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—Si empieza de nuevo, me alegraría…

—Le llamaré —dijo Richard, mostrándole la salida. Cerró la puerta y se sentó a su mesa, con las cintas. Pero apenas había empezado a trabajar cuando llamaron a la puerta. “Y tampoco será Carl Aspinall”, pensó.

Era Amelia Tanaka.

—Amelia. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ella se detuvo en la puerta y se quedó allí, con el abrigo y la mochila puestos. Como el día en que vino a decirles que dimitía.

—He venido… —dijo Amelia, y tomó aire—. La doctora Lander fue a verme a la universidad.

“Para eso tomó el taxi”, pensó Richard, y quiso preguntarle qué día fue, pero a Amelia ya le estaba costando lo suficiente. No quería trastornarla.

—No le conté la verdad de por qué dimití —dijo Amelia—. La doctora Lander me preguntó si fue porque había experimentado algo inquietante, y le dije que no, pero no era cierto. Sí que lo experimenté, y me asusté tanto que no pude soportar someterme de nuevo al tratamiento, pero entonces me enteré de que se había muerto, y me puse a pensar en lo que le ha pasado, sólo que ella no tuvo oportunidad, no pudo volver.

Las palabras salían a trompicones de ella, como lágrimas.

—Me puse a pensar en lo cobarde que había sido. Ella siempre fue muy amable conmigo. Una vez, cuando le pedí que hiciera algo por mí, lo hizo y…

Se interrumpió, ruborizándose.

 —dijo que era muy importante que le contara lo que vi. No tendría que haber mentido. Tendría que habérselo dicho. ¿Cómo voy a ser médico, si dejo que mi miedo…?

Miró a Richard.

—Es demasiado tarde para decírselo a ella, pero dijo que era importante, y usted es su compañero…

—Es importante —dijo Richard—. Ven, quítate el abrigo y siéntate. Ella negó con la cabeza.

—No puedo quedarme. Tengo una práctica de anatomía. —Se no, temblando—. Ni siquiera tendría que haber venido, pero quería decirle…

—Muy bien, no tienes que quitarte el abrigo, pero al menos siéntate.

Pero ella negó con la cabeza. “Y se marchará si la presionas”, pensó Richard.

—¿Qué viste que te asustó, Amelia?

—El… —Se mordió los labios—. ¿Ha tenido alguna vez uno de esos sueños locos, donde cuando intentas explicarlos no hay nada que dé miedo en ellos, como un cuchillo o…? —Calló, parecía avergonzada—. No pretendía decir eso. En serio, yo…

—No viste ningún asesino ni ningún monstruo —dijo Richard—, pero te asustaste de todas formas…

—Sí. Estaba en el túnel, como otras veces, sólo que esta vez me di cuenta de que no era un túnel, era… —Miró anhelante hacia Ja puerta. Richard se colocó con disimulo entre ella y Ja salida.

—¿Qué era? —preguntó, aunque ya lo sabía. Y ella tenía razón, no había nada aterrador en la visión de gente con ropa antigua de pie ante una puerta, en el sonido de motores desconectándose. “¿Qué ha pasado?”, De preguntó Lawrence Beesley a su criado. El criado respondió: “Supongo que poca cosa.” Y Beesley volvió a la cama, sin sentirse asustado en lo más mínimo.

—¿Qué era, Amelia? —dijo Richard.

—Yo… parece una locura, creerá…

“¿Que eres Bridey Murphy? —pensó él—, como hice con Joanna.”

—Sea lo que sea, te creeré.

—Lo sé. Muy bien. —Tomó aire—. Tengo bioquímica este semestre. La teoría es durante el día, pero las prácticas de laboratorio son de noche, los martes y jueves, en esa vieja sala. Es larga y estrecha, con todos esos armarios de madera oscura en las paredes donde guardan los productos, así que parece un túnel.

Una habitación larga y estrecha con altos armarios a cada lado. Richard se preguntó qué era realmente. ¿La enfermería? Tendría que preguntarle a Kit dónde estaba la enfermería en el Titanic.

