Y Kit había dicho: “Tiene decididamente algo que ver con el Titanic. “ La respuesta estaba en algún lugar del montón de libros. Se sentó, saco El trágico fin del Titanic del montón y empezó a leer, la cabeza apoyada en la mano.
“Los testimonios de los que quedaron a bordo después de que se marcharan los últimos botes son, por supuesto, difusos —leyó—. Aunque todos están de acuerdo en que no hubo pánico. Los hombres se apoyaron contra la barandilla o se sentaron en las sillas de cubierta, turnando y charlando tranquilamente. El padre Tilomas Byles caminó cutre los pasajeros de tercera clase, rezando y ofreciendo la absolución. La cubierta empezó a inclinarse, y las luces se redujeron a un resplandor rojizo…”
Richard cerró el libro y volvió a la monotonía de estudiar los escaneos. Trazo los niveles de cortisol y acetilcolina, y luego conectó con Internet e hizo una búsqueda sobre la teta-asparcina. Sólo había dos artículos. El primero era un estudio de su presencia en los pacientes de corazón, que…
Alguien llamó a la puerta. Richard se dio la vuelta, esperando que fuera Kit, o Vielle, pero no. Era una mujer con un vestido rosa y tacones altos. ¿Podría ser la señora Haighton, finalmente allí, varios con es tarde, para su primera sesión?
—¿Doctor Wright? —dijo la mujer—. Soy la señora Nellis. La madre de Maisie.
“Oh, justo lo que me hacía falta —pensó él, cansado—. No tenía derecho a decirle a Maisie que Joanna ha muerto, es terriblemente importante que sólo tenga experiencias alegres y animosas. El pensamiento positivo es muy importante.”
—Maisie me ha hablado mucho de usted —dijo la señora Nellis—. Agradezco que fuera a visitarla. Es difícil mantenerla animada, aquí en el hospital, y su visita la ha alegrado enormemente.
—Me gusta Maisie —dijo él, cauto—. Es una gran chica. La señora Nellis asintió. Todavía sonreía, pero la sonrisa era un poco forzada.
—Está bien, ¿verdad? —preguntó Richard—. ¿No le ha pasado nada?
—Oh, no, no —dijo la señora Nellis—. Lo está haciendo enormemente bien. Ese nuevo bloqueador ECA está haciendo maravillas. Me ha dicho que es usted neurólogo investigador.
El se sorprendió. No tenía ni idea de que Maisie supiera nada de él, excepto que era amigo de Joanna. ¿Y de qué iba todo aquello? Si venía a echarle un sermón por haberle contado a Maisie lo de Joanna, mejor que dejara de sonreír y fuera directa al grano.
—Sí, eso es —contestó él, y para darle la ocasión que aparentemente estaba buscando, añadió—: Estoy investigando las experiencias cercanas a la muerte.
—Eso me han dicho. Tengo entendido que cree usted que las experiencias cercanas a la muerte pueden ser algún tipo de mecanismo de supervivencia. También tengo entendido que espera usar su investigación para desarrollar una técnica para revivir pacientes que hayan experimentado un paro cardíaco, un tratamiento para traerlos de vuelta.
¿Con quien había estado hablando? Joanna nunca le habría dicho nada de eso, sobre todo conociendo su tendencia al optimismo desbordado, ni tampoco Maisie. ¿Mandrake? Difícilmente. ¿Quién entonces? ¿Tish? ¿Uno de los sujetos de la investigación? No importaba. Tenía que detener aquello antes de que llegara más lejos.
—Señora Nellis, mi investigación está sólo en fases muy preliminares. Ni siquiera tenemos claro todavía qué es la experiencia cercana a la muerte ni qué la causa, mucho menos cómo funciona.
—Pero cuando averigüe cómo funciona —insistió ella—, y cuando desarrollen un tratamiento, podrá ayudar a pacientes que han entrado en parada. Como Maisie.
