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—Oh, bien, está usted ahí —dijo una voz, y la madre de Maisie entró, vestida con un esplendoroso traje amarillo—. ¿Es mal momento?

—Me marchaba ya. Seguiré trabajando en ello y luego te llamo —dijo Vielle, y escapó.

—No pretendía interrumpir —dijo la madre de Maisie—. Tome. Le tendió una cajita.

—¿Qué es esto? —preguntó él. Parecía un Palm Pilot muy pequeño.

—Su busca. Dijo que un problema para aplicar su procedimiento era que la franja de oportunidad era demasiado corta, sólo de cuatro a seis minutos.

“Lo que dije fue que la muerte cerebral irreversible se produce entre los cuatro y los seis minutos —pensó él—, pero ella no puede aceptar esas palabras ni admitir que lo que quiere es que rescate a Maisie de entre los muertos.”

—Este busca resuelve ese problema —dijo ella, más contenta que unas castañuelas.

—Ya tengo un busca —dijo él. Y aunque ése sonara en el momento en que Maisie entrara en parada, todavía tendría que buscar un teléfono y averiguar dónde estaba. Si alguien se molestaba en responder al teléfono durante una emergencia.

—No es un busca corriente —dijo la señora Nellis—. Es un localizador. Maisie tiene uno, igual que todos sus médicos y enfermeras, y, en el caso de una situación de parada, tienen instrucciones para pulsar este botón inmediatamente —señaló un botón rojo al final de la caja—, y su busca sonará. Tiene un sonido distintivo, así que no lo confundirá con su propio busca.

“Probablemente suena Sonríe y sé feliz”, pensó él.

—En cuanto lo oiga sonar —continuó la señora Nellis—, pulse este botón —indicó un botón negro en el lado—, y la localización dentro del hospital donde se ha producido la señal aparecerá en esta pantallita. Dirá “Unidad de Cuidados Intensivos Cardíaca” o “ala oeste, cuarta planta” o donde sea. Maisie estará en su habitación en la UCI cardíaca la mayor parte del tiempo, por supuesto, pero como usted dijo, puede que la lleven a hacer pruebas o que esté —cruzó los dedos tímidamente— en quirófano, preparándose para un corazón nuevo, y de esta forma sabrá usted exactamente dónde está. Quería uno que también indicara dónde está usted y señalara la ruta más corta, pero el ingeniero informático que lo diseñó dijo que esa tecnología no existe todavía.

—La tecnología para revivir a pacientes que han entrado en muerte clínica no existe todavía tampoco, señora Nellis —dijo él, tratando de devolverle el busca.

—Pero existirá —dijo ella, confiada—, y cuando exista no tendrá que preocuparse por el problema de localizarla. Me doy cuenta de que sigue existiendo el problema de llegar rápidamente, pero tengo otro programador trabajando en eso.

“Y yo conozco la ruta más corta —pensó Richard—. Tengo todo el plano del hospital en la cabeza, todas las escaleras, todos los atajos.

Podría llegar hasta Maisie a tiempo, si tuviera un modo de revivirla. Si supiera lo que Joanna estaba intentando decirme.”

—Naturalmente, esto no es más que una precaución. Los doctores de Maisie esperan que reciba un corazón de un día a otro, y lo está haciendo realmente bien, estamos muy contentos con sus datos. Ahora bien —dijo, colocándole firmemente el busca en la mano—, sabía que querría verlo usted en acción, así que Maisie va a activar su busca a las dos y diez para que oiga el pitido y vea cómo funciona la pantalla localizadora.

—¿A las dos y diez?

—Sí, yo sugerí a las dos para que supiera con seguridad que es una prueba, pero ella insistió en que a las dos y diez. No tengo ni idea de por que.

“Yo sí —pensó Richard—. Es un código. Ha descubierto algo.”

—A veces la llevan a hacerle pruebas a las dos, y puede que piense que si estuviera en otro sitio que no sea su habitación la prueba será mejor. Es una niña muy inteligente.

“Sí que lo es”, pensó Richard.

—¿Y dónde se supone que tengo que estar a las dos y diez?

