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“Pero apuesto a que el doctor Wright si lo sabe”, pensó Maisie. Estaban trabajando juntos en un proyecto. Joanna tenía que haberle dicho la dirección a la que iba. Pensó en pedirle a Barbara que lo llamara al busca, pero recordó que Joanna decía que a veces desconectaba el busca, así que llamó a la centralita del hospital por su cuenta.

—¿Puede darme el teléfono del doctor Wright? —le pidió a la operadora, tratando de parecer su madre.

—¿El doctor Richard Wright?

—Aja. Quiero decir, sí.

—Se lo paso —dijo la operadora.

—No, quiero… —dijo Maisie, pero la operadora ya la había conectado. El teléfono estaba comunicando.

Maisie esperó hasta la noche, a que la operadora del nuevo turno estuviera de guardia, y lo intentó de nuevo.

—El número del doctor Wright, por favor —dijo esta vez.

—El doctor Wright se ha marchado a casa.

—Lo sé —dijo Maisie—. Necesito su número para poder llamarlo mañana. Para fijar una cita —añadió.

— ¿Una cita? —dijo la operadora, vacilante, pero le dio el número. Maisie llamó, por si no se había marchado a casa, pero no respondió nadie. Tampoco respondió nadie al día siguiente, aunque llamó cada media hora.

Tendría que ir a verlo. Llamó de nuevo a la operadora y le preguntó cuál era el despacho del doctor Wright.

—Seiscientos once —le informó la operadora.

Era buena cosa. Tendría que tomar el ascensor, pero su habitación era la 422, así que el despacho estaría justo encima, y no tendría que caminar mucho.

Lo difícil sería llegar hasta el ascensor sin que nadie la viera. La niña del jardín secreto salió de noche, pero el doctor Wright no estaría en su despacho entonces, y no podía hacerlo por la mañana porque entonces hacían la cama y la ayudaban a darse una ducha y traían el carrito con los libros. Y a las dos venía su madre.

Tendría que hacerlo después de que recogieran las bandejas del almuerzo. En cuanto hicieron la cama, fue al armario, sacó su ropa y la puso bajo las mantas. Dejó uno de los libros sobre el Titanic abierto sobre el montón, para que no se notara, y luego se acostó y descansó para tener suficiente energía para caminar.

Comió buena parte de su almuerzo también, y Eugene, cuando vino a recoger la bandeja, dijo:

—¡Muuuuuy bien! ¡Eso es lo que quiero ver! ¡Sigue comiendo así y saldrás de aquí en un santiamén!

Se había puesto los pantalones y los calcetines antes de almorzar. En cuanto retiraron la bandeja, se puso los zapatos y un jersey de cuello alto. Se puso la bata sobre la ropa, se arropó y se acostó, conteniendo la respiración y escuchando.

El niño de la 420 empezó a llorar. Sonaron unos pasos en el pasillo y entraron en su habitación.

Sería mejor que encendiera la tele para que las enfermeras pensaran que estaba viendo un vídeo y no vinieran a ver qué estaba haciendo. Tomó el mando a distancia de la mesilla de noche, rebobinó El jardín secreto y pulsó “play”.

Los llantos” cesaron. Después de unos minutos los pasos salieron de la habitación y volvieron al puesto de enfermeras. En la tele, la niña subía por una larga escalera serpenteante. Maisie se levantó de la cama y se quitó la bata.

La colocó bajo las mantas y se acercó de puntillas a la puerta. No había nadie en el pasillo, y no vio a Barbara ni a nadie más en el puesto de enfermeras. Se dirigió rápidamente hacia los ascensores, pulsó el botón y esperó tras la puerta de la sala de espera hasta que la luz del ascensor se encendió. La puerta de la cabina se abrió y Maisie corrió y pulsó el seis.

El corazón le latía con fuerza, pero eso era en parte porque temía que alguien la viera antes de que se cerrara la puerta.

— ¡Vamos! —susurró, y finalmente se cerró, muy despacio, y el ascensor empezó a subir.

Muy bien. Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar la 611. Cuando el ascensor se abrió, salió y miró alrededor. Había montones de puertas, pero ninguna de ellas tenía número. TTY-TDD, decía uno de los carteles.

