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—Oh —dijo la señora Aspinall. Vaciló, como si fuera a mostrarles la puerta, y luego los condujo hasta el final del pasillo. No era el salón familiar. Era una cocina decididamente poco rústica—. ¿Les apetece un poco de té?

—No, gracias —dijo Richard—. Señora Aspinall, el motivo por el que hemos venido…

—Lamenté tanto lo de la muerte de la doctora Lander —dijo la señora Aspinall—. Fue muy amable con Carl y conmigo. Solía venir a sentarse con Carl para que yo pudiera ir a comer algo. —Sacudió la cabeza, apenada—. ¡Una tragedia terrible! ¡Hay tanta violencia hoy en día! Trastornó terriblemente a Carl.

“Bueno, al menos lo sabe —pensó Richard—, y no nos meteremos en un nido de avispas como hicimos con Maisie”, pero preguntó, por si acaso:

—¿Le contó a su marido lo de su muerte?

— No iba a hacerlo. Estaba todavía muy frágil y no la conocía. —Sonrió, como pidiendo disculpas—. Me cuesta mucho recordar que todas las personas que se preocuparon por él durante todas esas semanas y a quienes conozco tan bien son completamente desconocidas para él.

Richard y Kit se miraron el uno a la otra.

— Pero Carl oyó hablar a las enfermeras —continuó la señora Aspinall—, y cuando Guadalupe entró en la habitación, vio que había estado llorando y supo que algo iba mal. Estaba convencido de que yo le ocultaba algo sobre su enfermedad, así que acabé por tener que decírselo.

—Señora Aspinall, el día que la doctora Lander murió, estaba en la pista de algo importante, algo que tiene que ver con el proyecto en el que estábamos trabajando, listamos hablando con todo el mundo que la vio ese día, y por eso estamos aquí. Nos gustaría…

La señora Aspinall sacudió la cabeza.

—No la vi ese día. Las enfermeras me dijeron que había ido a ver a Carl dos días antes, pero yo no estaba. La última vez que la vi fue una semana antes, así que me temo que no puedo ayudarles. Lo siento.

—En realidad, con quien queremos hablar es con su marido.

— ¿Con Carl? —dijo ella, asombrada—. Pero si ni siquiera conoció a Joanna. Creo que no entiende, mi marido estuvo en coma hasta…

—La mañana en que murió Joanna —dijo Richard—. Tuvo una conversación con él esa misma mañana, justo después de recuperar la consciencia.

—¿Está seguro? Carl no dijo nada de que hubiera hablado con ella —dijo, y entonces frunció el ceño—, pero sí que se trastorno mucho cuando le conté lo que le había pasado. Pensé que era porque él mismo había estado tan cerca de la muerte, porque estaba muy asustado, pero… ¿Cuándo pudo ir a verlo? Volví en cuanto me dijeron que estaba despierto, y estuve con él el resto del día.

—A las once y media —dijo Richard, esperando tener razón.

—Oh.—La señora Aspinall asintió—.Justo antes de que yo regresara. “Y justo después de que Carl recuperara el conocimiento —pensó Richard—, cuando su visión habría estado fresca en su memoria.”

—Pero sigo sin comprender —dijo la señora Aspinall—. ¿Dice usted que estaba en la pista de algo relacionado con su proyecto de investigación? ¿Por qué le habría hablado a Carl de eso?

—Pensamos que…

Hubo un súbito golpe en la habitación de al lado, como alguien que diera martillazos.

—Es Carl —se disculpó la señora Aspinall—. Golpea con su bastón cuando necesita algo. Traje una campanita, pero no he podido encontrarla.

El golpeteo empezó otra vez, pesado, rítmico.

—Si me disculpan —dijo la señora Aspinall, poniéndose en pie—. Ahora mismo vuelvo.

Salió de la habitación. Los golpes continuaron un momento y luego se detuvieron, y Richard y Kit oyeron una voz de hombre preguntando, quejumbrosa:

—¿Quién ha venido? He oído llegar un coche.

—Unas personas del hospital, pero no tienes que verlas si no te apetece, puedo decirles que vuelvan cuando te encuentres mejor. Kit miró ansiosamente a Richard.

—Me encuentro bien —dijo la voz del hombre—. El doctor Cherikov dijo que estaba haciendo unos progresos excelentes.

