Ella no se movió. Mandrake se acercó al ataúd, la contempló, todavía con aquella sonrisa repulsiva, y se inclinó para besarle la frente. Richard debió de hacer algún ruido, debió de hacer algún gesto para levantarse, porque hicieron le puso una mano sobre el brazo, sujetándolo con fuerza, frenándolo.
Mandrake se acerco al púlpito y se quedo allí, las manos a los lados, sonriendo a la congregación.
—Yo era amigo de Joanna Lander —dijo—, tal vez su mejor amigo. Richard miro a Vielle. Kit la tenía agarrada firmemente de la mano.
— Lo digo porque no solo trabajé con ella, como muchos de ustedes hicieron, sino porque compartí con ella un objetivo común, una pasión común. Ambos habíamos dedicado nuestras vidas a descubrir el misterio de la muerte, un misterio que para ella ya no es tal. —Sonrío amablemente en dirección al ataúd—. Naturalmente, todos tenemos nuestros defectos. Joanna siempre tenía prisa.
—Si, para intentar escapar de ti.
— A veces era demasiado escéptica —dijo, y se rió como si fuera una salida divertida—. Y el escepticismo es una excelente cualidad.
—¿Y tu como lo sabes?
Pero Joanna a menudo lo llevaba al extremo y se negaba a creer en la evidencia que tenía tan claramente delante, la evidencia de que la muerte no es el final. Sonrío a la congregación—. Puede que hayan leído ustedes mi libro, La luz al del túnel.
—No puedo creerlo —murmuró Eileen—. Está haciendo propaganda de su libro en un funeral.
—Si lo han leído, sabrán que no hay que temer a la muerte, que aunque morir pueda parecer doloroso, aterrador para aquellos que quedan atrás, no lo es. Pues nuestros seres amados nos esperan, y un Ángel de Luz. Lo sabemos de boca de aquellos que han visto la luz, visto a esos seres queridos, por el mensaje que han traído desde el Otro Lado.
Dirigió una sonrisa enfermiza hacia el ataúd.
—Joanna no lo creía. Era escéptica… creía que las experiencias cercanas a la muerte eran una alucinación, causada por las endorfinas o la falta de oxígeno. —Descartó la posibilidad con un gesto—. Por eso su testimonio, el testimonio de una escéptica, es tan decisivo.
Hizo una pausa dramática.
—Yo oí las últimas palabras de Joanna. Me las dijo momentos antes de su muerte, cuando bajaba a aquel fatídico encuentro. Joanna se dirigía al ascensor que la conduciría a Urgencias. ¿Y saben qué dijo? —Se detuvo, expectante.
“ Busco frenéticamente una escalera —pensó Richard—, por donde escapar.”
— Les diré lo que dijo. Me detuvo y dijo: “Señor Mandrake, quena decirle que tenía razón respecto a la experiencia cercana a la muerte. Era un mensaje del Otro Lado.” “¿Ha visto entonces lo que hay al otro Lado?”, le pregunte, y vi la respuesta en su rostro, radiante de alegría. Ya no era una escéptica. “Tenía usted razón, señor Mandrake. Era un mensaje del Otro Lado”, me dijo. ¿Qué más pruebas necesitamos de que la otra vida nos espera? La propia Joanna nos lo ha dicho, con su último aliento, con. sus últimas palabras.
“Sus últimas palabras”, pensó Richard. “¿Por qué la gente en las películas dice siempre cosas como “El asesino es… aaaghh” —había dicho Joanna en la noche del picoteo—. Si tuvieran algo importante que decir, lo dirían en primer lugar.”
Joanna usó sus últimas palabras para enviar un mensaje desde el Otro Lado —dijo el señor Mandrake—. ¿Cómo podemos no oír ese mensaje? Yo al menos pretendo hacerlo mientras completo mi nuevo libro, Misterios desde el Otro Lado.
—Lo estas haciendo mal —había dicho ella—. Las palabras importantes primero.” “Dile a Richard… SOS.”
