandrake sostiene que el sesenta por ciento de sus pacientes tiene una experiencia extracorporal, pero sólo el once por ciento de los míos lo hacen. El setenta y cinco por ciento de los míos mencionan sensaciones de paz y calor, y casi el cincuenta por ciento dicen haber visto una especie de figura, normalmente religiosa, normalmente vestida de blanco, a veces brillante o resplandeciente de luz.

—El Ángel de Luz de Mandrake —dijo Richard.

Ella extendió la mano, y él depositó vanas pasas en su palma.