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Creo que sé adonde fue Joanna —dijo él, camino de la puerta, y luego si detuvo. Ni siquiera sabía si Maisie seguía en el hospital— Espera.

Descolgó el teléfono y llamo a la centralita.

—¿Tenemos a una paciente llamada Maisie Nellis? —pregunto.

—Si…

— Gracias —dijo el, y colgó—. Vamos, Kit.

— Le hablo de Maisie por el camino.

— Me dijo que había visto niebla en su ECM el primer día que la vi, y Joanna me dijo que vio niebla en su segunda ECM.

Llegaron a Pediatría. La puerta de la 422 estaba abierta.

¿Maisie? —pregunto él, asomándose. La habitación estaba vacía, la cama desnuda, y al pie había sábanas plegadas y una almohada. La mesita de noche había sido despejada y la puerta del armario estaba abierta y mostraba que estaba vacío.

“Ha muerto —pensó él, y fue como lo de Joanna otra vez—. Maisie ha muerto y ni siquiera me he enterado.”

—Hola —dijo una voz de mujer, y él se dio la vuelta. Era Barbara—. Los he visto pasar y he supuesto que estaban buscando a Maisie. la han trasladado. A la UC1 cardiaca. Volvió a entrar en parada, y esta vez hubo danos. La han pasado arriba a la lista de trasplantes.

—¿Eso significa que recibirá el primer corazón que haya?

—Recibirá el primer corazón que tenga el tamaño adecuado y el tipo sanguíneo adecuado. Por suerte Maisie es tipo A, así que le valdrá un tipo A o un tipo O, pero ya sabe usted la escasez de donantes que hay, sobre todo de niños.

—¿Cuánto tiempo puede pasar hasta que haya un corazón disponible?—pregunto Kit.

— No puede saberse. Con suerte, no mas de unas pocas semanas. Sería mejor unos días.

— ¿Como se esta tomando su madre esto? —preguntó Richard. Barbara se envaró.

—La señora Nellis… —empezó a decir, enfadada, pero se contuvo—. Es posible llevar cualquier cosa a los extremos, incluso el pensamiento positivo.

—¿Puede recibir visitas Maisie? Barbara asintió.

—Está muy débil, pero estoy segura de que le encantará verlo. Pregunto por usted el otro día.

—¿Sabe si Joanna vino a verla el día que la asesinaron?

—No lo se. No estaba de guardia. Se que vino a verla o la llamó o algo el día anterior, porque Maisie estaba muy atareada buscando algo para ella en su libro de desastres.

— No sabrá lo que era, ¿no?

— No —respondió Barbara—. Algo sobre el Titanic. Esa fue la última manía de Maisie. ¿Sabe como llegar a la UCI cardíaca?

Les dio unas complicadas instrucciones, que Richard anotó para su plano, y se dirigieron hacia el ascensor.

—Doctor Wright, espere —dijo Barbara, corriendo tras ellos—. Algo que tiene que saber. Maisie no… —Se detuvo.

— ¿Maisie no que?

Barbara se mordió los labios.

—Nada. Olvídelo. Iba a advertirle que tiene muy mal aspecto. Este último episodio… —Calló de nuevo.

—Entonces tal vez no debería…

—No. Creo que verlo es justo lo que necesita. Se alegrará mucho.

Pero no fue así. Maisie yacía acostada, lánguida y desinteresada contra las almohadas, rodeada de máquinas y monitores que casi llenaban la habitación. Tenía la tele encendida y el mando a distancia a mano, pero no estaba mirando la pantalla, sino la pared. Respiraba de manera entrecortada.

Había al menos seis bolsas colgando del perchero. Los tubos iban hasta sus pies, y cuando Richard le miró la mano, comprendió por qué. Parecía que hubiese tenido una pelea, todo el dorso cubierto de magulladuras púrpura y verdes y negras. Una chapa de identificación metálica colgaba de su cuello.

—Hola, Maisie —dijo Richard, tratando de que el horror que sentía no se reflejara en su voz.—. ¿Me recuerdas? Soy el doctor Wright.

