—¿Zapatilla de tenis? —dijo Richard, mirando el objeto envuelto. Estaba claro que no era lo bastante grande para ser un zapato, aunque fuera de niño.
—¿No le ha contado todavía el señor Mandrake lo del zapato? Me sorprende. Le cuenta a todo el mundo que el zapato es la prueba científica de las ECM. Incluso más que la tía Ethel.
Se metió el objeto envuelto en papel en el bolsillo y se acercó a la mesa.
—Una mujer llamada María tuvo una parada cardíaca durante una operación. —Arrastró la silla—. Después, contó que flotaba sobre su cuerpo en la mesa de operaciones, y describió los procedimientos a los que la estaban sometiendo con todo detalle.
—Muchos pacientes lo han hecho —dijo él—. Describieron la intubación y las palas. ¿Pero no podrían haber obtenido la información en visitas anteriores al hospital?
—O en un episodio de Urgencias —dijo Joanna secamente—. Pero María describió algo más, y eso constituye la «prueba científica» a la que siempre se refiere el señor Mandrake. —Colocó la silla delante del gabinete de metal—. María dijo que cuando estaba cerca del techo, vio un zapato en el alféizar de la ventana, una zapatilla de tenis roja.
Se encaramó a la silla, miró en lo alto del armario, frunció el ceño, y se bajó.
—La zapatilla no era visible desde ninguna otra parte de la habitación, pero cuando el doctor subió a la otra planta y se asomó a la ventana, allí estaba.
—Lo cual demostró que el alma había abandonado el cuerpo y flotaba por encima —dijo Richard.
—Y, por extensión, que todo lo que el sujeto experimenta durante una ECM es real y no sólo una alucinación. —Arrastró la silla hasta el armario de madera y se subió a ella—. Bastante convincente, ¿no? El único problema es que nunca sucedió. Cuando los investigadores trataron de verificarlo, resultó que no hubo semejante caso, ni semejante paciente, ni semejante hospital.
Se sacó del bolsillo el objeto envuelto en papel.
—Naturalmente, aunque hubiera sido una historia verdadera, no habría significado nada. La zapatilla podría haber sido visible desde alguna otra parte del hospital, o el paciente o el investigador podrían haberla colocado allí. Cuando algún sujeto nos diga que ha visto esto, si lo hace —dijo, alzando el objeto—, consideraré la posibilidad de que ha salido realmente de su cuerpo.
—¿Qué es? —preguntó Richard.
—Algo que nadie imaginará —dijo ella, alzándose de puntillas y estirando el brazo para colocarla en lo alto del armario—. Usted incluido. Si no lo sabe, no podrá comunicarle accidentalmente ese conocimiento a nadie.
Recogió el papel y se bajó de la silla.
—Le daré una pista —dijo, colocándole el trozo de papel en la mano—. No es una zapatilla.
Se dio la vuelta y miró el reloj, calibrándolo.
—¿Quiere que retire también el reloj?
—No, aunque tal vez sea buena idea colocarlo en un sitio que el paciente no pueda ver. Cuantos menos objetos tenga el sujeto para fabular, mejor. De hecho, estaba pensando en su sujeto. ¿A qué hora dijo que estaría aquí?
—Tenía cita a las once, y llamó para decir que tenía un examen y tardaría unos minutos. Es estudiante de medicina —dijo, mirando el reloj—. Pero ya tendría que estar aquí.
—¿Sus sujetos son estudiantes de medicina?
—No, sólo la señorita Tanaka. Los otros voluntarios son…
—¿Voluntarios? ¿Está utilizando voluntarios? ¿Cómo describe el proyecto en su solicitud de voluntarios?
—Investigación neurológica. Tengo una copia aquí mismo —dijo él, acercándose a su mesa.
—¿Menciona las ECM?
—No —contestó él, buscando entre los montones de papeles—. Les dije qué pretendía el proyecto cuando vinieron a la selección.
—¿Qué tipo de selección?
—Un perfil físico y psicológico. —Encontró la petición de voluntarios y se la entregó—. Y les pregunté qué sabían sobre la experiencia cercana a la muerte y si alguna vez habían tenido alguna. Ninguno de ellos la había tenido.
