—¿Estaba usted en un barco? —dijo Joanna cuidadosamente—. ¿En qué barco?
—No lo sé —respondió el señor Wojakowski—. No era el York Town. Me lo conocía palmo a palmo, y allí había un pasillo que nunca había visto antes. Y la puerta no era como las que teníamos. Era más bien como la puerta que había en el camarote del capitán. Lo que me recuerda aquella vez que fui a preguntarle una cosa al capitán, y me veo salir del camarote nada menos que a Stinkpot Malone. Bueno, Stinky no podía estar preparando nada bueno, era el mayor caradura de toda la Marina de Estados Unidos, que ya es decir. Pues Stinky va y me ve y dice…
—¿Qué le hizo pensar que era un barco? —interrumpió Joanna.
—¿Ha estado usted alguna vez a bordo de uno? Cuando has estado, no puedes confundir esa sensación con nada más. Lo notas aunque te venden los ojos y te tapen los oídos. Cosa que, ahora que lo pienso, es como yo estaba.
—¿Pero no pudo distinguir qué barco?
—No. Era un barco de la Marina, eso es todo lo que sé, porque vi marineros ante la puerta.
—¿Vio marineros?
—Gente, al menos. Me parecieron marineros. La luz era demasiado brillante para distinguir gran cosa, pero vi que tenían puestos sus uniformes blancos, así que supuse que debían de ser marineros.
“Un barco, y gente ante la puerta, todos vestidos de blanco.”
—dijo que le pareció que estaba en el mar. ¿Los motores estaban funcionando?
—¿Los motores? —dijo él, sorprendido—. No.
Las señoras de pelo teñido se acercaron, con aspecto decidido.
—Nos espera la furgoneta, Edward —dijo una de ellas, mirando a Joanna.
—Ahora mismo voy —respondió el señor Wojakowski—. Continuad vosotras, chicas. Tengo que despedirme de mi amiga. —Le hizo un guiño a Joanna. Las señoras se apartaron unos cuantos pasos y se quedaron allí, esperando impacientes—. ¿Qué otras preguntas tiene, Doc?
—¿Por qué no me contó esto antes?
—Bueno, se lo diré, no quería que se quedara como Silencioso Eggleton. ¿No le he hablado nunca de él? Le llamábamos así porque cuando estaba cerca nunca se le podía sacar ni una palabra, y…
—Será mejor que se marche —dijo Joanna, indicando a las señoras, que parecían a punto de estallar—. No querrá que la furgoneta se vaya sin usted.
—Me pondrían verde —dijo, y suspiró—. Llámeme en cuanto pueda para concertar esa cita, Doc. Iré cuando quiera. —Se acercó a las mujeres y luego regresó—. He estado pensando… Tal vez fuera el Hamman. O el Franklin. Pero no sé cómo se hundió.
—¿Se hundió?
—No, ahora que lo pienso, no pudo ser el Hamman, porque su espinazo se rompió. Ni tampoco el Wasp, porque se hundió panza arriba, y el Lexington zozobró de costado, y este barco, fuera cual fuese, se hundía por la proa.
Y allí estaba, su confirmación externa. No convencería a Richard. No convencería a nadie, no con el historial del señor Wojakowski, pero seguía siendo la prueba de que estaba sobre la pista correcta. Y donde había alguna prueba, aparecían más. Sólo tenía que encontrarlas.
Condujo hasta el hospital y se pasó el resto del día y del día siguiente atrincherada en su despacho, repasando las transcripciones. Apagó su busca, pero dejó el teléfono conectado para que el contestador atendiera las llamadas, sobre todo para poder seguirle la pista al señor Mandrake.
El llamó a intervalos de dos horas, cada vez más irritado porque no Podía localizarla.
Si no encuentra tiempo para devolverme las llamadas —dijo, y resoplo, al menos debería ir a escuchar lo que tiene que decir la señora Davenport sobre las visiones que ha estado teniendo. Demuestran más allá de toda duda que se pueden enviar mensajes desde más allá de la tumba.
