Muy bien, pues, ¿cuáles eran esas palabras? ¿Agua? No había habido agua en su ECM ni en las de Amelia, ni niebla tampoco. Tiempo, pensó, recordando el reloj de la pared del pasillo de la White Star. A Amelia le preocupaba terminar su examen a tiempo, y Joseph Leibrecht había mencionado que oyó sonar la campana de una iglesia y supo que eran las seis. Y el Titanic trataba de ganar tiempo.
Y hablando de tiempo, ¿qué hora era? La una menos diez. Tiempo suficiente para ir a preguntarle a Vielle que otras palabras había subrayado Joanna en las transcripciones y luego pasarse por el despacho de Mandrake.
Bajó a la tercera. El pasillo tenía un gran tablón, “Cerrado por reparaciones”. Debían de haberse quedado sin cinta amarilla. Tendría que bajar al sótano y salir. Empezó a recorrer el pasillo. El busca de su bolsillo sonó, un timbrazo apremiante y agudo. “La señal de Maisie”, pensó, sacándoselo del bolsillo. Pulsó el botón rojo: “Seis-oeste”, leyó, y debajo, la hora, las 12.58.
Seis-oeste. ¿Qué estaba haciendo allí? Luego se fijó en la hora, las 12.58.
—dijo a las dos y diez.
Echó a correr hasta la tercera, cruzó el pasillo, subió las escaleras de servicio.
Consiguió llegar a la sexta planta en tres minutos y diecinueve segundos y se desplomó, sin aliento, contra el puesto de enfermeras.
—Rápido. Maisie Nellis. ¿Dónde está?
—Allí abajo, segunda puerta —dijo la sorprendida enfermera, y a él no se le ocurrió, mientras corría por el pasillo, que la enfermera no habría estado tan tranquila en una emergencia, que no había ninguna alarma de código sonando.
Entró en la sala, donde Maisie yacía tan tranquila en una camilla, mirando su busca.
—¿Ha hablado ya con el señor Mandrake? —dijo ansiosamente.
—¿Cómo… quieres… que hable? —dijo él, entre jadeos—. Me has… llamado. ¿Para qué?
Y se desplomó en una silla junto a la pared.
—El simulacro.
—Se suponía que el simulacro iba a ser a las dos y diez, no a la una y cincuenta y ocho.
—Lo de las dos y diez era un código. Me han traído aquí a hacerme unas pruebas, y he pensado que sería buena idea hacer lo del busca en un sitio donde no supiera dónde estaba, para ver si funcionaba o no.
—Bueno, pues funcionó, así que ningún simulacro más. Sólo quiero que me llames en una emergencia real. ¿Comprendido?
—¿Pero no deberíamos practicar unas cuantas veces? —dijo ella, mirando reacia el busca—. ¿Para que pueda llegar más rápido?
“Ya he sido lo bastante rápido —pensó él—. He llegado en menos de cuatro minutos, desde una punta del hospital hasta casi la otra. A tiempo.” Y no tenía ningún medio para salvarla.
—No. Llámame si entras en parada, y sólo si entras en parada.
—¿Y si veo que voy a entrar en parada y luego resulta que no?
—Entonces será mejor que no resulte, que sólo querías hablarme del incendio del circo de Hartford. Y lo digo en serio.
—Vale —dijo ella, reacia.
—Muy bien. —Richard miró su reloj. La una y diez—. Llego tarde a mi cita con Mandrake. Y no digas “no puede irse todavía”.
—No iba a hacerlo —dijo ella, indignada—. Iba a desearle buena suerte.
Iba a hacerle falta más que suerte, se dijo Richard mirando a Mandrake sentado tras una enorme mesa pulida.
—Le esperaba a la una —dijo Mandrake, mirando su reloj—. Ahora me temo que tengo… Sonó el teléfono.
—Discúlpeme —dijo Mandrake, y lo atendió—. Al habla Maurice Mandrake. ¿Una firma de libros? ¿Cuándo?