—No… señora Nellis —dijo él, sintiéndose como si intentara detener un tren sin frenos—. En algún momento del lejano futuro, la información que estamos recopilando podrá ser aplicada a un uso práctico, pero cuál pueda ser ese uso, o si podrá de hecho ser…
—Comprendo —dijo ella—. Sé lo incierta y consumidora que es la investigación médica, pero también sé que se obtienen logros científicos constantemente. Mire la penicilina. Y la clonación. Cada día se desarrollan tratamientos nuevos.
“No un tren sin frenos, un flujo piroclástico”, pensó él, viendo mentalmente la foto que Maisie tenía del volcán Santa Helena, la nube negra rugiendo imparable en la boca de la montaña, arrasándolo todo a su paso, y se preguntó si de ahí habría sacado Maisie su interés original por los desastres.
—Aunque hubiera un logro en la comprensión de las experiencias cercanas a la muerte —dijo él, sabiendo que era inútil—, no tendría por qué tener una aplicación médica, e incluso si así fuera, tendría que haber experimentos, pruebas clínicas…
—Comprendo.
“No, no comprende —pensó él—. No comprende nada de lo que he dicho.”
—Aunque hubiera un tratamiento, que no hay, tiene que haber una aprobación por parte del hospital y un permiso por parte del consejo de investigación…
—Sé que habrá obstáculos —dijo ella—. Cuando se aprobó el amoclipril para pruebas clínicas, pasaron meses antes de que Maisie fuera incluida en la lista de espera, pero mi abogado es muy bueno superando obstáculos.
“Me lo imagino”, pensó Richard.
—Por eso es esencial tener a Maisie en su proyecto ahora, para que todos los problemas puedan ser solucionados con antelación. Naturalmente, todo es pura precaución. Maisie lo está haciendo extraordinariamente bien con el bloqueador ECA. Está completamente estabilizada, y puede que ni siquiera necesite el tratamiento. Pero si lo hace, quiero que todo esté preparado. Por eso he venido a verlo en cuanto Maisie me contó lo de su cura para las paradas cardíacas. Si ella está en su proyecto, ya habrá sido aprobada y todo el papeleo estará completado cuando el tratamiento esté disponible, y no habrá ningún retraso innecesario para administrarlo —dijo, pero él había dejado de escuchar a partir de “en cuanto Maisie me contó”.
¿Maisie se lo había dicho a su madre? ¿Qué él podía recuperar a la gente de la muerte? ¿De dónde había sacado esa idea? La única persona que podría haberle hablado del proyecto era Joanna, y Joanna siempre había sido completamente sincera con ella. Nunca le habría dado falsas esperanzas.
Y aunque le hubiera dicho a Maisie que había una cura milagrosa (cosa que Richard se negaba a creer), Maisie no la habría creído. No la endurecida Maisie, que llevaba chapas de perro al cuello para que supieran su identidad si moría mientras le estaban haciendo pruebas. Si el Hindenburg y el incendio del circo de Hartorfd y el Titanic le habían enseñado algo a Maisie era que no había rescates de último momento. Su madre podía creer en curas milagrosas, pero Maisie no. Y aunque lo creyera, no se lo habría dicho a su madre, especialmente a ella.
Joanna había dicho que Maisie nunca le contaba nada A su madre. Le ocultaba sus libros, su interés en los desastres, incluso el hecho de que él le había contado la muerte de Joanna, y su madre sólo permitía conversaciones positivas. Nunca habría dejado que Maisie sacara el tema de la muerte clínica. Debía de haber pasado algo. Maisie debía de haber mencionado accidentalmente su nombre y, para encubrirlo, para que su madre no se enterara de que él le había contado lo de Joanna, había dicho algo sobre el proyecto, y su madre se había dejado llevar, y través de sus poderes de pensamiento positivo, convirtiéndolo en una cura milagrosa.
—Necesitará una copia de su historial médico —dijo la señora Nellis, muy ocupada haciendo planes—. Recogeré la solicitud en Archivos. Maisie estará encantada. Estaba tan nerviosa cuando me habló de su proyecto. La posibilidad de entrar de nuevo en parada la tiene muy preocupada, lo sé. Le dije a sus médicos que no dejaré que le suceda nada, pero ella tiene miedo.