Joanna borró el mensaje, colocó papel negro bajo la puerta para que no pudiera verse luz desde fuera, y continuó leyendo transcripciones.
“Estaba viajando por un túnel largo e inclinado.”
“La sensación era cálida, como si estuviera envuelto en una manta.”
“Había una mujer y un niño pequeño en la puerta, y supe que debían de ser mi madre y mi hermana pequeña, que murió con seis años aunque en realidad no se parecían. La niña pequeña me tomó la mano y me condujo hasta un hermoso jardín.”
Otra vez el jardín. Joanna hizo una búsqueda global. “Estaba en una especie de jardín.” “Elias se encontró en el Jardín del Edén.” “Más allá de la puerta pude ver un jardín.”
Gladys Meers había sido más concreta: “Había árboles alrededor, con arriates blancos y parras que colgaban. “Por favor, siéntate”, dijo el ángel, y yo me senté en una silla de enea blanca, como las que hay en los patios.”
No era posible que hubiera un jardín en el Titanic, se dijo Joanna, y deseó creerlo, pero tenía piscina y baño turco. Tal vez también tuviera un jardín.
Llamó a. Kit, pero comunicaba. Imprimió la lista de referencias a jardines y luego fue a ver a Maisie. La niña estaba tumbada en la cama, viendo la tele, pero la respiración entrecortada y las aletas de la nariz dilatadas la delataban. “Acaba de saltar a la cama”, pensó Joanna, preguntándose qué libro acababa de esconder, y entonces vio que había cables bajo su pijama de Barbie, conectados al monitor cardíaco.
—No he averiguado todavía lo de los mensajes —dijo Maisie cuando vio a Joanna. Apuntó a la tele con el mando a distancia y la apagó— Estoy fibrilando otra vez. Se supone que no puedo ni leer. He encontrado dos. —Inspiró dos veces antes de continuar—. Están en el cajón. —Volvió la cabeza para señalar la mesilla—. Buscaré los demás en cuanto me sienta mejor.
Joanna abrió el cajón y sacó la libreta de Maisie. En la primera pagina había escrito: “Nos hundimos. No puedo oír el ruido del vapor.” Y debajo: “Vengan rápido. Sala de máquinas inundada hasta las calderas.”
“Como tú —pensó Joanna, y trató de no pensar en Maisie en las cubiertas inclinadas del Titanic, en los escalones torcidos de la Gran Escalera—. Pero vio niebla, y la noche en que el Titanic se hundió estaba despejado.” Y si no había un jardín en el Titanic, entonces el señor Briarley estaba equivocado.
—Maisie —dijo—. ¿Tenía un jardín el Titanic?
—¿Un jardín? —preguntó la niña, incrédula—. ¿En un barco?
O algo que pareciera un jardín, con flores y árboles.
Pero Maisie negaba con la cabeza. “Y si hubiera uno —pensó Joanna— no lo sabría.”
—Nunca he oído hablar de ningún jardín. Pero apuesto a que si lo hubiera mi libro tendría una imagen. —Apartó las mantas de la cama y se sentó.
—No —dijo Joanna—. Nada de buscar cosas hasta que te hayas recuperado.
—Pero…
—Prométemelo, o te despediré como ayudante.
—Vaaaale —dijo Maisie a regañadientes—. Lo prometo. —Y, ante la mirada escéptica de Joanna, añadió—: Cruzo mi corazón. “Que no vale nada”, pensó Joanna.
—Descansa un poco, chavalina —dijo, cogiendo el mando a distancia y conectando la tele—. Vendré a verte pronto.
—No puedes irte todavía. No te he contado esa cosa tan guay que he descubierto del Mackay-Benett.
—Está bien. Dos minutos y luego a descansar. ¿Qué es el Mackay-Bennett?
—El barco que enviaron para recoger los cadáveres.