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Tenía que asegurarse. Llamó a Maisie.

—Cuando tuviste tu ECM, Maisie, ¿estuviste en un barco? —le preguntó cuando ella respondió.

—¿Un barco? —dijo ella, y él imaginó la cara que estaba poniendo—. No.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo sé. No se parecía nada a un barco.

—¿A qué se parecía?

—No lo sé —dijo ella, pensativa—. Le dije a Joanna que pensaba que estaba dentro de algo, pero también era fuera. Un lugar a la vez dentro y fuera.

Y el cuidado que puso en su respuesta le convenció más que ninguna otra cosa de que tenía razón, de que si hubiera estado en un barco lo habría sabido, y que la solución se encontraba en otra parte.

¿Pero dónde? Tenía que estar en algún lugar de las ECM, en un hilo común que compartieran, aunque ni la de Amelia ni la de Maisie ni la de, presumiblemente, Carl Aspinall, fueron como la de Joanna.

—Pero tiene que estar allí —le dijo a Kit por teléfono—, porque en cuanto Joanna advirtió que Carl no estuvo en el Titanic, supo qué era.

—Y tiene que ser algo que esté en todas ellas. ¿Has grabado lo que Amelia acaba de contarte?

—No. Estaba demasiado nerviosa. Pero he transcrito todo lo que recuerdo.

—¿Y tu ECM? ¿La has transcrito?

—¿La mía? —dijo él, aturdido—. Pero fue…

—Estaba relacionada con el Titanic. Lo sé, pero puede que hubiera una pista. Creo que tienes razón. Creo que tiene que haber un hilo común, y cuantas más ECM tengamos, más probable es que lo encontremos.

Ella tenía razón. Richard se preguntó si, llamando de nuevo a Carl Aspinall y explicándole que sus pesadillas, fueran lo que fuesen, eran puramente subjetivas, estaría dispuesto a hablar con él. Lo dudaba.

Lo cual dejaba la ECM de Amelia, y la suya propia, y la de Maisie. Y la visión del tripulante del Hindenburg. Hizo una lista de los elementos de cada una de ellas. Joseph Leibrecht había visto campos nevados, ballenas, un tren, un pájaro en una jaula y a su abuela, y había oído campanas de iglesia y el sonido de metal. Amelia había visto enzimas, cajones de laboratorio y a sus profesores. Joanna había visto escaleras y bicis estáticas, y él no había visto nada de todo eso.

La de Joseph era claramente como un sueño, con imágenes inconexas sucediéndose rápidamente, completamente distinta a la de Joanna. La de Amelia parecía una cosa intermedia. No había saltos temporales ni de imágenes, pero sí saltos arguméntales, mientras que en la suya propia…

Advirtió que no sabía si había incongruencias, excepto por el zepelín de juguete. Había asumido que era real, que las ECM de Joanna eran reales, y más tarde, al repasar los libros del tío de Kit, se había concentrado en el Titanic.

Sacó de nuevo los libros. La gente en efecto se había congregado en las oficinas de la compañía White Star y en el edificio del New York Times, pero no dentro. Lo habían hecho en la calle, esperando noticias del Carpathia. Cuando finalmente llegaron, no hubo ninguna lectura pública de la lista de supervivientes. Se publicó una lista en el Times: la madre de Mary Marvin, que estaba allí con la madre de su yerno, gritó de alegría cuando localizó el nombre de su hija y luego se detuvo, aterrada, cuando vio que el de Daniel no estaba al lado… pero en su mayor parte los parientes habían acudido a preguntar uno a uno al edificio de la White Star. El hijo de John Jacob Astor se había vuelto inmediatamente, el rostro enterrado en las manos.

Y no había una sala de radio en el edificio de la White Star. Había habido una en el Times, pero en el último piso. El operador colocaba los mensajes descifrados en una caja atada a una cuerda, sacudía la cuerda contra las paredes metálicas de un respiradero para avisar a los periodistas de abajo, y dejaba caer la caja por el agujero.