—Es verdad, pero no quiero que te agotes. Estuviste muy enfermo. Richard no pudo oír su respuesta, pero la señora Aspinall regresó.

—Si pueden hacer que su visita sea breve… —dijo—. Se cansa fácilmente. Esa conversación que creen que tuvieron Carl y la doctora Lander, ¿qué…?

Un golpe, el bastón resonando, más fuerte que antes.

—Ya vamos —dijo la señora Aspinall, y condujo a Kit y Richard a una habitación panelada de pino con una chimenea y amplias ventanas que daban a un panorama de calendario: picos cubiertos de nieve, pinos, un arroyo helado. La televisión estaba encendida, y Richard miró hacia la silla que había delante, esperando ver a un inválido en bata y con una manta sobre las rodillas, pero la silla estaba vacía, y la única persona que había en la habitación era un hombre bronceado y de buen aspecto con un jersey blanco y pantalones caqui, de pie junto a la ventana. ¿MI doctor?, se preguntó Richard, y entonces advirtió el bastón que llevaba el hombre, el doctor Cherikov tenía razón, estaba haciendo excelentes progresos.

La señora Aspinall se acercó rápidamente a un termostato que había en la pared, subió la temperatura y se aproximó a la chimenea. El fuego se avivó.

—Carl —dijo, yendo hacia la silla. Tomó un mando a distancia y quitó el sonido de la tele—. Estos son el doctor Wright y la señorita Gardiner.

—¿Cómo está usted, doctor Wright? —dijo Carl, acercándose para estrecharle la mano. Parecía igual de sano de cerca. Su rostro estaba bronceado, y su apretón fue fuerte. A excepción de las magulladuras oscuras y las marcas de pinchazos en el dorso de su mano, Richard no hubiese creído que había estado hospitalizado hacía tan sólo tres semanas, mucho menos en coma—. ¿Es usted uno de los médicos que me clavaron todas esas agujas y cables y tubos? —preguntó Carl—. ¿O nos hemos visto antes? No paro de ver a gente que me conoce, y yo no tengo ni idea de quiénes son.

—No. No nos hemos visto antes. Soy…

—Y se que a usted no la conozco —dijo Carl, avanzando para estrecharle la mano a Kit—. Sin duda la recordaría.

—¿Cómo está usted, señor Aspinall? —Kit sonrió—. ¿Cómo se siente?

— Bien. Sano como una pera. Como nuevo.

—Siéntense, siéntense —dijo la señora Aspinall, indicándoles el sofá. Se sentaron, y Carl también, apoyando su bastón contra el brazo de su sillón. La señora Aspinall permaneció de pie. “Montando guardia”, pensó Richard.

—Señor Aspinall, no le robaremos mucho tiempo. Sólo queríamos hacerle algunas preguntas sobre Joanna Lander.

— ¿Recuerdas a la doctora Lander, Carl? —dijo la señora Aspinall—. Le he hablado de tanta gente que sé que es confuso…

“No des pistas”, pensó Richard, y miró ansiosamente a Carl, pero él asentía.

—Joanna —dijo—. Vino a verme. El día que yo… —Su voz se apagó, y miró más allá de la ventana, el arroyo helado.

“El agua”, pensó Richard. Fluía oscura y clara, medio por debajo y medio por encima de una fina película de hielo.

—¿El día que recuperó la consciencia? —lo animó Kit.

—Si. Murió —dijo Carl, y luego, tras un momento—: ¿Verdad?

—Sí —contestó Richard—. La mataron ese mismo día.

—Eso tenía entendido. A veces me confundo, qué pasó en realidad y qué… —Su voz volvió a apagarse.

—El doctor Cherikov dijo que estarías un poco confuso al principio —dijo la señora Aspinall—, a causa de la medicación.

—Eso es. La medicación. ¿Están haciendo algo en memoria de Joanna? ¿Un fondo de caridad o algo? Me gustaría contribuir.

—No, no hemos venido por eso…

—Hay algo que estamos intentando hacer por Joanna —dijo Kit inmediatamente—, y necesitamos su ayuda. Creemos que Joanna descubrió algo importante ese día, sobre la investigación que llevaba acabo con el doctor Wright. Intentamos averiguar qué fue. Creemos que pudo haberle comentado algo a alguien.