—Acabo de oír por una fuente muy digna de crédito que es usted ahora sujeto del proyecto del doctor Wright.
“Oh, no —pensó Joanna—. Lo que me hacía falta.”
—Estoy ansioso por discutir con usted sobre su experiencia para determinar si se trata de una ECM auténtica. Dudo que lo sea.
“Espero que tengas razón —pensó Joanna, borrando el resto del mensaje. Sonó el teléfono—. Y si crees que voy a cogerlo, señor Mandrake, estás loco.”
El contestador automático recogió la llamada.
—Tienes que venir ahora mismo —dijo la voz sin aliento de Maisie—… Necesito que veas algo. Joanna descolgó el teléfono.
—Estoy aquí, Maisie. ¿Qué quieres que vaya a ver?
—Busqué en el… Libro de imágenes del Titanic —dijo la niña, y se detuvo a tomar aire.
—¿Sigues fibrilando? —preguntó Joanna.
—Sí, pero… me siento mucho mejor.
—Te dije que no buscaras nada hasta que te hubieras recuperado.
—Sólo miré en un libro —protestó ella—, pero no sé si es realmente… un jardín, así que tienes que venir.
—¿Qué no es un jardín?
—El Café Verandah —dijo Maisie—. Tiene flores y árboles y enredaderas. Con… esas cosas que no sé como se llaman, son blancas y se entrecruzan…
“Arriates”, pensó Joanna.
—Dime cómo son las sillas —dijo, recuperando el archivo de Gladys Meers.
—Son blancas y están hechas de pequeños… no sé —dijo Maisie, frustrada—. Tienes que venir a verlo.
—Ahora mismo no puedo. ¿Son pequeños qué?
—Cosas largas y redondas. Como una cesta.
Enea. La palabra estaba allí mismo, en el archivo. “Había árboles alrededor, con arriates blancos y parras que colgaban. Me senté en una silla de enea blanca, como las que hay en los patios.”
—¿Hay árboles? —preguntó Joanna, recuperando el archivo de la señora Woollam.
—Sí —respondió Maisie, y Joanna supo lo que iba a decir—. Palmeras, pero tienes que venir a verlo.
No era un jardín celestial. El Café Verandah. En el Titanic.
—¿Puedes venir esta mañana?
“No, la señora Troudtheim va a venir a las dos. Tengo que averiguar con seguridad que no había niebla.”
—Estoy demasiado ocupada para ir esta mañana. —Entonces tienes que venir después de almorzar. He encontrado todos los cablegramas. Dijiste que te lo dijera cuando tuviera terminada la lista, y que entonces vendrías.
—Iré esta tarde.
—¿Inmediatamente después de almorzar?
—Inmediatamente después de almorzar.
—¿Lo prometes? ¿Cruzas tu corazón?
—Cruzo mi corazón —dijo Joanna, y colgó. Recuperó de nuevo la lista de referencias a la niebla, buscando pistas. “Estaba en el techo, mirando la mesa de operaciones, y vi a los médicos poner esa cosa plana sobre mi pecho, como paletas de ping-pong, y entonces no pude ver más, porque todo se nubló”, había dicho el señor James. Y la señora Katzenbaum había contado: “El túnel estaba oscuro, pero al final había una luz dorada, toda difusa, como su hubiera humo o niebla o algo por medio.”
Humo. Coma Carl había dicho también algo sobre humo. ¿Y si no era niebla, sino humo? ¿O vapor? El Titanic era un barco de vapor. “Nos hundimos. No puedo oír el ruido del vapor”, decía el telegrama que había anotado Maisie.
Pero ese vapor habría salido por las chimeneas. No habría estado en las cubiertas. ¿Y el humo? ¿Podrían haberse declarado incendios a bordo cuando el barco empezó a inclinarse? ¿El carbón encendido de los fogones al resbalar por el suelo de la sala de máquinas, o una vela al caer sobre un mantel en el Salón Comedor de Primera Clase?
