—No puede ser el final todavía —pensó Joanna, deteniéndose para mirar a la orquesta—. No están tocando Más cerca, mi Dios, de Ti. Ni Otoño —pensó, y luego, intrigada—: Ahora averiguaré cuál tocaron.”
—Vamos —dijo el señor Briarley desde abajo—. Están esperando. Ella contempló los escalones.
—¿Quién?
El señor Briarley estaba de pie en la sombra, justo ante el primer rellano, y bajo el los escalones se curvaban hacia la oscuridad. Y el agua.
—¿Quién me está esperando? —dijo ella, bagando despacio.
—Hay iodo ti pode muertes que ya no tiene que temer —dijo el señor Briarley—. Sobredosis de droga. Heridas de bala…
Heridas de bala. El adolescente del cuchillo, muerto en el suelo de Urgencias. Muerto. Joanna se detuvo, agarrada al pasamanos.
—¿Está todo el mundo aquí? —preguntó inquieta—. ¿Todos los que han muerto? ¿En el barco?
—¿Todos? El Titanic fue un gran desastre, pero sólo había dos mil personas a bordo. Eso es sólo una fracción de los que mueren cada día —dijo el señor Briarley, y continuó bajando las escaleras.
—No me refería a eso —contestó ella, y pensó: “¿Está él aquí, bajo la cubierta, esperando?”— Quiero decir: ¿está aquí la gente que murió cuando yo lo hice? —dijo en voz alta—. ¿En el Mercy General?
El señor Briarley se detuvo justo ante el rellano y la miró.
—Sólo vamos a bajar a la Cubierta de Paseo —dijo, y señaló la amplia puerta.
Joanna se aterró al pasamanos.
—¿Estaba diciendo la verdad cuando dijo que no podemos morir mas de una vez? El asintió.
—Después de la primera muerte, no hay otra” —Bajó los dos últimos escalones y se acercó a la puerta—. Dylan Tilomas. “Negativa a llorar la muerte, por fuego, de una niña…” —dijo y, todavía hablando, salió por la puerta.
— ¿Qué quiere decir, la muerte de una niña? —dijo Joanna. Soltó el pasamanos y bajó los escalones tras él—. ¿Qué quiere decir, por fuego?
El señor Briarley caminaba ya rápidamente por la Cubierta de Paseo.
—El verso “no hay otra” tiene un doble significado. Alude al hecho de que otra muerte nos despierta a nuestra propia mortalidad, y a la Resurrección, pero también puede ser aceptado literalmente. No hay otra. Tras haber tenido nuestra primera muerte, no puede matarnos el rayo o ni una enfermedad de corazón…
— ¿Está aquí Maisie? —dijo Joanna.
—Ni la tuberculosis ni un fallo renal, ni Ébola ni la fibrilación ventricular.
—¿Ha muerto Maisie?—preguntó Joanna, desesperada—. ¿Cuando Barbara le dijo que me habían matado? ¿Fibriló?
—Ya no hay que temer la horca —prosiguió el señor Briarley. Hacía más frío allí abajo, aunque esa parte de la Cubierta de Paseo estaba bajo techo. Joanna se estremeció—. Ni la guillotina. —Él se tocó el cuello torpemente—. Ni ser envenenado con estricnina. Ni un colapso generalizado…
Y ella se vio en un pasillo oscuro, tanteando hacia el teléfono que sonaba locamente, metiendo un brazo en la bata, buscando el interruptor de la luz y el teléfono, y casi derribó el auricular, el corazón desbocado, sabiendo lo que iba a escuchar: “Es tu padre…”
— ¿Qué ha sido eso? —preguntó Joanna. Se aplastó contra una de las ventanas y contempló su reflejo asustado.
—¿Qué ha sido qué? —dijo irritado el señor Briarley desde la mitad de la cubierta.
— Acaba de pasar algo —dijo ella, temerosa de moverse por miedo a que volviera a suceder—. Un recuerdo o un…
— Es el frío. Vamos, se está mejor en el Salón de Fumadores. Hay fuego.
