Volvió a cubrir el teléfono con la mano.
—Paula fue a comprobar sus constantes hace media hora. Descorrió las cortinas, y él dijo: “No está oscuro.” Le dio un susto de muerte… He intentado llamarlo al busca —le dijo al teléfono—. ¿Sabe adonde ha ido?
Se volvió hacia Joanna.
—La mayoría de los pacientes tienen recuerdos muy difusos del tiempo que han pasado en coma, si es que recuerdan algo.
“Y esos recuerdos se harán aún más difusos con cada momento que pase —pensó Joanna, mirando hacia su habitación—. Tengo que entrar ahí ahora.”
—¿Puede recibir visitas? —preguntó. Guadalupe frunció el ceño.
—No sé quién está con… Sí —le dijo al teléfono—. ¿Harvest?
—Tomó un boli y anotó algo en un talonario de recetas—. Por favor, que me llame en cuanto vuelva. Colgó.
—El doctor Cherikov está almorzando —dijo, disgustada, buscando una guía telefónica—. En el Harvest o el Sfuzzi’s. Tiene los dos nombres en su agenda. —Empezó a buscar en la guía—. La esposa de Carl probablemente ha ido a almorzar también. Harvest, Harvest.
Joanna volvió a mirar hacia la habitación. Tenía que entrar allí y hablar con él antes de que volvieran su esposa y el doctor Cherikov, pero sin duda había alguien con él. Un paciente que acaba de recuperar la conciencia difícilmente se quedaría solo…
El ascensor sonó, y Guadalupe y Joanna miraron hacia allí y vieron salir a una auxiliar de clínica.
—¿La has encontrado? —preguntó Guadalupe. La auxiliar se acercó a ellas, sacudiendo la cabeza.
—No estaba en la cafetería. ¿Y si la llamamos por el busca? Guadalupe negó con la cabeza.
—No quiero darle un susto de muerte. Sólo quiero que venga.
—Descolgó el teléfono.
—¿Y la capilla? —preguntó Joanna.
Corinne ha ido a comprobarlo —dijo Guadalupe. Marcó un número de teléfono, sin dejar de consultar la guía mientras lo hacía— ¿Has mirado en la tienda de regalos? La auxiliar asintió.
—Y en las máquinas expendedoras.
—¿Has comprobado…? Soy la enfermera Santos del Mercy General. Estoy intentando localizar al doctor Antón Cherikov. Está almorzando ahí. —Pausa—. No, no puedo llamarlo por el busca. —Pausa-Bueno, ¿quiere mirar, por favor? Es una emergencia. —Volvió a cubrir el teléfono con la mano—. ¿Has mirado en el solárium? —le preguntó a la auxiliar.
Ninguna de las dos le estaba prestando atención a Joanna. Se apartó del puesto de enfermas y, cuando Guadalupe alzó la cabeza, señaló su reloj e hizo un leve gesto de despedida.
—He mirado por todas partes —dijo la auxiliar—. Apuesto a que se ha ido a casa.
—Ya hemos llamado. No está allí. Le dejé un mensaje.
—¿No la asustará eso también? —preguntó la auxiliar.
Joanna recorrió rápidamente el pasillo, pasando ante la habitación de Carl, hasta que quedó fuera de la vista del puesto de enfermeras. Se detuvo, esperó.
—¿Está seguro de que no está ahí? —dijo Guadalupe, y se oyó cómo colgaba el teléfono y un breve silencio—. ¿Cómo se escribe Sfuzzi’s?
—¿Sfuzzi’s? No lo sé. ¿Qué es eso?
—Un restaurante.
Más silencio. Joanna retrocedió sigilosa por el pasillo hasta que vio el puesto de enfermeras. Guadalupe y la auxiliar estaban las dos inclinadas sobre el mostrador, buscando en la guía telefónica. Joanna se apartó rápidamente y cruzó en silencio el pasillo en dirección a la habitación de Carl.
“Sólo necesito un minuto —pensó, mirando la puerta. No había ninguna enfermera en la habitación. Entró—. Lo único que tengo que hacer es preguntarle si estuvo en el Titanic, dejando la puerta encajada. Antes de que se le olvide, antes de que…”
—Hola —dijo una voz desde la cama. Ella se volvió y miró al hombre de pelo gris que estaba sentado en la cama, vestido con un pijama azul—. ¿Quién es usted? —preguntó.
