—¡Hola! —saludó, sonriendo—. Pensaba que habías dicho que no ibas a poder venir hoy.
—He podido escaparme después de todo. Espero que no sea un mal momento.
—¡No, es magnífico! —dijo Kit—. Me muero por enseñarte el libro. Supe que era ése en cuanto lo vi. ¿Sabes cómo a veces una sabe las cosas sin más? ¿No dijiste que personas distintas pensaban que tenía cosas distintas en la portada? Bueno, pues todas tenían razón. Vaya, hace frío aquí fuera —dijo, y tiritó. Abrió más la puerta—. ¿Cómo es que no llevas abrigo?
Joanna no supo qué contestar a eso, pero Kit no parecía esperar una respuesta.
—Voy por el libro —dijo, y se marchó a la biblioteca. Volvió en menos de un minuto, cerrando con cuidado la puerta tras ella—. El tío Pat está durmiendo —susurró, e indicó a Joanna que la siguiera pasillo abajo hasta la cocina—. Se despertará dentro de unos minutos. Quiero dejarlo dormir si puede. Anoche pasó una mala noche.
Una mala noche. Había vuelto a desmantelar la cocina, más que antes. Había platos y cubiertos por todas partes, y todo el contenido del frigorífico estaba tirado por el suelo. Un rollo entero de toallitas de papel envolvía los botes y los moldes de las galletas y la porcelana. En la encimera había una botella aplastada de ketchup, goteando roja sobre el fregadero. En la mesa había un recogedor con cristales rotos, y la papelera estaba casi llena.
—El tío Pat estaba buscando el libro —dijo Kit, quitando dos tazas de té del escurridor—. Creo que debe de tener algún vago recuerdo de haberlo puesto en algún lugar de la cocina, y por eso sigue haciendo esto.
Pasó por encima de una lechuga para llegar al fregadero y llenar dos tazas.
Me alegra mucho que pudieras venir. Estoy segura de que esta vez es el libro correcto. Es azul, tal como dijiste, y tiene todas las cosas que dijiste. —Metió las tazas en el microondas y pulsó los botones—. Están dentro de unos paneles grises que supongo que son espejos…
“Laberintos y espejos”, pensó Joanna, y pudo ver los espejos, colocados en ángulo, con imágenes distintas en cada uno: un tintero y una pluma, y la reina Isabel, a quien Ricky Inman le había dibujado bigote y gafas, y la proa de una carabela hendiendo las aguas azules.
—Uno de ellos tiene un barco, como tú dijiste, y un… —dijo Kit, buscando debajo de una pila de ollas.
—… castillo y una corona sobre un cojín de terciopelo rojo —dijo Joanna—. Es ése, sin duda.
—¡Oh, bien! —aplaudió Kit—. Ahora, si puedo encontrar las bolsitas de té…
Buscó bajo una inestable torre de cajas de cereales y especias.
—¿A qué distancia estaba el Carpathia del Titanic? —preguntó Joanna.
—¿El barco que fue en su ayuda? No lo sé. Lo buscaré. Soltó un frasco de canela y se dirigió hacia la puerta, pasando por encima de una sartén, un frasco de aceitunas y un cartón de huevos.
—Ahora mismo vuelvo.
Recorrió el pasillo y subió las escaleras y volvió casi inmediatamente con un puñado de libros.
—Le he echado un vistazo al tío Pat. Sigue durmiendo. Despejó la mesa y depositó allí los libros.
—Veamos —dijo, abriendo el de arriba por el índice—. Carpathia, Carpathia, aquí está. Cincuenta y ocho millas.
—¿Estás segura? —preguntó Joanna. Y por supuesto que estaba segura. “Lo supiste en el momento en que Maisie lo dijo. Te estabas engañando a ti misma buscando confirmación externa.”
—Está aquí mismo. “Cincuenta y ocho millas al suroeste del Titanic cuando recibió su primer SOS” —leyó—. “El Carpathia. se acercó a toda máquina, pero llegó demasiado tarde para rescatar a los pasajeros del barco.”
