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—Odio Sonrisas y Lágrimas. —Se hundió en las almohadas—. Es tan dulce. La única parte buena es cuando las monjas engañan a los nazis para que se puedan escapar.

—Maisie…

—¿Y si Coma Carl no es el tipo que está buscando? ¿O si vuelve a entrar en coma? ¿O si se muere? El se rindió.

—Muy bien, puedes seguir investigando, pero no le pidas a Eugene que haga nada que pueda hacer que lo despidan. Y nada de fingir fibrilaciones, ¿ch? Vendré a verte en cuanto haya visto a Carl.

—¿Va a llevarse a Kit?

—No. ¿Porqué?

—Es simpática —dijo Maisie, mirando la pantalla, donde el capitán Von Trapp estaba cantándole a Mana—. Creo que ella sería buena haciendo preguntas. Tiene que venir inmediatamente y decirme que le dijo.

—Lo haré —dijo él, y regresó al laboratorio para llamar a Carl Aspinall, pero no había ningún número de la cabaña en la guía. Debía tener un teléfono móvil, se dijo Richard. No se habría marchado a pasar una semana en las montañas después de haber sido dado de alta en el hospital sin una manera de permanecer en contacto. Pero el móvil tampoco estaba en ninguna guía.

Tendría que ir hasta allí, lo que después de todo no era mala idea. Si llamaba, corría el riesgo de que le dijeran que Aspinall estaba demasiado enfermo para verlo, o de que la señora Aspinall le dirá: “¿Qué tal la semana que viene?” No podía esperar hasta la semana siguiente, ni siquiera hasta mañana, no cuando estaba tan cerca. Llamó a Kit. Dudaba de que pudiera encontrar a alguien que cuidara de su tío con tan poco tiempo de antelación para acompañarlo a él, pero al menos podría pedirle las transcripciones de Carl. Quería echarles un vistazo antes de entrevistarlo.

El teléfono de Kit estaba comunicando. Miró el reloj. Eran más de las dos, y Timberline estaba a más de hora y media, intentó llamar de nuevo. Comunicando todavía. Tendría que irse sin las transcripciones.

Tomó las llaves y se encaminó a la puerta, pero se detuvo. Estaba haciendo exactamente lo mismo que Joanna, marcharse sin decirle a nadie adonde iba. Llamó a Urgencias y pidió que lo pusieran con Vielle.

—No puede ponerse al teléfono —dijo el interno o quien fuera—. Tenemos un auténtico caos aquí abajo. Colisión de veinte coches en la 1-70. Niebla.

“Tenías que tomar la 1-70 oeste para llegar a Timberline.”

—¿Dónde? —preguntó Richard.

—Al este, junto a Bennett —dijo el interno—. ¿Quiere que le dé un mensaje?

—Sí. Dígale que voy a entrevistar a Carl Aspinall. Carl. —Richard deletreó el nombre y luego el apellido lentamente—. Dígale que la llamaré en cuanto vuelva.

—Claro. Conduzca con cuidado.

Richard colgó y trató de llamar a Kit una vez más. El señor Briarley contestó al teléfono.

—¿Quién llama? —preguntó.

—Richard Wright. ¿Puedo hablar con Kit?

—Está muerto. Lo apuñalaron en una taberna de Deptford.

—Es para mí, tío Pat —dijo la voz de Kit. Y una voz de mujer, dijo al fondo:

—Lo siento. Me pidió una taza de té, y…

No oyó el resto. Kit se puso al teléfono y, sorprendentemente, ya había alguien allí para cuidar de su tío.

—Iba a ir a la biblioteca por si podía encontrar algo de un incendio en el Titanic —dijo.

—¿Que más verían? —oyó Richard al señor Briarley al huido—. Es la viva imagen reflejada de la muerte.

—¿Cuánto tiempo puede quedarse la voluntaria? —preguntó.

—Hasta las seis. Has encontrado a la persona a la que fue a ver Joanna, ¿verdad?

—Sí. Quiero que vengas conmigo a verlo. ¿Puedes?

—¡Sí!

—Bien. Trae las transcripciones de Carl Aspinall.