—¿Y ya ha experimentado con alguno?
—Sí. Con la señora Bendix una vez, y dos veces con el señor Wojakowski y la señorita Tanaka, que es la que va a venir hoy.
—¿Escogió todas las solicitudes a la vez y luego los hizo venir para seleccionar?
El sacudió la cabeza.
—Empecé la selección inmediatamente para no tener que posponer el inicio de las sesiones. ¿Por qué?
Llamaron a la puerta, y Amelia Tanaka entró.
—Siento llegar tan tarde —dijo, soltando su mochila en el suelo y quitándose los guantes de lana. Se los guardó en los bolsillos—. Recibió mi mensaje, ¿verdad?
Tenía el pelo largo y liso veteado de nieve. Se la sacudió.
—El examen de anatomía ha sido horrible —dijo, asegurándose el cabello con una pinza—. No contesté ni la mitad de las preguntas. —Se desabrochó el abrigo—. No había mencionado en clase ni la mitad de las cosas. «¿Dónde está el pliegue vestigial de Marshall?» No lo sé. Dije que en el pericardio, pero igual podría ser en el hígado. —Se quitó el abrigo, lo dejó caer encima de la mochila, y se acercó a ellos—. Y luego empezó a nevar, todo el camino…
De pronto pareció darse cuenta de la presencia de Joanna.
—Oh, hola —dijo, y miró intrigada a Richard.
—Le presento a la doctora Lander, señorita Tanaka.
—Amelia —corrigió ella—. Pero tendré que cambiarme de nombre si el examen me salió tan mal como creo.
—Hola, Amelia —dijo Joanna.
—La doctora Lander va a trabajar conmigo en el proyecto. Llevará a cabo las entrevistas.
—No irá a preguntar cosas como dónde está el pliegue vestigial de Marshall, ¿verdad?
—No. —Sonrió Joanna—. Sólo voy a preguntarle qué ha visto y oído, y hoy me gustaría hacerle unas preguntas sobre usted misma, para conocerla.
—Claro —dijo Amelia—. ¿Quiere hacerlo ahora o después de que me prepare para la sesión?
—¿Por qué no se prepara primero? —dijo Joanna, y Amelia se volvió expectante hacia Richard. Él abrió el gabinete de metal y le tendió unas prendas dobladas. Amelia desapareció en la pequeña habitación del fondo.
Richard esperó a que cerrara la puerta y entonces le preguntó a Joanna:
—¿Qué iba a decir antes de que llegara la señorita Tanaka? ¿Sobre la selección?
—¿Puedo ver su lista de voluntarios?
—Claro —respondió él, y volvió a buscar entre los papeles de su mesa—. Aquí está. Todos han sido aceptados, pero aún no he concertado ninguna cita con ellos.
Le tendió la lista a Joanna, y ella se sentó en la silla a la que se había subido para esconder la «zapatilla» en lo alto del armario de las medicinas y fue pasando el dedo por los nombres.
—Bueno, al menos esto explica por qué el señor Mandrake no trató de sonsacarle. No tenía que hacerlo.
—¿A qué se refiere? —preguntó Richard. Se situó tras ella para mirar la lista.
—Me refiero a que uno de sus sujetos es también sujeto del señor Mandrake, hay otro que creo que probablemente lo es, y ésta —dijo, señalando a Dvorjak, A.— tiene un síndrome de atención compulsiva. Es una forma de desorden de personalidad incompleta. Se inventan ECM para llamar la atención.
—¿Cómo se inventa una ECM?
—La mitad de los supuestos casos del libro de Mandrake, del cual veo que tiene aquí un ejemplar, no son en realidad ECM. Visiones durante el parto y las operaciones quirúrgicas, incluso episodios de desmayo valen si la persona experimenta el túnel, la luz y los ángeles de marras. Amy Dvorjak está especializada en desmayos, los cuales, convenientemente, no tienen ningún síntoma externo, así que no se puede demostrar que no sucedieron. Ha tenido veintitrés.