Выбрать главу

—¿Y si no lo hace? —dijo la señora Grant.

—¿Qué le paso al Titanic? —preguntó Edith—. ¿Después de que se fueran los botes?

Joanna miró al señor Briarley, pero él estaba ocupado clasificando las cartas de su mano.

— La proa se hundió y empezó a inclinarse a babor —dijo—. El agua engulló la cubierta de proa y la Cubierta A. Las luces…

—Las luces se apagaron —dijo Edith Evans.

—¿Cree que eso será parte de la metáfora? —dijo temerosa la señora Grant—. ¿Que las luces se apaguen?

“¿Como puede no serlo? —pensó Joanna—. Esto es: las luces apagándose, una a una, recuerdo a recuerdo, sensación a sensación, llamadas telefónicas y regalos de cumpleaños y la noche del picoteo, M M’s de cacahuete y nieve y estar sentada en la cama de Maisie, mirando las ilustraciones de la riada de Johnstown.”

—¿Qué pasa entonces? —preguntó Edith—. ¿Después de que se apaguen las luces?

“La proa se alza al cielo —pensó Joanna—, ascendiendo como un nadador ahogado, como un alma moribunda, y nos sumimos en la oscuridad.”

La muerte es sólo una ilusión —dijo Stead. Avivó el fuego—. Una trampa de ciencia e incredulidad. —Hurgó con el atizador en el fuego, levantando ceniza y chispas—. Hay más cosas en el cielo y la tierra, señorita Lander, que sueños en su filosofía —dijo, y salió de la sala.

—¿Qué pasa entonces? —insistió la señora Grant.

“Te llevan al depósito de cadáveres —pensó Joanna—, y te abren el pecho en forma de Y para medir la herida del cuchillo, para determinar la causa de la muerte. Y luego te llevan a la funeraria y te inyectan en las venas fluido embalsamador y masilla en las mejillas y le limpian los dientes con Ajax. Y te entierran.”

—¿Que pasa entonces? —repitió Edith—. Cuando se han apagado las luces.

Todos la estaban mirando, esperando su respuesta.

—Se hunde —dijo Joanna.

Se produjo el silencio, y entonces la señora Woollam dijo:

— “Cuando atravieses las aguas estaré contigo, pues soy el Señor tu Dios.” —Tomó aire, temblando—. Lo importante es confiar en Jesús.

—Y ser buenos —dijo Edith, la barbilla alzada.

— Y jugar la mano que te toca —dijo Yates.

—Sí, eso deberíamos hacer —dijo Joanna, y recogió el resto de sus cartas. Un dos. Un seis. Un as.

—¿Cuántas cartas quiere?—preguntó Yates.

—Dos —dijo ella, y descartó otras dos. Yates le sirvió dos más, y ella supo cuáles eran antes incluso de recogerlas.

—Abriré con cien —dijo el señor Funderburk.

— Veo sus cien y subo otros cien —dijo Edith. Los demás, incluso el señor Stead, incluso la señora Woollam, hicieron sus apuestas.

Veo —les dijo Joanna a todos—, y subo con mi resto. —Empujó el montón de fichas rojas hasta el centro de la mesa.

—Cuando llegue el final —dijo Edith, extendiendo la mano para recoger las cartas—. Cuando llegue, ¿qué deberíamos hacer?

“Ya lo han hecho”, pensó Joanna, mirándolos con envidia, todas aquellas madres, todos esos niños, renunciaron a sus sitios y sus vidas y los salvaron.

—El final no puede llegar todavía —dijo el señor Funderburk—. Primero tiene que haber una revisión de vida.

“ Y es esto —pensó Joanna, mirando a Edith, a Vates—, esta es la revisión de vida, saber que has fracasado donde otros tuvieron éxito. Ser juzgado en la balanza y considerado indigno. Maisie —pensó desesperada—. Maisie es lo importante. Y no lo hice.” Pido —dijo Yates, y Joanna mostró sus cartas.

— Dos parejas —dijo—. Ases y ochos.

La mano del muerto.