—Era la práctica final de laboratorio —dijo Amelia—. Teníamos que obtener una reacción enzimática, pero no podía conseguirla, y era muy tarde. Ya habían apagado las luces y me estaban esperando para que terminara.

—¿Quiénes? —preguntó Richard, pensando: “¿Práctica final?, ¿reacción enzimática?”

—Mis profesores —dijo Amelia, y él notó el miedo en su voz—. Estaban en el pasillo, esperando. Pude verles esperando ante la puerta con sus batas blancas, esperando a ver si aprobaba el final.

El final de bioquímica y profesores con bata. Había tenido semanas para racionalizar lo que había visto, pensó él, para inventar algo que tuviera sentido. O al menos más sentido que el Titanic.

—¿Cuándo te diste cuenta de que habías estado en el laboratorio de bioquímica?

Ella lo miró, asombrada.

—¿Qué quiere decir?

—¿Fue días después de tu sesión o más recientemente?

—Fue justo entonces —dijo Amelia—, cuando estaba teniendo la ECM. No se lo dije a ustedes porque tenía miedo de que volvieran a someterme al tratamiento. Dije que vi las mismas cosas que antes, la puerta y la luz y la sensación de paz y felicidad, pero no era cierto. Vi el laboratorio.

“No era el Titanic —pensó Richard—. No vio el Titanic.”

Pero en realidad no era el laboratorio —dijo Amelia—, porque los armarios no tienen llave, como en la ECM, y no era mi profesor de bioquímica, era el doctor Eldritch de anatomía y un director que tuve cuando estudiaba teatro musical. Y estaba muy asustada.

—¿De qué?

—De suspender —dijo ella, y él detectó el miedo en su voz—. Del final.

“No estuvo en el Titanic —pensó él—, tratando de asimilarlo. Estuvo en su laboratorio de bioquímica.”

—¿Qué pasó entonces? —consiguió preguntar.

—Empecé a buscar la llave. Tenía que encontrarla. Tenía que abrir el armario y sacar el producto adecuado. Busqué bajo las mesas y en los cajones —dijo, la voz tensa—, pero estaba oscuro, no veía nada…

La conexión no era el Titanic. Y eso era lo que Joanna había comprendido cuando habló con Carl Aspinall.

…y las etiquetas de los cajones DO reñían ningún sentido —estaba diciendo Amelia—. Había letras en ellas, pero no eran palabras, eran sólo letras y números, todo junto, como un código. Y yo estaba tan asustada… y entonces regresé al laboratorio, así que supongo que lo encontré y que aprobé. No sé qué nota saqué. —Se rió, avergonzada—. Le dije que parecía una locura.

—No. Has sido de gran ayuda.

Ella asintió, pero no estaba convencida.

—Tengo que irme al laboratorio de anatomía, pero… —Tomó aire otra vez—. Si quiere, me someteré de nuevo a la prueba. Se lo debo a la doctora Lander.

—Tal vez no sea necesario —dijo él, y en cuanto se marchó llamó a Carl Aspinall.

Temía que fuera su esposa quien contestara al teléfono, pero fue Carl.

—Hola, residencia de los Aspinall.

—Señor Aspinall, soy el doctor Wright. No, espere, no cuelgue. Comprendo que no quiera hablar de su experiencia. Sólo quería que me respondiese a una pregunta. ¿Su experiencia tuvo lugar en el Titanic?

¿El Titanic! —dijo Carl, y su asombro le dijo a Richard todo lo que necesitaba saber.

No había estado en el Titanic. Y ésa era la revelación que había hecho que Joanna bajara corriendo a Urgencias. No era lo que le hubiera contado sobre su ECM, sino el hecho de que no había estado en el Titanic, y Joanna, al advertir que ésa no era la conexión, que había estado siguiendo la pista equivocada, había visto cuál era la verdadera respuesta, y había corrido a contárselo.