¿Qué le decía todo eso? ¿Que no había estado realmente en las oficinas de la White Star? Eso ya lo sabía. Que había construido su ECM a partir de imágenes de las películas y de las ECM de Joanna. Pero no le decía por qué. No le decía cuál era la conexión.

Hizo una lista de todos los elementos: su busca, la mujer con la blusa de cuello alto hablando por teléfono, el hombre inclinado sobre el telégrafo, el reloj de la pared, las escaleras, el hombre con el periódico bajo el brazo… y luego llamó a Amelia y le pidió que viniera.

—¿Va a volver a someterme a la prueba? —preguntó, y él notó el miedo en su voz.

—No. Sólo tenemos que hacerte unas preguntas. ¿Te viene bien mañana a las nueve?

—No, tengo un examen de anatomía.

“Está poniendo excusas —pensó él—, como la última vez que Joanna intentó citarla antes de que dimitiera”, pero tras de una pausa, ella dijo:

—¿Le vale a las once?

Y, sorprendentemente, apareció puntual.

Richard le había pedido a Vielle que estuviera presente.

—Amelia, queremos que nos cuentes todo lo que recuerdes de tus ECM, empezando por la primera —dijo él, y Vielle conectó la minigrabadora de Joanna.

Amelia asintió.

—Prometí hacer todo lo que me pidieran —dijo, y se lanzó a una descripción detallada, que fue completada por sus preguntas y las de Vielle.

—¿Cuántos profesores había en el despacho? —le preguntó Vielle.

—Cuatro —respondió Amelia—. El doctor Eldridge y mi director y la señorita Ashley, mi profesora de lengua del instituto, y mi profesor de prácticas de laboratorio de primero. En realidad no era un profesor. Era un estudiante graduado. Lo odiaba. Si le hacías una pregunta, sólo contestaba: “Es algo que tienes que descubrir por ti misma.”

—¿Tu profesora de lengua estaba allí? —preguntó Richard, pensando en el señor Briarley. Amelia asintió.

—En realidad no llegó a darme clase. Murió un mes antes de que empezaran las clases.

Vielle le preguntó por las etiquetas de los frascos de productos químicos.

—Cómo en las fórmulas, con los números bajo la línea, ¿sabe? Todas estaban en fila.

—¿Puede recordar alguna de las letras? No podía.

—¿Recuerda algo más que no encajara? Amelia miró la nada.

—El frío —dijo por fin—. Siempre hace calor en esa sala. Tiene uno de esos sistemas anticuados de calefacción. Pero en mi ECM hacía mucho frío, como si hubieran dejado abierta una puerta en alguna parte.

—Joanna también dijo que tenía frío —dijo Vielle después de que Amelia se marchara—. ¿Y Joseph Liebrecht?

 —dijo haber visto campos nevados, pero también habló de un mar hirviente y de ser arrojado a las llamas. Y no hubo nada frío ni caliente en mi ECM.

—Amelia y tú estabais buscando algo —apuntó Vielle.

—Y Joanna también, pero Joseph Leibrecht no.

—¿Y el hecho de que su profesora de inglés fuera una persona muerta?

El sacudió la cabeza.

—Es uno de los elementos nucleares.

—¿No hay ninguna posibilidad de que puedas convencer a Carl Aspinall para que hable contigo?

—No contestan al teléfono. Vielle asintió sabiamente.

—Identificación de llamada. Supongo que no merece la pena volver a subir hasta allí.

“No”, pensó él, y de todas formas allí no estaba la respuesta. Estaba en el señor Briarley, y no podía extraerla tampoco de él. “Es algo que tienes que descubrir por ti mismo”, había dicho el graduado auxiliar.

—¿Podrías volver a someter a Amelia a la prueba? —preguntó Vielle mientras iba hacia a la puerta del laboratorio.

—Tal vez, aunque existe la posibilidad de que repita la misma imagen unificadora.