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»De todas formas —dijo, subiéndose las gafas sobre la nariz—, me costó un rato librarme de Maisie y, cuando venía de camino, vi al señor Mandrake dirigirse a su laboratorio.

«Y te metiste en el hueco de las escaleras más cercanas», pensó Richard.

—¿Qué quería? —preguntó ella—. ¿Trató de sonsacarle cosas sobre el proyecto?

—No. Estaba más interesado en decirme por qué estaba condenado a fracasar.

—¿Qué discurso fue? ¿Su discurso de «la mera ciencia no puede explicar la ECOV», o el de «si parece real, es que es real», o el de «hay más cosas en el cielo y la tierra»?

—Todos —dijo Richard—. Me dijo que había casos documentados de personas que obtenían conocimientos durante las ECM que de otro modo no podrían haber conseguido.

Ella asintió.

—Una de las personas que esperan para saludarlos es la tía Ethel, y cuando los reviven llaman a Minnesota y descubren que, de hecho, la tía Ethel acaba de morir en un accidente de coche.

—¿Entonces hay casos? Ella sacudió la cabeza.

—Esas historias llevan circulando desde los tiempos de los espiritistas Victorianos, pero no hay ninguna prueba documental. Todas son de tercera mano, alguien conocía a alguien que le dijo qué le había pasado a su tía Ethel, o todo el asunto fue convenientemente destapado después de la llamada de Minnesota donde se informaba de la muerte y los apellidos siempre son convenientemente dejados al margen en bien de «la intimidad de los sujetos», así que no hay forma de verifica o rebatir la historia. Además, nadie se molesta en contar que ha visto alguien al Otro Lado que resulte que no está muerto. ¿Mencionó el se ñor Mandrake a W. T. Stead?

—No. ¿Quién es ése?

—Un famoso espiritista y psíquico que no era tan psíquico, según se demostró, o nunca habría reservado pasaje en el Titanic. Todos los demás psíquicos y médiums dijeron más tarde haber tenido visiones o premoniciones de su muerte, pero a ninguno se le ocurrió mencionarlo hasta después de que el naufragio apareciera en las primeras planas de los periódicos, cuando Stead salió en la lista de desaparecidos. Y la última persona que habló con Stead contó que cuando le dijeron que el barco había chocado contra un iceberg dijo: «No creo que sea nada.» —Frunció el ceño—. ¿El señor Mandrake no le preguntó por su proyecto?

—Miró el escáner TPIR y el EEG, pero no hizo ninguna pregunta. ¿Por qué? ¿Debería haberlo hecho? Ella seguía frunciendo el ceño.

—Se pasa la mitad del tiempo husmeando y tratando de averiguar quiénes son mis pacientes para poder contactar con ellos primero. ¿No le preguntó nada?

—No. Cuando entró, dijo que quería discutir el proyecto, pero luego se puso a parlotear sobre cómo las causas físicas no podían explicar la ECM, y sobre la estrechez de miras del estamento científico. Con la excepción de valientes pioneros como usted y el doctor Seagal.

—No le dijo que íbamos a trabajar juntos, ¿no?

—No —dijo él, tratando de no mostrar el súbito arrebato de placer que sentía—. ¿Vamos a hacerlo?

—Sí. ¿No recibió mi mensaje?

—No, mi contestador…

—Oh, bueno, dije que sí, que me gustaría trabajar en su proyecto. La verdad es que creo que dije: «Ah, muy bien, lo haré.» O algo igual de críptico. Dejé el mensaje anoche.

No era «Ah, olvídelo», sino «Ah, muy bien».

—Magnífico —dijo él, y sonrió—. Estoy encantado. Va a ser maravilloso trabajar juntos.

—Quiero seguir entrevistando también a los pacientes que ingresen en el hospital —dijo ella—, a menos que le parezca que es mala idea.

—No, cuantos más datos tengamos sobre ECM reales, mejor podremos comparar las nuestras. Sólo tengo previstas una o dos sesiones al día, dado el tiempo que se tarda en analizar los escáneres. Estoy seguro de que podremos satisfacer su calendario.

—Lo agradecería.