—Aja —respondió ella, pero no había ningún entusiasmo en su voz.

—Traigo alguien a quien quiero que conozcas. Maisie, ésta es Kit. Es amiga mía.

—Hola, Maisie.

—Hola —dijo Maisie, aturdida.

—Le di de a Kit que eras experta en desastres —dijo Richard. Se volvió hacia Kit—. Maisie lo sabe todo sobre el Hindenburg y el incendio del circo de Hartford y la inundación de la Gran Melaza.

—¿La inundación de la Gran Melaza? —le preguntó Kit a Maisie—. ¿Qué es eso?

—Una gran inundación —dijo Maisie, en el mismo tono monótono y desinteresado—. De melaza.

El se preguntó si aquello era lo que había querido advertirle Barbara. Si se trataba de eso, entendió por que había cambiado de opinión. Nunca habría creído que Maisie, no importaba lo enferma que estuviese, pudiera verse reducida a aquel estado pasivo y sombrío. No, pasivo no. Chafado.

—¿Murió gente? —le estaba preguntando Kit—. ¿En la inundación de la Gran Melaza?

La gente siempre muere —dijo Maisie—. Eso son los desastres, gente muriendo.

—El doctor Wright me ha dicho que eras amiga de la doctora Lander. Venia a verme a veces —dijo Maisie, y sus ojos se dirigieron al televisor.

—También era amiga mía. ¿Cuándo fue la última vez que la doctora Lander vino a verte, Maisie?

—No lo recuerdo —dijo Maisie, los ojos fijos en la pantalla.

—Es importante, Maisie —dijo Kit, tomando el mando a distancia. Apagó la tele—. Creemos que la doctora Lander descubrió algo importante, pero no sabemos qué. Estamos intentando averiguar qué era y con quien habló…

—¿Porqué no le escriben y se lo preguntan?

—¿Escribir y preguntárselo? —dijo Richard, desconcertado. Maisie lo miró.

—¿No le dejó tampoco una dirección?

—¿Una dirección?

—Cuando se mudó a Nueva Jersey.

—¿Mudarse a…? Maisie, ¿no te lo ha dicho nadie?

—¿Decirme qué? —preguntó Maisie. Intentó sentarse. La línea de su monitor cardíaco empezó a subir. Richard miró a Kit, al otro lado de la cama.

—Algo le ha pasado a Joanna, ¿verdad? —dijo Maisie, alzando la voz— ¿Verdad?

Su madre, intentando protegerla, le había dicho que Joanna se había mudado, había impedido que Barbara y las otras enfermeras le dijeran la verdad. Y ahora él… Tras la cabeza de Maisie la línea del monitor cardíaco zigzagueaba bruscamente. ¿Y si se lo decía y volvía a fibrilar a causa de la impresión? Ya había entrado en parada dos veces.

—Tiene que decírmelo —dijo Maisie, pero eso no era cierto. El monitor cardíaco enviaba alarmas al puesto de enfermeras. Dentro de un momento llegaría una enfermera para echarlos, para tranquilizarla, y él no tendría que ser quien se lo dijera—. Por favor —dijo Maisie, y Kit asintió.

—Joanna no se ha mudado, Maisie —dijo él amablemente—. Ha muerto.

Maisie se le quedó mirando boquiabierta, los ojos espantados, sin moverse siquiera. Tras ella, en la pantalla del monitor, la línea verde pespunteó y luego se desplomó. “Lo he hecho —pensó Richard—. La he matado.”

—Lo sabía —dijo Maisie—. Por eso no vino a verme después de que entrara en parada. —Sonrió, una sonrisa radiante—. Sabía que no se marcharía sin despedirse antes —dijo feliz—. Lo sabía.

49

El verdugo es, creo, un experto, y mi cuello muy fino. Oh, Dios, ten piedad de mi alma, oh, Dios, ten piedad de mi alma…

Últimas palabras de ANA BOLENA, antes de ser decapitada.