Richard contempló el despacho. Era aún más suntuoso de lo que habría imaginado. Un enorme sillón de cuero marrón, un enorme escritorio de caoba, un retrato casi de tamaño natural de sí mismo colgando detrás, una estantería llena de ejemplares de La luz al final del túnel, una alfombra persa. “No desentonaría en el Titanic”, pensó.
Mandrake colgó el teléfono.
—Me temo que será mejor dejarlo para otro día. A las dos, tengo…
—Seré breve —dijo Richard, y se sentó—. Dijo usted en su discurso en el entierro que habló con Jo… con la doctora Lander el día que la mataron.
Mandrake cruzó las manos sobre la mesa.
—Ese día, y muchas veces desde entonces. “No puedo hacer esto”, pensó Richard.
—Veo por su expresión que no cree que los muertos puedan comunicarse con los vivos.
“Si lo hicieran, Joanna me habría dicho lo que descubrió en la habitación de Carl Aspinall.”
—No —dijo.
—Eso es porque insiste usted en creer sólo en lo que ve en sus escaneos TPIR —dijo el señor Mandrake, y su expresión era condescendiente—. La doctora Lander, afortunadamente, llegó a comprender que la experiencia cercana a la muerte poseía dimensiones que la ciencia nunca podría explicar. Ahora, si me disculpa, tengo otra cita…
Empezó a levantarse.
Richard permaneció sentado.
—Necesito saber qué dijo ella ese día.
—Exactamente lo que dije en su responso, que había comprendido que la ECM, o más bien la ECOV, no era solamente una alucinación física, sino una revelación espiritual del Otro Lado.
“Estás mintiendo”, pensó Richard.
—¿Qué dijo? Sus palabras exactas.
Mandrake se acomodó en su sillón, las manos sobre los brazos tapizados.
—¿Por qué? ¿Para que pueda descartarla considerándola una loca? Comprendo que debe de ser difícil tener que enfrentarse al hecho de que su compañera llegó a una conclusión diferente respecto a la ECM que aquella de la que intentó con tanto ímpetu convencerla. —Mandrake se inclinó hacia delante—. Por fortuna, no se dejó engañar por sus argumentos científicos —puso un desagradable énfasis en la palabra—, y encontró la verdad por sí misma.
Miró la puerta y luego descaradamente su reloj.
—Me temo que es todo el tiempo que tenemos. Esta vez se levantó. Richard no.
—Necesito saber lo que dijo.
Mandrake miró de nuevo la puerta, incómodo. “Me pregunto con quién será la cita —pensó Richard—. Obviamente con alguien que no quiere que vea. ¿Alguien a quien está sonsacando sobre el proyecto? ¿La señora Troudtheim? ¿Tish?”
—Joanna iba camino de Urgencias para decirme algo. Estoy intentando averiguar qué era.
—Yo pensaría en lo obvio —dijo Mandrake; pero sus ojos se llenaron de pronto… ¿de temor?, ¿de culpa?
“Lo sabe —pensó Richard y, aunque no tenía sentido—: Joanna se lo dijo.”
—No —dijo despacio—. No es obvio. Los ojos de Mandrake volvieron a fluctuar.
—Estaba intentando decirle lo que desde entonces nos ha dicho a mi y a la señora Davenport, hablando de esa otra vida en la que usted se niega a creer, que hay más cosas en el cielo y la tierra, doctor Wright, que sueños en sus escaneos TPIR.
Rodeó la mesa y se dirigió a la puerta.
—Me temo que no puedo concederle más tiempo, doctor Wright. : Un caballero está citado…
“¿Un caballero? ¿El señor Sage? Buena suerte si consigues sonsacarle algo del proyecto. O de cualquier otra cosa.”
—Necesito saber exactamente qué le dijo ella —repitió. ¡Mandrake abrió la puerta!
—Si le importa concertar una cita para otro día, podríamos…
—Joanna murió intentando decirme lo que era. Necesito saberlo. Es importante.
—Muy bien. —Cerró la puerta, volvió a su mesa y se sentó—. Si es tan importante para usted. Richard esperó.
—dijo: “Tuvo usted razón todo el tiempo, señor Mandrake. Ahora me doy cuenta. La ECOV es un mensaje del Otro Lado.”