Cerró el libro para mirar la portada.
—Es El Titanic: símbolo de nuestro tiempo. ¿Quieres que lo compruebe en otro?
—No. No.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien, Joanna?
—No.
—Esto tiene algo que ver con tus ECM, ¿verdad? —dijo Kit ansiosamente.
Le contó las últimas palabras de Greg Menotti, y la acuciante sensación de que sabía lo que significaban, y lo que le había dicho Maisie.
—Estaba hablando del Carpathia.
—¿Y crees que eso significa que estaba viendo también el Titanic en su ECM?
—Sí. ¿Pero por qué vio la misma imagen que yo? —preguntó Joanna—. Los escaneos TPIR demuestran que la ECM obtiene sus imágenes de la memoria a largo plazo. Esas pautas memorísticas son distintas para cada sujeto. ¿Por qué dos tendrían que tener ECM idénticas? ¿Por qué ver el Titanic?
—¿Estás segura de que él lo vio? Quiero decir, cincuenta y ocho podría significar montones de cosas. Direcciones, números PIN… ¿Qué edad tenía?
—Treinta y seis —dijo Joanna—. No era su presión sanguínea ni el número de su móvil ni la combinación de su taquilla. Eran millas. “Está demasiado lejos para llegar a tiempo”, dijo. Estaba hablando del Carpathia. Estoy segura. Estaba a bordo del Titanic, como yo.
—O… hay otra posibilidad, ¿sabes? —dijo Kit, pensativa—. Dices que él tuvo la misma ECM que tú. Tal vez eso no sea cierto. Tal vez sea al revés.
—¿Al revés? ¿Qué quieres decir?
—¿Recuerdas que me dijiste que todo el mundo ve túneles y luces y parientes, porque han sido programados para esperar eso? ¿Y cómo el señor Mandrake influye en todos sus sujetos para que vean al Ángel de Luz?
Joanna asintió, incapaz de ver adonde quería ir a parar.
—Bueno, ¿y si, cuando oíste a ese paciente decir “cincuenta y ocho”, tu subconsciente lo relacionó con el Titanic, a causa de todas las historias que te contó el tío Pat, y por eso cuando te sometiste a la prueba viste el Titanic? Porque te había influido. Pudo haber estado hablando de cualquier cosa, pero tú hiciste la conexión con el Carpathia.
Tenía todo el sentido del mundo. Se había protegido para no ver a los parientes ni los ángeles ni las revisiones de vida de las que hablaba todo el mundo, pero eso no significaba que no hubiera tenido expectativas. Se había pasado los dos últimos años viendo las expresiones de sus sujetos, y su lenguaje corporal, tratando de averiguar cómo eran sus experiencias cercanas a la muerte. “Oh, no, oh, no, oh, no”, había dicho Amelia, y la señora Woollam se llevó la Biblia a su frágil pecho vano: “¿Cómo puede no ser aterrador?”
Y durante el periodo inmediatamente anterior a someterse a la prueba había estado pensando en Greg Menotti, preocupada por lo que había dicho, tratando de encontrarle sentido. Había pensado que “cincuenta y ocho” le resultaba familiar. Su mente subconsciente debió de recordar que ésa era la distancia a la que estaba el Carpathia y disparó los otros recuerdos, disparó la ECM y la referencia al señor Briarley, y no eran los motores al pararse la conexión que estaba buscando, era el señor Briarley diciendo: “El Carpathia estaba a cincuenta y ocho millas de distancia, demasiado lejos para llegar a tiempo.”
—Eso tiene que ser —dijo Joanna—. Tiene todo el sentido del mundo.
—¿Pero cómo encaja el libro? Apuesto a que tiene un poema o algo parecido sobre el Carpathia, y si lo tiene, eso lo demostrará —dijo Kit, entusiasmada—. Esto es igual que una historia de detectives.
Soltó el libro y empezó a abrirse paso entre las sartenes y la comida.
—Iré a traerlo.