—Magnífico. Hablaré esta tarde con la oficina de becas para que sea oficial.

Ella asintió.

—Muy bien. Pero no se lo diga al señor Mandrake. Cuanto más tiempo se lo tengamos oculto, menos tiempo tendré que pasar tratando de evitarle. Bueno —le sonrió—, ¿quiere mostrarme las instalaciones?

—Haré algo mejor. Uno de mis voluntarios va a venir dentro de…—Miró el reloj. Las once y cuarto—. Bueno, de un momento a otro. Mientras tanto —la condujo a la consola—, ésta es la consola del escáner. Las imágenes aparecen aquí. —Señaló los monitores apagados sobre la consola—. Éste es el cerebro en estado de funcionamiento normal —dijo, tecleando instrucciones, y la pantalla se iluminó con una imagen naranja, amarilla y azul. Tecleó un poco más—. Y éste es el cerebro en un estado de sueño REM. Mire cómo el córtex prefontal (ésta es la zona del pensamiento consciente y la percepción de la realidad) y las zonas de influjo sensorial casi no muestran ninguna actividad. Y esto —tecleó de nuevo—, es el cerebro en estado de ECM, o al menos lo que espero que sea un estado de ECM.

Joanna se subió las gafas y contempló la pantalla.

—Parece similar al estado de sueño.

—Sí, pero no hay ninguna actividad en el córtex prefrontal ni aumento de actividad en el lóbulo anterior, aquí —dijo, señalando las zonas rojas—, ni en el hipocampo, ni en la amígdala.

—¿Y éstos son los recuerdos a largo plazo? —preguntó ella, señalando un puñado de puntitos rojos y naranjas en el córtex frontal.

—Sí. —Apagó las pantallas y recuperó el escáner del señor O’Reirdon—. Esto es el escaneo patrón —dijo, tecleando—, y esto es el escaneo de la primera sesión del señor Wojakowski. —Los superpuso en una tercera pantalla—. Puede ver que la pauta, excepto por la actividad en el córtex frontal, es similar, pero no idéntica. Es uno de los motivos por los que la necesito en el proyecto.

Se acercó al escáner y colocó la mano sobre la cúpula en forma de, arco.

—Y esto es el escáner TPIR. El sujeto se coloca aquí —indicó la mesa de reconocimiento—, bajo el escáner, y luego esto se coloca sobre la cabeza. El marcador y luego un sedante leve y la ditetamina si suministran por medio de una intravenosa, y se toman muestras de sangre antes, durante y después de la ECM. Tengo una enfermera. He estado utilizando a varias distintas.

Joanna contemplaba pensativa el aparato.

—¿Algún problema? —preguntó Richard. Ella asintió.

—Parece un túnel. ¿Hay alguna forma de cubrirlo, de ponerle algo delante hasta que el sujeto esté colocado? Hay que eliminar cualquier posible explicación física para la visión.

—Claro. Puede hacerse. Ella miró al techo.

—¿Necesita la luz del techo durante el procedimiento?

—No, pero los ojos del sujeto están cubiertos.

—¿Con qué?

—Un antifaz negro para dormir —respondió él. Sacó uno del armarito para enseñárselo—. También llevan auriculares, a través de los que se les suministra ruido blanco.

—Bien —dijo ella—, pero creo que también deberíamos enmascarar la luz. La explicación de Garland a la luz brillante que ven los sujetos es la luz del quirófano, y el motivo de que sea cegadoramente brillante es que sus pupilas están dilatadas.

Richard la miró feliz.

—Éstas son precisamente las cosas en las que esperaba que me ayudase. La cubriré con papel negro ahora mismo. Vamos a formar un equipo de primera.

Joanna le sonrió, y luego se acercó y miró el armarito gris de suministros y el alto armario de madera con sus puertas de vidrio, residuo de una época anterior del hospital, las manos apoyadas en las caderas.

—¿Hay algo más que quiera cambiar? —preguntó Richard.

—No. Añadir. —Rebuscó en el bolsillo de su rebeca y sacó un objeto envuelto en papel de periódico—. Esto es nuestra zapatilla de tenis.