—Joanna sólo tenía unos pocos minutos de vida —dijo Mandrake— y como decidió vivirlos? Compartiendo su visión de la otra vida con nosotros.
—No creía que fuera el Titanic. dijo que deseaba morir salvando la vida de alguien”, había dicho Kit.
Mandrake debía de haber terminado. El órgano estaba tocando ¿Nos reuniremos en el río?, y la gente empezaba a salir. Richard los siguió al pasillo, y se quedó allí, contemplando el ataúd de Joanna.
“No creo que fuera eso lo que estaba intentando decirte. Creo que estaba intentando decirte algo bueno”, había dicho Vielle.
La gente desfiló ante él, hablando de las flores, la música, el ataúd.
—No puede haberse ido —sollozó Nina a un residente largirucho—. No puedo creerlo.
“No puedo creerme lo de Foxx —decía el mensaje de Davis en el contestador—. Adviérteme antes de que salga en la estrella”, y Richard no había entendido el mensaje en absoluto. “No paraba de pedir agua —había dicho Vielle—. En realidad estaba diciendo Walter.”
El sacerdote le colocó una mano en el brazo.
—¿Desea decirle adiós a la difunta? —susurró—. Van a cerrar el ataúd.
Richard miró pasillo arriba. Dos hombres de negro, cruzados de brazos, esperaban junto al ataúd.
—Habrá un tentempié en el salón de la hermandad —dijo el sacerdote—. Esperamos que se quede.
Apretó amablemente el brazo de Richard y se marchó, asintiendo a los hombres. Ellos empezaron a retirar las flores.
“El mejor plan sería decidir con antelación cuáles quieres que sean tus últimas palabras y luego memorizarlas para estar preparada”, había dicho Joanna.
Los dos hombres bajaron la tapa del ataúd.
“Fuera lo que fuese debía de ser importante —había dicho el señor Wojakowski—. Tenía tanta prisa por decírselo, que casi me atropello.”
—¿Se encuentra bien? —preguntó Eileen, acercándose. Los hombres aseguraron la tapa del ataúd y empezaron a retirarla capa de flores para que quedara en el centro.
—Mire, vamos a ir a Santeramo’s a tomar una pizza —dijo Eileen, tomándolo por el brazo y sacándolo de la iglesia—. ¿Por qué no viene con nosotras?
—No —dijo él, buscando a Kit y Vielle. No pudo verlas.
—Le haría bien —dijo la enfermera que le había dado el panfleto—. Le serviría de distracción.
—Tiene que comer algo.
—He de volver al hospital. Vielle va a llevarme —dijo firmemente, y se internó entre la multitud para buscarla.
El sacerdote y la hermana de Joanna conversaban con Mandrake.
— … reconocer solamente que hay otra vida no es suficiente— estaba diciéndole testarudamente la hermana de Joanna a Mandrake. —Hay que confesar los pecados antes de poder salvarse.
No vio a Vielle por ninguna parte, ni a Kit. Debían de haberse marchado, o bajado al salón de la comunidad. Empezó a bajar las escaleras y se encontró con el señor Wojakowski, que entretenía a un grupo de señoras teñidas.
— Hola, Doc —dijo— Triste, muy triste. He visto un montón de funerales. En el Yorktown, los…
— Guando vio usted a Joanna ese último día, ¿dijo lo que quería decirme?
— No. Tenía demasiada prisa. Ni siquiera me oyó el primer par de veces que la llame. “¿Ha llamado alguien a los puestos de combate?, le pregunté. En Midway, cuando llamaban a los puestos de combate, chico, todo el mundo corría a buscar sus cascos, porque sabía que en cinco minutos se desencadenaría el infierno. Corrían por las cubiertas a tanta velocidad que a veces ni siquiera tenían tiempo de ponerse los pantalones, asustados como conejos…
— ¿Estaba asustada Joanna? —preguntó Richard— ¿Parecía asustada, preocupada?