Llamó a Kit, pero volvía a comunicar. Maisie sabría si había habido algún incendio, sobre todo dado su interés por el incendio del circo de Hartford, y no le estaría preguntando por la niebla. “¿A quién tratas de engañar? —pensó Joanna—. Lo relacionará al momento.”
Probó de nuevo con Kit. Respondió el señor Briarley.
—Señor Briarley, tengo que hablar con Kit.
—No está aquí —contestó él—. Está en la iglesia. Todos están en la iglesia. Excepto Kevin. No sé dónde está.
“A eso se refería Kit cuando dijo que decía cosas terribles —pensó Joanna—. Creí que se refería a obscenidades.”
—”Completamente solos, tal como ha deseado el Cielo, así morimos” —dijo—. Kevin ha ido a comprar película. Kit lo envió. No sé por qué no se le ocurrió antes.
“Son obscenidades —pensó Joanna, y luego—: Kit no puede oír esto.”
—Dígale que he llamado. Adiós —dijo, y se dispuso a colgar, pero fue demasiado tarde. Kit se había puesto ya al teléfono.
—Hola. ¿Quiénes? —dijo con voz alegre—. Oh, hola, Joanna, ¿se te olvidó algo?
“Tal vez no lo ha oído —pensó Joanna—, tal vez estaba bajando las escaleras y lo ha visto con el teléfono en la mano”, y supo que no era cierto, que Kit había oído hasta la última palabra. ¿Y cuántas veces? ¿Docenas? ¿Centenares?
—¿Joanna? —dijo Kit—. ¿Había algo más que quisieras saber sobre el Titanic?
—Sí —respondió Joanna, tratando de parecer tan tranquila como Kit—. ¿Sabes si hubo algún fuego a bordo?
—¿Te refieres a fuegos accidentales o normales?
—¿Incendios normales?
—Quiero decir fuego en las calderas y las chimeneas de los camarotes.
—¿Había chimeneas en el Titanic? —preguntó Joanna, y entonces recordó que la mujer del pelo recogido dijo: “Le pediremos a un mozo que encienda un fuego.”
—Sí, en la sala de fumadores, creo, y en algunos de los camarotes de primera clase.
“Y las encendieron porque los pasajeros tuvieron frío en cubierta —pensó Joanna—, y luego las dejaron encendidas cuando subieron a la Cubierta de Botes y, cuando el barco empezó a inclinarse, la madera y las cenizas resbalaron por la alfombra, llegaron a las cortinas, llenaron el camarote de humo.”
—¿Te refieres a ese tipo de fuego? —estaba preguntando Kit.
—No sé a qué me refiero. Estoy buscando cualquier tipo de incendio que pudiera haber producido un montón de humo. O vapor.
—Recuerdo que el tío Pat hablaba de un incendio en una de las salas de calderas, en la carbonera. Estaba humeando desde que salieron de puerto, pero no creo que hubiera mucha humareda. ¿O vapor, has dicho?
—Sí.
—Estaba pensando en esa escena de la película en la que se escucha un ruido ensordecedor y el vapor envuelve a todos los que estaban en la Cubierta de Botes. Veré qué puedo encontrar. ¿Llamaste antes y te dio comunicando?
—Sí —admitió Joanna.
—Me lo temía. El tío Pat ha empezado a descolgar el teléfono de la horquilla. Lo compruebo a todas horas, pero…
—“Oh, padre, oigo el tronar de cañones” —oyó decir al señor Briarley.
—Te llamaré en cuanto encuentre algo.
—Necesito la información en cuanto…
—”Oh, di, ¿qué puede ser?” —dijo el señor Briarley.
—… sea posible —terminó Joanna, y Kit dijo que de acuerdo, pero Joanna no estaba segura de que la hubiera oído porque el señor Briarley seguía declamando al fondo:
—”Un barco herido que no puede vivir. ¡Nos hablan!”
Joanna colgó el teléfono y se lo quedó mirando, pensando en la posibilidad de que la niebla fuera vapor. Pero ninguna de las personas que había experimentado ECM había dicho nada de niebla congregándose, ni moviéndose, y Maisie había dicho que estaba a cubierto, no en el exterior, en la Cubierta de Botes.