—¿Crees que sabrá qué fue?
—No lo sé. Espero que Joanna dijera algo, que gritara “eureka” y luego explicara por qué estaba tan nerviosa. Si no, tendremos que encontrar también nosotros la conexión. ¿Por qué no lees las transcripciones en voz alta?
Kit asintió y empezó a revisar las notas de Joanna. Richard entro en la 1-70 y se dirigió al oeste. La niebla se redujo un poco hacia Golden y luego se volvió mas densa cuando empezaron a subir a las montañas. Los coches que tenían delante desaparecieron, igual que los macizos rocosos a cada lado. “Una colisión de veinte coches”, pensó Richard. Encendió los faros y redujo la velocidad.
—… “mitad” —leyó Kit— “para… (ininteligible) ruego… hacer…” — lzó la cabeza—¿Dónde estamos? —preguntó, contemplando el paisaje inexistente.
— En la 1-70; vamos a Timberline —dijo Richard, tendiéndole la página con las direcciones que le había dado Maisie— Aspinall y su esposa están en su cabaña en las montañas. ¿Qué salida tomo?
Ella consultó las direcciones.
— Esta —dijo, señalando un cartel verde, apenas visible a través de la niebla— Y luego al norte por la 58.
Los dos se inclinaron hacia delante, esforzándose por ver los carteles y hacer el giro a la Autovía 58. Luego Kit siguió leyendo.
— “Agua… oh, gran (ininteligible)… humo.” Se detuvo, contemplando la niebla.
— ¿Eso es todo?
— No. Estaba pensando que tal vez el humo sea la clave.
Creí que dijiste que no habías encontrado ningún incendio en el Titanic esa noche.
— No, pero es eso. Todo lo demás que vio Joanna… los encargados de correos arrastrando sacas a la Cubierta de Botes y los pasaderos congregándose y los cohetes… todo eso sucedió de verdad, y sus descripciones del gimnasio y la Gran Escalera y la sala de escritura podían haber salido directamente de los libros del tío Pat.
— Pero no el humo.
—No, no el humo, ni la niebla, ni lo que fuera que vio. No encaja, y tal vez al tratar de averiguar por que no encajaba encontró la respuesta. En ciencia, ¿no es la pieza que no encaja la que lleva al descubrimiento?
— Sí —dijo él— O tal vez ella estaba intentando demostrar que no encajaba, porque eso demostraría que no era realmente el Titanic. Tal vez por eso te hizo todas esas preguntas sobre la sala de correo y el Salón Comedor de Primera Clase, porque esperaba que sus descripciones no encajaran.
—¿Pero entonces por qué no anotó lo que vio? Si estaba intentando demostrar la existencia de discrepancias, habría querido documentarlas, pero no hay ninguna mención a humo ni a fuego ni a niebla en ninguno de sus testimonios, grabados o escritos. Y la hay en el testimonio de Maisie, y en el de la señora Schuster. Creo que es la clave.
—Bueno, lo sabremos dentro de unos minutos —dijo Richard, señalando un cartel apenas visible en la niebla: “Timberline, 12 km.”
La niebla se fue haciendo más espesa y la carretera más serpenteante. Richard tuvo que prestar toda su atención a la mediana.
—”… agua” —leyó Kit—, “no… apagado…” Y luego dos palabras con signos de interrogación detrás, “abajo” o “debajo”.
—Túnel —dijo Richard.
—¿Túnel? ¿Cómo deduces “túnel” a partir de “abajo” o “debajo”?
—Túnel —repitió él, y señaló. La boca arqueada de un túnel apareció ante ellos, negra en la niebla informe.
—Oh, un túnel —dijo Kit, y se internaron en él.
Estaba oscuro, lo que significaba que debía de ser corto. Los túneles más largos, como el Hisenhower y los de Glenwood Canyon, estaban iluminados con luces doradas de vapor de sodio. liste estaba negro como boca de lobo mas allá del alcance de los faros, y con niebla.