—Las metáforas no son sólo figuras literarias —dijo el señor Briarley.

—Será mejor que cuelgue —dijo Kit, y le dio su dirección—. fe veré en unos minutos.

—Son la esencia y la pauta de nuestra mente —dijo el señor Briarley. Richard colgó y se marchó al aparcamiento. Casi en los ascensores un joven con traje lo interceptó.

—¿Doctor Wright? —dijo, tendiéndole la mano—. Me alegro de haberlo pillado. Soy Hughes Dutton, de Daniels, Dutton y Walsh, el abogado de la señora Nellis.

“Tendría que haber ido por las escaleras”, pensó Richard.

—Ahora mismo no puedo hablar. Voy a…

—Sólo será un minuto —dijo el señor Dutton, abriendo su chaqueta y sacando un Palm Pilot—. Estoy negociando la aprobación de este tratamiento que ha desarrollado usted y necesito clarificar unos cuantos detalles. ¿Está clasificado como procedimiento médico o como fármaco?

—Ni una cosa ni la otra. No hay ningún tratamiento. Intenté explicárselo a la señora Nellis, pero no me quiso escuchar. Mi investigación de la experiencia cercana a la muerte está en las fases preliminares. Es puramente teórica.

El abogado escribió en su Palm Pilot.

—Tratamiento en tase de predesarrollo.

—Es tan tremendo como la madre de Maisie”, pensó Richard.

—No está en fase de predesarrollo. No hay ningún tratamiento, y aunque lo hubiera, nunca sería aprobado para que se experimentara con una niña…

—En circunstancias ordinarias, estaría de acuerdo con usted. Pero si el tratamiento implicado fuese utilizado en una situación postparada, hay varias opciones, la menos problemática de las cuales es clasificar ese tratamiento como un procedimiento experimental post mortam.

—Está hablando de Maisie”, pensó Richard, apretando los dientes.

—Tengo que irme —dijo, al abogado y dirigiéndose a los ascensores—. Tengo que reunirme con alguien…

—Le acompaño —dijo el abogado, adelantándose para pulsar el botón de bajada—. Ya que el paciente está técnicamente muerto, se podrían emplear los mismos permisos legales que se requieren para la donación de órganos.

Llegó el ascensor y Richard y el abogado entraron.

—¿A que planta va?

—Planta baja.

—Por desgracia, el Mercy General tiene una política que prohibe la experimentación con los recién muertos, aunque como con ella se pretende impedir que los internos practiquen procedimientos como cateterizaciones de arterias femorales, podemos argumentar que su tratamiento no entra dentro de esa prohibición. Nuestra segunda opción es una orden de Medidas Extremas, que exige que se tomen todas las medidas posibles para salvar la vida de un paciente.

El ascensor se abrió en la planta baja. El abogado siguió a Richard, que salía.

—Una orden de ME entraña más riesgo legal, pero tiene la ventaja de permitir que se realice el procedimiento antes que un post morten. En este punto, estoy sopesando todas las opciones —dijo, y volvió al ascensor cuando la puerta empezaba a cerrarse.

“Gracias a Dios —pensó Richard, yendo al trote hacia su coche—. Creí que iba a venir conmigo.” Pensó en llamar a Kit para decirle que llegaría tarde, pero no quería ponerse a buscar un teléfono, y si el señor Briarley volvía a contestar, tardaría más, sobre todo si el tráfico cooperaba.

No lo hizo. Había niebla, como había dicho el interno, y el tráfico se arrastraba lentamente. Eran las tres y veinte cuando llegó.

“Y tardaré otra media hora en evitar al señor Briarley”, pensó, pero Kit salió con los manuscritos en cuanto aparcó.

—Me he traído el móvil —dijo nada más arrancar—. ¿Quién es?

—No te lo vas a creer.

Le contó lo de Carl Aspinall mientras se dirigían a Santa Fe y tomaban la 1-25.

—Aspinall debe de haberle dicho lo que experimentó mientras estaba en coma, y algo de eso, o algo combinado con las palabras que murmuró mientras estaba inconsciente, fue la clave.