Las puertas se abrieron de repente y Greg entró en tromba.

—Media Cubierta C está sumergida —anunció—, y todo el Salón Comedor de Primera Clase.

La señora Grant se levantó, retorciendo las manos.

—¿Cuánto tiempo creen que falta para el final?

—No lo sé —dijo Joanna—. La muerte cerebral irreversible se produce entre cuatro y seis minutos, pero las smapsis continúan funcionando durante varios minutos después de…

— Ha pasado más tiempo —dijo la señora Grant, esperanzada—. Tal vez…

Joanna sacudió la cabeza. El tiempo no…

El último bote salvavidas normal fue arriado a la 1.55 —dijo el señor Briarley—. Las luces se apagaron a las 2.15, y cinco minutos más tarde el barco se hundió. Eso significa que pasaron aproximadamente veinte minutos entre…

—¿Botes salvavidas normales? —preguntó Greg Menotti—. ¿Qué es eso de botes normales?

¿Que pasa con el tiempo?

—También había cuatro botes hinchables con costados de lona —dijo el señor Briarley—, pero sólo se arriaron dos. El bote hinchable A resbaló por la cubierta y se rompió, y el bote B se volcó. Los hombres que consiguieron subirse tuvieron que…

—¿Dónde están? —le preguntó Greg a Joanna.

—Greg…

—¿El tiempo no qué?

Greg la agarró por el brazo y la puso en pie, derribando cartas y fichas al suelo.

—¿Dónde tenían los botes hinchables?

—En el techo de la zona de oficiales —dijo el señor Briarley.

—¿Donde está la zona de oficiales? —exigió saber Greg.

—No lo entiende —dijo Joanna—. Esto no es el Titanic. Es una metáfora. Nosotros…

La tenaza de Greg se tensó con saña sobre su brazo.

—¿Dónde está la zona de oficiales? ¿En qué cubierta?

—Aunque estén allí, es demasiado tarde —dijo Joanna—. Tuvo usted un infarto. Le…

—¿Qué cubierta?

—La Cubierta de Botes —dijo Joanna.

—¿Dónde?

—En la banda de estribor —dijo Joanna—. Entre la timonera y la sala de…

La sala de comunicaciones. Donde Jack Phillips había seguido enviando SOS mucho después de que los botes partieran. Donde había estado enviando señales hasta el mismo final.

—¿Entre la timonera y qué? —exigió saber Greg. Pero ella ya se había zafado de su brazo, va estaba corriendo.

48

¡Aguanta!

Últimas palabras de KARL WALLENDA.

La señora Davenport le dijo a Richard que había hablado con Joanna justo el día anterior.

—Tenía un mensaje para usted —dijo—. Me dijo que le dijera que es feliz y que no quiere que llore por ella, porque la muerte no es el final, es sólo un tránsito al Otro Lado.

—Necesito saber cuándo fue la última vez que la vio usted en este lado —insistió Richard—. ¿La vio el día en que la mataron?

—No la mataron —dijo la señora Davenport—. Sólo a su cuerpo. Su espíritu vive eternamente.

“Estoy perdiendo el tiempo, la señora Davenport no sabe nada”, pensó Richard. Pero había demasiado en juego para ciarse media vuelta y marcharse.

—¿La vio el día en que mataron su cuerpo?

—Sí. La vi caminando hacia una luz brillante, y en la luz había un ángel, que extendió su mano hacia ella, guiándola a la luz, y supe entonces que había cruzado, y me alegré, pues no hay temor ni pesar ni soledad en el Otro Lado, sólo felicidad.

—Señora Davenport —dijo Richard, y sus poderes psíquicos debieron decirle que su paciencia se estaba acabando.

—No la vi en su cuerpo terrenal ese día —dijo—. No la veía desde haría vanas semanas, aunque la llamé varias veces. —Sonrió beatíficamente—. Ahora hablo con ella cada día. Me dijo que le dijera que no se puede encontrar la verdad de la muerte, ni de la vida, a través de la ciencia. En cambio, debe usted buscar la luz.