Al cabo de un momento, Maisie se levantó de la cama, caminó de puntillas hacia la puerta y se asomó al pasillo. Su madre estaba en el puesto de enfermeras, hablando con Barbara y la otra enfermera. Volvió a la cama, se sentó en el borde, donde podía taparse rápidamente si escuchaba venir a alguien, y vio la primera parte de El mejor verano.
La niña de la película estaba en una silla de ruedas. Tenía un gran lazo en el pelo y un chal sobre las rodillas y parecía muy triste.
—Nunca te pondrás bien con ese aspecto —decía su medico—. Para ponerse bien hace falta sonreír.
—No me quedan sonrisas —decía la niña.
—Debes tomar una de mis píldoras de la felicidad —decía el médico, y sacaba un perrito de detrás de su espalda.
—¡Oh, un perrito! —exclamaba la niña—. ¡Qué ricura! ¿Cómo se llama?
—Ulla —dijo Maisie, y se levantó de la cama para ver si su madre seguía allí.
Se había ido. Maisie apagó la tele y dejó el mando a distancia en el suelo, bajo la cama.
Luego se metió en la cama y arregló bien las mantas. Esperó un poco a que su respiración no fuera tan agitada y pulsó el botón de llamada.
La enfermera tardó un rato en venir, era Barbara. Maisie se alegró, la enfermera Amy siempre tenía prisa.
—¿Qué necesitas, cariño?
—Se me ha caído el mando —dijo Maisie, señalando el suelo, y luego, cuando Barbara se agachó para recogerlo, añadió—: Mi madre dice que la doctora Lander se ha marchado.
Barbara permaneció agachada, buscando el mando. Maisie se preguntó si lo había colocado demasiado lejos bajo la cama, y por eso tardaba tanto en responder.
—Sí, eso es —dijo por fin.
—¿Ya se ha ido?
—Sí —dijo Barbara, y su voz sonaba rara desde debajo de la cama —. Se ha ido.
¿Estás segura?
—Sí —respondió Barbara. Se levantó y encendió la tele— ¿Qué canal estabas viendo? —preguntó sin darse la vuelta.
—Un vídeo. Tal vez no se ha ido todavía. Quiero decir, ¿la gente no tiene que hacer las maletas y alquilar sus apartamentos y todas esas cosas antes de mudarse?
Barbara pulsó “play”. El perrito lamía la cara de la niña de la silla de ruedas. La niña se reía. Barbara le entregó el mando a distancia a Maisie.
—¿Todo bien ya? —preguntó, palpando las mantas sobre las rodillas de Maisie.
—Tal vez no se ha ido todavía. Todavía estará preparándose y volverá y se despedirá de todo el mundo.
— No —dijo Barbara—, se marchó.
Y salió de la habitación antes de que Maisie pudiera preguntarle nada más.
Maisie siguió viendo El mejor verano. La niña se levantó de la silla de ruedas y caminó con muletas de aspecto anticuado.
—Tenía usted razón. Me dijo que lo que hacía falta para ponerme bien es sonreír —le dijo al doctor.
“Apuesto a que las enfermeras se han olvidado de llamar a Joanna —pensó Maisie—, y ella estaba tan atareada haciendo las maletas que ni siquiera se acordó de los cablegramas que envió el Titanic. Apuesto que cuando llegue adondequiera que se haya mudado, se acordará.” Pulsó el botón de llamada otra vez, y cuando entró Barbara, le preguntó:
—¿Adonde se ha mudado Joanna?
Barbara pareció enfadada, como si lucra a decirle a Maisie que no insistiera con el timbre, pero no lo hizo. Extendió la mano por encima de la cabeza de Maisie y lo desconectó.
—De vuelta al este.
—¿De vuelta al este dónde?
—No lo sé, Nueva Jersey —dijo Barbara, y salió.
Nueva Jersey era el lugar donde se había estrellado el Hindenburg. Maisie se preguntó si Joanna había ido allí para entrevistar al tripulante que había tenido la experiencia cercana a la muerte.
Pero el vivía en Alemania. Tal vez había descubierto que alguien más del Hindenburg había tenido una experiencia cercana a la muerte, y por eso se había marchado con tanta prisa. “Me llamará en cuanto llegue”, pensó Maisie.
Se pregunto cuanto tiempo tardaría en llegar a Nueva Jersey. Le pareció mejor no volver a pulsar el botón de llamada. Esperó a que Eugene le trajera la bandeja con la cena.
—¿Cuánto tiempo se tarda en llegar a Nueva Jersey, Eugene?
Eugene le sonrío.
—Estás intentando escaparte.
—No. ¿Cuántos días se lardaría en licuar en coche?
—Olí, vas a ir en coche. ¿No eres un poco joven para conducir?
— Hablo en serio, Eugene. ¿Cuantos días tardaría?
—No lo sé —dijo él—. Tres, tal vez cuatro. Depende de lo rápido que conduzcas. ¡Me da en la nariz que tu eres uno de esos conductores rápidos! ¡Será mejor que tenga cuidado, no vaya a ser que la poli te pare y te pida el carné!
Maisie calculó que Joanna probablemente tardaría cuatro días si se trasladaba con todas sus cosas, pero ya se había puesto en marcha. ¿Cuándo? ¿El día anterior o el martes? Si se había marchado el martes, podría llamar pasado mañana.
Cuando su madre vino justo antes de la cena, se lo preguntó:
—¿Sabes cuándo se marcho Joanna?
—No —respondió su madre. ¿Viste El Mejor Verano? Te he traído otro video, El Jardín secreto.
Maisie decidió que Joanna probablemente se había marchado el día anterior. “Así que probablemente llamará el sábado —pensó—, y será mejor que averigüe todo lo que pueda sobre los mensajes, para tener montones de cosas que decirle,” Repaso los libros sobre el Titanic otra vez y anotó los que habían enviado antes del iceberg, por si Joanna decidía que también los quería, y espero a que llamara.
Pero no llamó el sábado, ni el domingo. “Probablemente está ocupada entrevistando al superviviente del Hindenburg” pensó Maisie, viendo el vídeo de El jardín secreto. En este había un niño en una silla de ruedas, y una niña muy protestona. A Maisie le cayó bien la niña.
La niña no dejaba de oír ruidos raros, como si alguien llorara. Cuando le preguntaba al respecto a la gente de la casa, le decían que no oían nada y trataban de cambiar de tema, así que iba al piso de arriba e investigaba por su cuenta, encontró al niño en la silla de ruedas y empezó a sacarlo a tomar el aire sin decírselo a nadie.
“Apuesto a que también se pone bien”, pensó Maisie disgustada, y se quedó dormida. Cuando se despertó, la niña le estaba escribiendo una carta a su tío.
—¿Adónde la envío? —le preguntó a la criada, y la criada le dijo la dirección.
Cuando llego Barbara para tomarle la tensión, Maisie esperó a que se quitara el estetoscopio y pregunto:
—¿Sabes la dirección de la doctora Lander?
—¿Su dirección? —preguntó Barbara, colocándose el estetoscopio al cuello.
—La dirección del sitio al que se ha mudado. Barbara retiró el tensiómetro del brazo de Maisie y lo colocó en su horquilla en la pared.
—Maisie… —dijo, y se quedó allí mirándola.
—¿Qué?
—Se me ha olvidado el termómetro —dijo, palpando sus bolsillos—. Ahora vuelvo.
—¿Pero lo hizo? ¿Dejó una dirección?
—No —dijo Barbara, y se quedó allí igual que antes—. No sé dónde está.