Durante un largo y angustioso minuto, Joanna pensó que se había equivocado de habitación. “¿Cómo voy a explicarle esto a Guadalupe? ¿Cómo voy a explicárselo a Richard?”
—¿Han encontrado a mi esposa? —preguntó el hombre, y ella vio, como en una de esas fotos de pega que de repente se enfocan, que era Coma Carl.
No es que pareciera una persona diferente. Es que parecía una persona. Antes no era más que un caparazón vacío. Su pecho cóncavo, sus finos brazos parecían rellenos, como si hubiera ganado peso, aunque eso era imposible, y su rostro, cubierto por una barba gris, parecía ocupado, como una casa a la que los propietarios han vuelto de repente. Llevaba el pelo, castaño grisáceo en las sienes, que las auxiliares habían mantenido siempre peinado para despejar la frente, con la raya en medio, y le caía de un modo bastante infantil sobre la frente, y sus ojos, que ella siempre había creído grises cuando los veía a través de los párpados entreabiertos, eran marrón oscuro.
Estaba mirándolo boquiabierta, como una idiota.
—Yo… —dijo, tratando de recordar qué le había preguntado.
—¿Es usted una de mis médicos? —preguntó él, mirándole la bata.
—No. Soy Joanna Lander. ¿Me recuerda, señor Aspinall? Él negó con la cabeza.
—No recuerdo mucho —dijo. Su voz era diferente también, aún ronca, pero mucho más fuerte, más grave que en sus murmullos—. He estado en coma, ¿sabe?
—Lo sé —asintió ella—. De eso me gustaría hablar con usted. De lo que recuerda. Me gustaría hacerle unas preguntas, si no le parece mal.
“Está mal —se dijo—. Necesitas un permiso. El que firmó su esposa sólo valía cuando él estaba inconsciente. Tienes que hacerle firmar un impreso. Esto viola todas las normas.” Pero no había tiempo de escribir nada. El doctor o su esposa llegarían de un momento a otro.
Joanna acercó una silla a la cama, y miró ansiosa hacia la puerta cuando la silla chocó contra la percha de las intravenosas; se sentó.
—¿Puede decirme qué recuerda, señor Aspinall?
—Recuerdo haber venido al hospital. Alicia me trajo.
Joanna buscó la minigrabadora en el bolsillo de su rebeca. No la llevaba. “Me la he dejado en el despacho —pensó—, cuando llevé la cinta a Archivos.”
—Tenía un terrible dolor de cabeza. No podía conducir.
Joanna buscó en su bolsillo algo para escribir, pero ni siquiera tenía uno de aquellos impresos que no le había hecho firmar. Al menos tenia un boli. Miró subrepticiamente alrededor, buscando algo sobre o que escribir, un menú, un sobre, cualquier cosa. Guadalupe se había llevado la gráfica consigo, y no había nada en la mesilla de noche.
—Iba a llevarme al médico, pero el dolor de cabeza era cada vez más fuerte…
Joanna buscó en la papelera y sacó una tarjeta con un dibujo de un pájaro. El pájaro tenía una carta en el pico. “Este mensaje para que te pongas bien vuela hacia ti”, decía el interior de la tarjeta. Joanna le dio la vuelta. No había nada detrás.
—… me llevó a la sala de urgencias, y entonces… —La voz de Carl se apagó y se quedó mirando al frente—. Se puso oscuro.
“Oscuro”, pensó Joanna, y la mano le tembló al escribir la palabra.
—A Alicia no le gusta conducir de noche —dijo él—, pero tuvo que hacerlo. Hacía mucho frío. —Extendió la mano y se tocó la mejilla, con ternura, como si todavía le doliera—. Recuerdo que el doctor dijo que tenía meningitis espinal, y luego recuerdo que me pusieron en una silla de ruedas, y luego recuerdo a la enfermera echando las cortinas, y me sorprendió que no estuviera oscuro. —Le sonrió a Joanna—. Y eso es todo.