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—¿Y creen que ese alguien puedo ser yo? —dijo Carl, negando ya con la cabeza—. No dijo nada sobre ningún descubrimiento…

—No, no creemos que dijera nada directamente —se apresuró a decir Kit—. Pero creemos que hablando con quienes conversaron con ella ese día podríamos encontrar alguna pista.

“Por eso te he traído”, pensó Richard, mirándola agradecido.

—¿Puede decirnos de qué hablaron ustedes, Carl?

—¿De qué hablamos? —El contempló de nuevo el agua oscura. Sus manos juguetearon con los brazos del sillón.

—Sí —dijo Kit—. ¿Puede decirnos de qué hablaron Joanna y usted?

—¿Estás seguro de que te encuentras bien, Carl? —preguntó ansiosamente la señora Aspinall, interponiéndose entre ellos—. Sin duda que el doctor Wright y la señorita Gardiner lo comprenderían si…

—Estoy bien. Deja de preocuparte. ¿Por qué no vas a preparar un poco de té?

—Dijeron que no querían…

—Bueno, pues yo sí quiero. Ve a preparar una taza de té y deja de cuidarme como una madre gallina.

La señora Aspinall se marchó, todavía con aspecto nervioso, y Carl le sonrió a Kit y dijo:

—¿Qué íbamos diciendo?

—De qué hablaron Joanna y usted.

—De nada muy importante. Me preguntó cómo me sentía. Me dijo que se alegraba de ver que estaba despierto y me dijo que me pusiera bien. Y eso es lo que he estado haciendo, descansar, recuperar fuerzas, hacer lo que dice el doctor Cherikov. Concentrarme en el presente. No pensar en lo pasado. Lo pasado pasado está. Pensar en recuperarme.

— Mencionó que estuvo usted en coma —dijo Richard—. ¿Le pregunto Joanna qué había sucedido mientras estuvo en ese estado? ¿Le preguntó si tuvo sueños?

— No eran sueños.

El corazón de Richard dio un brinco.

— ¿Qué eran? —preguntó, la voz y el rostro cuidadosamente impasibles.

El señor Aspinall miró hacia la puerta, como deseando que su esposa volviera.

—Señor Aspinall, esto es importante —dijo Richard—.Joanna intentó decirnos algo mientras agonizaba. Creemos que tiene relación con algo que usted le dijo, algo que usted vio mientras estuvo en coma.

Pero Carl había dejado de escuchar.

—Creía que había muerto instantáneamente —dijo, acusador—. Las enfermeras me dijeron que murió al instante.

Richard lo miró sorprendido. ¿Qué estaba pasando?

— Dice que habló con ustedes —dijo Carl, alzando la voz—. Dice que intentó decirles algo.

—Lo hizo, pero no vivió lo suficiente para decírnoslo. Murió casi instantáneamente.

—No se pudo hacer nada —dijo Kit. El la ignoró.

— ¿Como murió?

Richard miró a Kit. Parecía tan asombrada como él. Se preguntó si debían llamar a la señora Aspinall, pero si lo hacían sería el final de la entrevista.

— ¿Cómo murió? —exigió saber Carl.

—Fue apuñalada por un paciente drogado.

— ¿Apuñalada? —dijo Carl, y sus manos se retorcieron sobre su regazo, incontrolables—. ¿Con qué?

— Con un cuchillo —dijo Richard, y, sorprendentemente, la respuesta fue la adecuada. Carl abrió los puños y se acomodó en su sillón.

—Y murió casi instantáneamente —murmuro—. Sólo estuvo allí unos minutos.

—¿Dónde, Carl? ¿Donde estuvo usted cuando estuvo en coma? Las manos de Carl volvieron a cerrarse, y sus ojos se dirigieron hacia la televisión muda. Como Maisie cuando no quería hablar.

—Dice usted que no fue un sueño —dijo Richard, inclinándose hacia delante para interponerse entre el televisor y Carl—. ¿Qué era? ¿Era un lugar?