“¿Por qué tuve que ver el Titanic, nada menos? —había dicho Joanna—. Vivo en Colorado. Hay docenas de túneles en las montañas.” Y tenía razón, pensó él. Un túnel como aquél era la asociación obvia. Los lados estrechos, la sensación de rápido movimiento hacia delante, la oscuridad. Este túnel debía curvarse, porque no veía el final, ¡ no podía ver la luz!
La luz. No tenía la sensación de haber descrito una curva, pero debió de hacerlo, porque allí estaba la boca del túnel cegadoramente brillante y casi sobre ellos. Richard entornó los ojos ante la súbita blancura.
“Un túnel de montaña habría sido la asociación lógica”, había dicho Joanna. La sensación de desembocar en la luz, en el espacio, el brillo cegador, los ojos que se ajustan de la negrura a la luz del día, no, más brillante aún. Deslumbrante, resplandeciente. “Es demasiado brillante —pensó Richard, y sintió una punzada de miedo—. ¿Por qué es tan brillante?”
Junto a él, Kit alzó una mano para protegerse los ojos, y el movimiento pareció defensivo, como si se estuviera preparando para un golpe. “¿Dónde estamos?”, pensó Richard, y fue salir del túnel y entrar en otro mundo. Cielo azul y nieve resplandeciente y faldas cubiertas de pinos blancos.
—¿Qué le ha pasado a la niebla? —preguntó Kit, asombrada.
—La hemos dejado por debajo de nosotros —dijo Richard, aunque tampoco había habido ninguna sensación de subida, pero en la siguiente curva de la carretera vieron la capa blanca de nubes bajo ellos, cubriendo el cañón.
—El cielo —murmuró Kit, y Richard supo que estaba pensando lo mismo que el.
—Todo excepto el zumbido o el timbrazo —dijo, y entonces sonó el móvil de Kit.
—Señora Gray, ¿va todo bien? —preguntó Kit ansiosamente. Debía de ser la voluntaria de Eldercare—. Oh. En la alacena sobre el fregadero, tras los copos de avena. Espero.
Kit pulsó “terminar”.
—No encontraba el azúcar —le dijo a Richard, con aspecto aliviado. Recogió las transcripciones—. Será mejor que termine con esto. Ya casi hemos llegado.
—Corrección, ya hemos llegado —dijo Richard, señalando un cartel que decía Timberline. Pasó a una carretera estrecha y nevada, y luego a otra más estrecha, más nevada, y paró el coche delante de un chalé de aspecto estudiadamente rústico.
—No puedo creerlo —dijo Kit mientras se acercaban a la puerta—. Vamos a averiguar lo que Joanna intentaba decirnos.
Una mujer los recibió en la puerta, sorprendida y un poco alertada.
—¿Señora Aspinall? —dijo Richard, preguntándose de pronto cómo explicarle su presencia allí sin parecer loco—. Soy el doctor Wright. Esta es la señorita Gardiner. Somos del Mere y General. Nos…
—Oh, pasen —dijo ella, abriendo de par en par la puerta—. ¡Qué amables de venir hasta aquí! Carl está en el salón. Le encantará verlos. —Tomó el abrigo de Richard y lo colgó—. El doctor Cherikov estuvo aquí ayer mismo. —Tomó el abrigo de Kit—. Todos sus doctores han sido muy amables al venir a verlo.
—Señora Aspinall… —empezó a decir Richard, pero ella ya los estaba conduciendo por un largo pasillo panelado de pino, hablándoles del estado de Carl.
— Está haciendo unos progresos maravillosos, sobre todo ahora que está aquí. Ha dejado de tener pesadillas…
— Señora Aspinall —dijo Richard, incómodo—. Me temo que ha habido un malentendido. No soy uno de los doctores de su marido.
La señora Aspinall se detuvo en mitad del pasillo y se volvió a mirarlos.
—Pero ha dicho que eran del Mercy General.
—Lo somos —dijo Richard—. Eramos amigos de Joanna Lander. Ella era mi colaboradora en un proyecto de investigación.