Recorrió el pasillo. LHS, decían las puertas, y OT, pero ningún número. Una mujer con un clasificador salió por una puerta que decía PT. Se detuvo al ver a Maisie y frunció el ceño y, por un instante, Maisie temió que supiera que era una paciente. La mujer se le acercó, el clasificador contra su pecho.

— ¿Buscas a alguien, cariño? —preguntó.

—Sí —dijo Maisie, tratando de parecer muy segura—. Al doctor Wright.

— Está en el ala este —dijo la mujer—. ¿Sabes cómo llegar allí? Maisie negó con la cabeza.

—Tienes que bajar a la quinta planta y girar a la derecha, y verás un cartel que dice “Recursos humanos”. Atraviesa esa puerta, y te llevará al ala este.

¿Está muy lejos?, quiso preguntar Maisie, pero tenia miedo de que la mujer le preguntara de dónde había salido.

—Muchas gracias —dijo en cambio, y volvió al ascensor, caminando rápido para que la mujer no se diera cuenta de que era una paciente.

Descansó en el ascensor y luego salió y giró a la derecha, como había dicho la mujer, y recorrió el pasillo. El cartel estaba muy al fondo. La cabeza empezó a latirle con fuerza. Se detuvo y descansó un minuto, pero de una de las puertas salió un hombre con una bandeja llena de tubos con sangre, así que tuvo que echar a andar otra vez.

La puerta que daba al pasillo era pesada. Tuvo que empujar con fuerza el pomo para abrirla. Dentro había un pasillo recto y gris. Maisie no sabía si era muy largo, pero sin duda lo era mucho más de lo que era prudente para ella andar. Tal vez fuese mejor que no lo recorriera. Pero el camino de vuelta a los ascensores también era largo, y después de que encontrara al doctor Wright y el le dijera la dirección de Joanna, pudría decirle que necesitaba que la llevara de regreso, y podría conseguirle una silla de ruedas o algo. Y podría caminar despacito.

Empezó a recorrer el pasillo. Era un pasillo extraño. No tenía ventanas ni puertas ni nada, ni pasamanos al lado para apoyarse como el resto del hospital. Puso una mano en la pared, pero no sirvió de nada, así te cansabas mucho más.

— Creo que será mejor que descanse un ratito —dijo, y se sentó apoyando la espalda contra la pared, pero no sirvió de nada. Seguía sin poder recuperar el aliento, y las luces de la pared seguían titilando a su alrededor de manera curiosa—. No me siento bien —dijo, y se tendió en el suelo.

Hubo un fuerte ruido, y las luces cobraron brillo y luego casi se apagaron, volviéndose de un rojo oscuro. “Como las luces del Titanic”.

—pensó Maisie—, justo antes de apagarse. Espero que éstas no se apaguen, o el pasillo estará oscuro de verdad.” Pero no era el pasillo. Era el túnel en el que ya había estado antes. Pudo sentir las paredes altas y rectas a cada lado.

“Esto es una ECM”, pensó, y se sentó en el suelo de baldosas. Sólo que no eran baldosas. Era curioso. Deseaba que no estuviera tan oscuro y verlo. Tenía que observarlo todo para contárselo a Joanna.

“Y escucharlo todo —pensó, recordando el sonido antes de que las luces se volvieran rojas. Había sido un retumbar o una palmada fuerte. O tal vez una explosión. No lo recordaba con exactitud—. Tendría que haber prestado más atención. Se supone que debo contar todo lo que he visto.”

Su corazón había dejado de latir, y ya no se sintió mareada. Se levantó y empezó a caminar a lo largo del túnel entre las paredes altas y rectas, estaba oscuro y neblinoso, como antes, y hacía calor. Se volvió y miró atrás. Estaba oscuro y neblinoso en ambas direcciones.

— Le dije al señor Mandrake que no había ninguna luz —dijo, y justo entonces una luz fluctuó al final del túnel. Era roja, como las luces del pasillo, y temblequeaba, como si alguien corriera llevando una linterna o algo así, y eso debía de ser, porque vio a gente corriendo hacia ella, aunque no pudo ver quiénes eran a causa de la niebla.