—¿Fuego? —dijo Joanna. Humo y fuego. La muerte de una niña por luego. Se apartó de las ventanas y lo alcanzó—. Por favor, dígame que Maisie no está aquí.
— El fuego es otra muerte que no hay que temer —dijo el señor Briarley —. Una muerte larga y desagradable. Juana de Arco, el arzobispo Crammer, la Pequeña Señorita… Ah, ya estamos —dijo, y se de tuvo delante de una puerta de madera oscura.
45
No estar de cuerpo presente en ninguna parte… una ceremonia sencilla… nada de discursos… que no embalsamen el cuerpo…
El funeral de Joanna no era hasta el martes. Vielle subió a decírselo.
—La hermana no se ha de ninguno de luz sacerdotes locales. Insiste en traer de Wisconsin a su propio especialista en infierno y condena eterna.
—El martes —dijo Richard. Parecía a una eternidad de distancia.
—A las diez. —Le dio la dirección del tanatorio. Quería que lo supieras. Tengo que volver a Urgencias.
Cero no se marchó. Se quedó junto a la puerta, acariciandose el brazo vendado y con aspecto triste.
—Lo que dijo Joanna… puede que no significara nada. La gente dice todo tipo de locuras. Recuerdo aun anciano que no paraba de murmurar: “Los anacardos están sueltos.” Y a veces una cree que te están intentando decir una cosa y en realidad intentan decirte otra distinta. Tuve una paciente de isquemia que decía “agua” una y otra vez, pero cuando se la trajimos la rechazó. Estaba llamando a Walter.
—Y… ¿qué? —preguntó Richard amargamente—. ¿Joanna estaba diciendo tos? ¿O dos? Tú y yo sabemos lo que estaba intentando decir. Estaba pidiendo ayuda. Estaba intentando decirme que estaba en el Titanic.
Desconectó el monitor del ECG.
—Bajó corriendo a Urgencias para decirme eso —dijo él, enrollando el cable—, con tanta prisa que se topó con un cuchillo. Para decirme que no era una alucinación. Que era de verdad el Titanic.
—¿Pero cómo podría ser? Las experiencias cercanas a la muerte son un fenómeno del cerebro moribundo.
—No lo sé —dijo él, y se sentó y se llevó las manos a la cabeza—. No lo sé.
Vielle se marchó, pero más tarde, o tal vez al día siguiente, regresó.
—He hablado con Patty Messner —dijo—. Se encontró con Joanna cuando salía de Urgencias, y preguntó por la doctora Jamison. Dijo: “Tengo que encontrar al doctor Wright. ¿Sabes dónde está?”
El todavía debía de albergar alguna esperanza de que algo, de que otra persona hubiera llevado a Joanna a Urgencias, porque mientras Vielle hablaba, fue como oír a Tish decirle que Joanna estaba muerta otra vez. Se preguntó aturdido por qué Vielle había subido hasta allí para contarle eso.
—Patty dijo que Joanna tenía prisa, que estaba sin aliento. Creo que estás equivocado —dijo Vielle—. Respecto a lo que iba a decirte.
Hizo una pausa, esperando a que él preguntara por qué, y luego, cuando no lo hizo, continuó.
—Cuando me dispararon, no se lo dije a Joanna porque sabía lo que me iba a decir. Siempre me estaba diciendo que pidiera el traslado, que me fuera de Urgencias, que me iban a herir. Lo último que quería era que ella lo averiguara. —Lo miró, expectante.
—¿Y Joanna sabía que yo la acusaría de haberse vuelto loca si me decía que era el Titanic, eso es lo que quieres que comprenda?
—Lo que quiero que comprendas es que evité a Joanna durante días para que no me viera el vendaje —dijo Vielle—. Lo último que habría hecho Joanna si era realmente el Titanic es buscarte por todo el hospital. ¿No lo ves? —insistió—. Lo que descubrió debió de ser algo bueno, algo que consideraba que te haría feliz.