—Usted no. Ésa es la cuestión. Dondequiera que este usted, el busca sonará y le dirá dónde está ella. Por desgracia, tengo que reunirme con mi abogado a la una y media, así que no estaré allí, pero Maisie probablemente podrá responder cualquier pregunta que tenga.

“Esperemos que sea así —pensó el, viendo cómo la señora Nellis se encaminaba al ascensor—. Maisie debe de haber encontrado a alguien más que vio a Joanna en el ascensor o en uno de los pasillos.” O, si había suerte, en la habitación con Carl Aspinall. La señora Nellis entró en el ascensor. Richard esperó a que la puerta se cerrara y luego se encaminó a la UCI cardíaca.

—Me preocupaba que no fuera capaz de descifrarlo —dijo Maisie en cuanto entró en la habitación—. Creí que tal vez debería haber dicho a las dos y veinte, cuando se hundieron, en vez de cuando enviaron el último mensaje.

—¿Que has averiguado?

—Eugene ha hablado con el celador que vio a Joanna ese día. En la dos-este. Dice que la vio hablar con el señor Mandrake.

Mandrake. Entonces la había visto de verdad, no había inventado el incidente para su egoísta responso. Debió de emboscarla cuando subía a ver a la doctora Jamison.

—¿Bien? —exigió Maisie.

Richard sacudió la cabeza.

—Joanna tal vez se topara con Mandrake, pero no le habría dicho nada. ¿Oyó el celador lo que dijo Mandrake? Maisie negó con la cabeza.

—Le pregunté a Eugene. Dijo que estaba demasiado lejos, pero que el señor Mandrake habló un buen rato, y ella también. Dijo que ella se estaba riendo.

—¿Que se estaba riendo? ¿Con Mandrake?

—Lo se —dijo Maisie, haciendo una mueca—. Tampoco me parece muy gracioso. Pero es lo que dice Eugene que dijo su amigo.

Era una historia de tercera mano, no, de cuarta, de alguien que estaba demasiado lejos para oír lo que decían, y la posibilidad de que Joanna le hubiera revelado a Mandrake algo trascendente era nula, pero Richard le había prometido a Joanna que seguiría intentándolo.

Y no se podía llegar mucho más lejos.

—Estaba esperando que me llamara —dijo Mandrake cuando Richard le telefoneó desde el mostrador de la UCI cardíaca—. La señora Davenport me ha dicho que habló con usted de los mensajes que ha estado recibiendo.

“No puedo, hacer esto —pensó Richard, y estuvo a punto de colgar el teléfono—. Es traicionar a Joanna. A ella no le importaría —pensó de repente—. Lo único que le importaba era llevarme el mensaje.”

—Quiero verlo —dijo—. ¿Está en su despacho?

—Sí, pero me temo que tengo vanas citas esta tarde, y mi editor… —Hubo una pausa, presumiblemente mientras comprobaba su agenda—. ¿Le vendría bien a las dos…? No, tengo una reunión… y mi publicista viene a las tres. ¿Le viene bien a la una?

—A la una —dijo Richard, y colgó, pensando que con suerte en la próxima hora y media encontraría la respuesta y no tendría que hablar con él.

Revisó de nuevo las transcripciones de Joanna, haciendo una lista de todo lo que contenían: la piscina, Scotland Road, la sala de correo, la llave… la llave. ¿Qué era la llave? Cohetes, gimnasio, bicicletas mecánicas, sala de comunicaciones, sacas de correo… Buscaba elementos comunes en su ECM y la de Amelia Tanaka. Las dos habían mencionado puertas y frascos, un frasco de productos químicos en el caso de Amelia y de tinta en el de Joanna, pero no había habido ninguno en su caso. ¿Una llave? El tuvo que girar la llave para abrir la puerta del pasillo, el señor Briarley había ido a la sala de correo para tomar la llave del armario que contenía los cohetes, el marinero que había manejado la lámpara Morse había dicho algo sobre una llave, y Amelia, al hablar del catalizador, había dicho: “Tenía que encontrar la llave.”

“Eso es demasiado forzado”, pensó, y Joseph Leibrecht no había dicho nada de ninguna llave. Y llave no era una de las palabras subrayadas en las transcripciones.