—Un lugar —dijo él, y miro más allá de ellos, hacia el arroyo helado y oscuro. ¿Que estaba viendo allí? ¿el agua, reptando por la cubierta? ¿O entrando a raudales por el costado abierto?

—Dice que Joanna estuvo allí solo unos minutos. ¿Dónde? ¿Con qué temía que la hubieran apuñalado?

Los puños de Carl se tensaron, la piel entre los maratones blanca. Su rostro bronceado también había empalidecido. Parecía hinchado, como algo sacado del agua.

—¿Donde estuvo, Carl? —repitió Richard.

—Richard… —dijo Kit, posando una mano en su brazo.

—¿Donde estuvo?

—Yo… —dijo Carl, y tomo aire, temblando—. Es… “Ya —pensó Richard—. Nos lo va a decir.”

—Brinn. El sonido del teléfono móvil explotó en el silencio como una bomba.

“¡No! —pensó Richard, viendo cómo Kit se apresuraba a sacarlo del bolso—. Ahora no.”

—Lo siento —dijo Kit, tratando de apagar el sonido—. No sabía que estaba encendido.

—No importa —dijo Carl. Su color había vuelto. “Parece alguien que acaba de oír la corneta de la caballería al rescate”, pensó Richard.

—Adelante —dijo Carl—. Responda a su llamada.

Kit miro agónicamente a Richard y se llevó el teléfono al oído.

—¿Diga?

“Será la señora Gray, queriendo saber dónde está el azúcar —pensó Richard—. O la mostaza.”

—Oh, hola, Vielle —dijo Kit—. Sí, está aquí. Le tendió el móvil a Richard.

— Discúlpeme —dijo Richard, y se acerco a la chimenea—. Vielle…

—¿Que pasa? Uno de los internos me dio un mensaje ininteligible.

Sinceramente, no comprendo cómo son incapaces de transmitir un mensaje sencillo…

—No puedo hablar ahora —dijo Richard, una mano sobre el receptor—. Te llamaré luego.

—Nunca lo conseguirás. Esto es un auténtico desastre. La niebla… Richard desconecto el teléfono.

—Adiós —le dijo al tono de llamada, y le devolvió el teléfono a Kit—. Lo siento —se disculpó, volviéndose hacia Carl.

— No importa. ¿Donde estábamos? Oh, sí, me estaban preguntando qué recuerdo de mi coma, y me temo que la respuesta es nada en absoluto.

“Maldita seas, Vielle —pensó Richard—. Iba a decírnoslo.”

—Lo último que recuerdo es a mi esposa metiéndome en un coche para llevarme al hospital —dijo Carl. Sus manos sobre el sillón estaban relajadas, firmes—. Tenía problemas para ajustarme el cinturón de seguridad, y lo siguiente que recuerdo es a una enfermera a quien nunca había visto antes descorriendo las cortinas, y esa amiga suya entra y habla conmigo durante unos minutos, tal vez cinco minutos como máximo. Me preguntó cómo me encontraba y charlamos un poco, y luego se levantó y dijo que tenía que irse.

Volvió a sonreírle a Kit.

—¿De qué hablaron? —preguntó Richard.

—La verdad es que no lo recuerdo. —Carl se encogió de hombros—. Me temo que hay muchas cosas que no recuerdo de los dos o tres primeros días. La medicación. Supongo que lo mismo debe de pasar con los sueños que tuve mientras estuve en coma.

 —dijo usted que no eran sueños.

—¿Eso dije? Quena decir que no recordaba haber tenido sueños. “Estas mintiendo”, pensó Richard.

—Aquí está tu té, Carl —dijo la señora Aspinall, entrando en la habitación. Le tendió la taza—. Y cuando te lo hayas bebido, creo que deberías acostarte. Estas pálido. —Le puso una mano en la frente—. Y parece que tienes fiebre. Estoy segura de que el doctor Wright y la señora Gardiner lo comprenderán.

—Lamento no haber podido ayudarles —dijo Carl, y se volvió hacia su esposa—. Tienes razón, estoy cansado. Creo que me echare un rato.

—Les indicaré la salida al doctor y la señorita, y luego volveré para ayudarte.